Dora Barrancos: insurgencia, insubordinación y valor

Julieta Elffman
Científicas de Acá
12 min readFeb 11, 2021

“Nadie nace feminista. El feminismo es un camino que recorremos mientras nos oponemos a los sistemas que excluyen gente, que discriminan las otredades”.

Dora Barrancos, Socióloga y doctora en Historia

Hay nombres que funcionan como contraseñas. Que abren puertas y tienden puentes: se transmiten de boca en boca, se recomiendan, se invocan. Nombres que casi no necesitan apellido, porque se convierten en sinónimos de las causas que los instalan en la escena pública. Nombres que señalan el lugar correcto en el que hay que pararse para ver con la perspectiva necesaria. Nombres que generan sonrisas, que iluminan los ojos de la persona que los escucha. Su nombre es todo eso y más.

En los movimientos feministas argentinos, basta decir “Dora” para saber de quién estamos hablando. Dora Barrancos es un ícono, una pionera y referente transgeneracional que cosecha aplausos y ovaciones en cada marcha, cada charla, cada vigilia y cada manifestación. Sin embargo, ni siquiera ella nació con ideas feministas: fue construyéndose y deconstruyéndose, registrando las desigualdades, las injusticias y el sometimiento de las mujeres, dialogando, estudiando y aprendiendo en el camino.

Porque Dora Barrancos no siempre fue simplemente “Dora”. Como mujer y como científica, tuvo que recorrer un camino no exento de obstáculos, momentos difíciles, quiebres y decisiones que resultarían trascendentales. Y es probable que cada uno de esos desafíos hayan contribuido a forjar a la Dora que hoy conocemos.

Primeros años
La historia de Dora comienza en Jacinto Aráuz, provincia de La Pampa. Su madre, de apellido Bonjour, provenía de una familia religiosa protestante valdense y, como muchas mujeres de esa época y ese lugar, solo había cursado la escuela primaria. Su padre, maestro socialista, se había desempeñado por largo tiempo en escuelas rurales pampeanas, pero su recorrido profesional sufrió reveses por sus adhesiones políticas.

El año 1955, en el que se produjo el golpe militar que derrocó a Perón, encontró a Dora cursando la secundaria en Laprida y atravesada, personal y socialmente, por la grieta provocada por el enfrentamiento entre peronistas y antiperonistas. Su historia familiar la llevaba a identificarse con el antiperonismo y alegrarse con la caída del gobierno, pero en su entorno empezaba a notar las contradicciones que esta posición política generaba.

En 1958, durante el gobierno de Arturo Frondizi, ya instalada en la Ciudad de Buenos Aires, participó activamente de las movilizaciones a raíz del conflicto conocido como “Educación laica o libre”, en el que se jugaba la posibilidad de autorizar a las universidades privadas a emitir títulos habilitantes. De a poco comenzaba a percibir que las posiciones antiperonistas encarnizadas formaban parte de “una concepción reaccionaria de la sociedad”.

En 1960, frente a la muerte de su padre, se encontró con el desafío de reemplazarlo como cabeza de familia con su trabajo de maestra, y en 1961 comenzó a militar en el Socialismo de Vanguardia, que proponía una renovación del socialismo y tenía alguna relación con el peronismo popular.

Haciendo trabajo de territorio en la villa del Bajo Flores, comenzaba a encontrarse una y otra vez con la misma respuesta: lo que ella deseaba era exactamente lo que proponía el peronismo. Dora recuerda de esta manera su tránsito hacia la militancia peronista: “En 1959 festejé el triunfo de la Revolución cubana, y ese mismo año leí consternada Operación Masacre, de Rodolfo Walsh. Estaba listo el puente de mi identificación con el pueblo peronista”. Como ella misma dice: “Intentar escribir una historia sin pasiones equivale a abjurar de la condición humana”.

Aprender y enseñar
Tras terminar la secundaria en la Escuela Normal Nº 4 de la Ciudad de Buenos Aires, Dora se inscribió en la Universidad de Buenos Aires para estudiar Derecho. Sin embargo, rápidamente descubrió que la carrera no cubría sus expectativas, y decidió cambiar de rumbo. Atraída por el estudio de las humanidades, se anotó en la recientemente creada carrera de Sociología de la UBA, por entonces parte de la Facultad de Filosofía y Letras, de donde egresó en 1969.

Mientras tanto, trabajaba como maestra en escuelas del Consejo Nacional de Educación y como profesora de Castellano en las Universidades Populares Argentinas, donde enseñaba interpretación de textos y redacción a personas adultas. “Me daba mucha felicidad contribuir a la educación de quienes se esforzaban por asistir a la enseñanza nocturna”, recuerda. El feminismo no había asomado todavía en el horizonte de sus intereses, pero estaban presentes la preocupación por la justicia social, la redistribución de las riquezas y la liberación de los pueblos oprimidos.

Una vez recibida como socióloga, comenzó a trabajar en la Dirección de Educación Agrícola del Ministerio de Agricultura. Para ese entonces, junto con intelectuales y políticos como Rodolfo Puiggrós, había constituido un grupo de análisis del peronismo y de integración a las luchas sociales, y participaba en diferentes actividades académicas y militantes en torno del colonialismo y las luchas antiimperialistas, verdaderos trending topics de la época.

Fue en esas actividades donde su amiga Olivia Gioria intentó inculcarle el feminismo a través de la lectura de El segundo sexo, la obra en tantos sentidos fundacional de la francesa Simone de Beauvoir. Sin embargo, Dora solía responder que eso “sería una segunda etapa de la liberación”. Como muchas mujeres de su tiempo, creía que los reclamos feministas tendrían lugar por añadidura, como consecuencia directa de la liberación de los pueblos del yugo capitalista. “Durante los años sesenta, teníamos la urgencia de la gran transformación social. Pensábamos que, en la hora de la mayor equidad, las cuestiones de género se resolverían solas”.

Tiempos difíciles
“El mundo se hizo con aguas agitadas”, dice Dora, y hay que reconocerle que de eso sabe. Porque a Dora –como a todas las mujeres de la historia– le tocaron tiempos difíciles en los que vivir. En 1976, inmediatamente después del golpe militar más sangriento de la historia argentina, perdió su trabajo en el Programa de Atención Médica Integral (PAMI). Al igual que todo su entorno, corría peligro de ser secuestrada por las fuerzas militares, pero para poder partir al exilio debía esperar la autorización de un juez que le permitiera viajar con sus dos hijas pequeñas, fruto de su primer matrimonio. Sin que llegara ese permiso, con el tiempo corriendo en su contra y sobreviviendo de maneras milagrosas, resistió hasta mayo de 1977. Cuando supo que su secuestro era cuestión de tiempo y que no podía seguir arriesgando su vida, se vio obligada a exiliarse sin sus hijas mayores.

Eduardo Moon, su compañero y padre de su hija menor, era médico. Juntos habían decidido que el destino sería Brasil, donde él tenía mayores posibilidades de conseguir trabajo. “Esa misma noche dejamos el departamento, llevamos a las niñas más grandes a la casa de la familia de Eduardo y tomamos la decisión del exilio”. Dora viajó con su hija menor, de apenas un año, y se instaló en Minas Gerais, donde empezó a trabajar como socióloga en la Secretaría de Salud gracias a su trabajo y experiencia en el PAMI argentino. Al poco tiempo se reencontró con su compañero, y en diciembre finalmente logró la autorización para que viajaran sus hijas mayores.

Durante su exilio en Brasil, al que recuerda como “un bálsamo”, trabajó en la atención primaria de la salud y llegó a dirigir la Escola de Saúde Pública, en 1982. Era la primera vez que el organismo era dirigido por una mujer, no médica y extranjera. Allí cursó la Maestría en Educación de la Universidad de Minas Gerais. Allí, también, despertó al feminismo.

Devenir feminista
Dora recuerda claramente el momento en el que un femicidio, el de Ângela Diniz, le abrió los ojos y sacudió todas sus estructuras políticas. “El homicida (…) había contratado al que se decía era el mejor penalista de Brasil. Cuando se le preguntó cuál sería la estrategia de la defensa, sin el mayor empacho respondió que no era difícil ‘porque se trataba simplemente de legítima defensa del honor’. Consternación e iluminación, ahí me di cuenta del inexorable significado diferencial de las mujeres. A Ângela no la había salvado siquiera su clase: había pagado con su vida la acusación de adulterio”.

El feminismo había llegado a su vida para quedarse. A partir de ese momento, Dora comenzó a participar en actividades, reuniones, encuentros y manifestaciones junto con sus compañeras de militancia.

En junio de 1984, luego de la restitución democrática, regresó junto con su marido y sus tres hijas a la Argentina, un país diezmado, diferente del que había abandonado de manera obligada siete años antes. Y ella también era otra. Tenía una nueva conciencia. Había aprendido que la lucha de clases no era la única batalla que había que dar. También era necesario pelear por la liberación y la autonomía de las mujeres, y por el derecho a decidir sobre sus vidas y sus cuerpos.

De regreso en el país, Dora decidió cerrar el ciclo dedicado a la atención de la salud y dedicarse a la investigación histórica, y se centró en el estudio de los grupos anarquistas de comienzos del siglo XX en el país. La tesis de la Maestría en Educación por la Universidad de Minas Gerais, presentada en 1985, se convertiría años más tarde en su primer libro: Anarquismo, educación y costumbres en la Argentina de principio de siglo.

En 1986 ingresó en el Conicet para llevar adelante un programa de investigaciones sobre la cultura y educación de los grupos subalternos, con base en el Centro de Estudios e Investigaciones Laborales. Pero recién en 1992 pudo ingresar como investigadora adjunta del organismo: el gobierno de Carlos Menem demoró tres años el nombramiento que debería haber salido en 1989.

Mientras tanto, en 1991 había comenzado el Doctorado de Historia de la Universidad Estatal de Campinas (UNICAMP, Brasil), y fue aceptada por Michel Hall para dirigir su tesis, que presentó en 1993 y dio origen a otro libro: La escena iluminada. Ciencias para trabajadores, 1890–1930.

En esos años también se consolidó su acercamiento a las temáticas y la historiografía feministas. Dora se encontró con colegas del país y el exterior que estaban investigando y que la motivaron a interiorizarse cada vez más en el feminismo. “Esos impulsos fueron decisivos para confirmar que cerraría el ciclo de estudio de grupos subalternos para focalizar sin tapujos en la condición femenina”. Y lo hizo.

A lo largo de las siguientes décadas, Dora reflexionó, estudió, pensó, escribió y respiró feminismo. También plasmó sus ideas en libros que nos contaron la historia desde otra perspectiva. Explicó y defendió todas las causas relacionadas con la equidad de género, el respeto de las diversidades sexuales y el derecho de las personas gestantes a decidir sobre sus cuerpos. “La convicción de las feministas es un destino mucho mejor para la condición humana. Se trata de la dignidad de las personas: varones, mujeres y otredades sexuales. De la diversidad de la sexualidad, que requiere vidas dignas de ser vividas. Esa es mi apuesta”.

Apoyó las leyes de Matrimonio Igualitario (2010) y de Identidad de Género (2012) promovidas y aprobadas durante el gobierno de Cristina Fernández de Kirchner, y militó de manera incansable a favor del aborto legal, seguro y gratuito en la Argentina. Durante 2018, Dora participó en los debates públicos, recorrió los medios de comunicación y expuso en las audiencias a favor del proyecto de ley en el Senado nacional.

En 2020, en plena pandemia, aguardó el resultado de la votación junto con otras pioneras de esa lucha como Nina Brugo y Nelly Minyersky. La imagen resultaba conmovedora: allí estaban ellas, las militantes históricas del derecho de las mujeres a decidir sobre sus propios cuerpos, entremezcladas con la multitud, esperando con emoción el resultado de la votación en el Senado. Cuando la pantalla mostró el número de votos, el brillo en sus ojos permitió adivinar la enorme sonrisa que ningún barbijo podría ocultar. Era ley. ES ley.

Arena política
Pero Dora no solo es una académica brillante y productiva: sus convicciones, sus ideas y su compromiso la llevaron a actuar también en la escena política. En 1994 se había concretado la reforma constitucional, en la que se incluyeron numerosos cambios y modificaciones impulsadas por las constituyentes que se identificaban con las ideas feministas. Dora recuerda: “El feminismo local estaba entonces muy movilizado. Era particularmente intensa la fuerza con que las mujeres de los diferentes partidos políticos reclamaban su reconocimiento y obtuvieron una conquista precursora que había descolocado a algunas voces de congéneres a las que no les parecía en absoluto interesante obtener el cupo femenino. La presunción de que el mero trazado meritocrático bastaba y sobraba, y que las mujeres debían ganar escaños, en todo caso, por su buen desempeño, resultaba bastante común”.

En 1997 fue elegida legisladora de la Ciudad de Buenos Aires por el Frepaso, que integraba por entonces el Frente Grande y que luego sería la Alianza. En ese momento, la Ciudad estrenaba su autonomía y Legislatura, y Dora formó parte del grupo de legisladores progresistas que lograron avances en materia de salud sexual y reproductiva, y también la extinción de los edictos policiales que se utilizaban para reprimir a las personas travestis alegando que producían “escándalo público”. En el proceso, Dora tomó contacto con numerosas personas activistas dentro del colectivo LGBTQ y aprendió mucho sobre las “diversidades sexuales”, cuyos derechos sostuvo de modo enérgico desde entonces.

En las elecciones de 2019, se presentó como candidata a senadora nacional por la Ciudad de Buenos Aires encabezando la boleta porteña del Frente de Todes, y desde enero de 2020 es asesora ad honorem del actual presidente Alberto Fernández.

El lado Dora de la vida

Dora es una mujer que investiga, entre otras cosas, para entender por qué a otras mujeres les cuesta tanto investigar. Su trabajo enriquece las conversaciones: como referente transgeneracional, es el puente entre los feminismos pioneros y los actuales, y el hilo conductor que permite abrir un diálogo entre las diferentes posturas frente a la prostitución, el gran tema que divide las aguas al interior de los movimientos feministas.

Sin Dora, nuestros feminismos serían, sin dudas, más pobres. Tiene el entusiasmo de una piba de 15 años, la energía de una mujer de 40 y la sabiduría para decir la palabra justa en el momento preciso que solo pueden dar 80 años de experiencia en este mundo. Cuando se le pregunta por un consejo para las nuevas generaciones, responde sin dudarlo: “Insurgencia, insubordinación y valor”.

“Se va a caer”, se despide Dora, con el puño en alto y el pañuelo verde atado a la muñeca como emblema irrenunciable. Y, después de ver todo lo que pasó, resulta difícil no creerle. Es una expresión de deseos, pero también un plan programático y político para lograr uno de los principales objetivos del movimiento feminista nacional y mundial: terminar con el sistema patriarcal. Dora quiere empoderar con información y herramientas teóricas a las personas que van a seguir su camino. Por eso, cada vez que puede, les habla a las que retoman la lucha, salen a las calles, se organizan, gritan, reclaman y no se desaniman frente a los retrocesos y obstáculos. Y por eso, Dora puede aunque no pueda: en medio de una agenda atiborrada de compromisos, siempre encuentra un lugar y un momento para dar entrevistas y comunicar sus ideas.

Frente a las dificultades, sonríe, y su sonrisa contagia un optimismo esperanzado. “Hay que dejar el pesimismo para tiempos mejores”, explica, parafraseando al uruguayo Eduardo Galeano. Y, al escucharla, no parece haber más opción que dejarse arrastrar hacia el lado Dora de la vida.

Nombramientos y reconocimientos

Dora fue profesora titular regular de Historia Social Latinoamericana en la carrera de Sociología de la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA; coordinó la Maestría en Estudios Sociales y Culturales en la Facultad de Humanidades de la Universidad Nacional de La Pampa, entre 2000 y 2005, y dirigió el Instituto Interdisciplinario de Estudios de Género de la Facultad de Filosofía y Letras (UBA) entre 2000 y 2009. A lo largo de su carrera publicó más de quince libros.

En mayo de 2010 fue elegida por la comunidad científica como directora del Conicet en representación de las Ciencias Sociales y Humanas, cargo que ejerció hasta mayo de 2019, cuando renunció por “motivos morales” en protesta contra la reducción presupuestaria decidida por el gobierno de Mauricio Macri para la institución, y advirtiendo acerca de la dilación en designar a los dos nuevos directores elegidos desde hacía un año.

En 2016 recibió el Premio Konex Diploma al Mérito de las Humanidades en la Argentina, en la categoría “Estudios de Género”, incluida como disciplina por primera vez, y también recibió numerosos doctorados Honoris Causa. Sin embargo, asegura que entre sus mayores orgullos no se encuentran sus propios laureles académicos, sino “la notable forja de discipulado a cuya formación pude contribuir”.

Este relato forma parte del libro Científicas de Acá que puede comprarse aquí:

Fuentes

Agradecemos a Dora Barrancos por la lectura atenta y las sugerencias realizadas. Y por todo lo demás, claro.

  • Mi recorrido hasta la historiografía de las mujeres, por Dora Barrancos. En Dora Barrancos: Devenir feminista. Una trayectoria político-intelectual. (Antología compilada por Ana Laura Martín y Adriana María Valobra. Editorial de la Facultad de Filosofía y Letras, 2020). Disponible de manera libre.
  • Somos memoria (T1), Dora Barrancos
  • Dora Barrancos. Currículum vitae (Conicet)
  • Semblanza de Dora Barrancos en Ciencia e investigación. Reseñas. Tomo 5, nº 3, Valobra, Adriana (2017).
  • Dora Barrancos | Fundación Konex. www.fundacionkonex.org. Consultado el 28 de abril de 2020.

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Julieta Elffman
Científicas de Acá

Periodista. Editora. Parte de @cientificasaca . Directora en @tantaaguaeditorial. Docente en @tecenedicion. Estudiante crónica. 💚 www.tantaagua.com.ar