Emma Pérez Ferreira: energía inagotable

Julieta Elffman
Científicas de Acá
14 min readApr 2, 2021

Cuenta la leyenda que, cuando Emma Pérez Ferreira volvió al país luego de desarrollar su investigación de doctorado en Italia, decidió que no se casaría ni sería madre. Tanto le gustaba hacer ciencia, y tan consciente era de las limitaciones que sufrían las mujeres para continuar su carrera científica que, viendo lo que les pasaba a sus compañeras de estudios, eligió no tener familia para poder seguir investigando.

Sea o no apócrifa esa historia, lo cierto es que Emma se dedicó por completo a la ciencia, trabajó toda su vida en la Argentina y murió a los 80 años, premiada y reconocida por su trayectoria y su desarrollo en el campo de la energía nuclear. También es recordada por haber dirigido el proyecto RETINA, la “internet científica”, que buscaba conectar a los institutos de investigación argentinos con el resto del mundo académico.

Claro que también se ganó un lugar no exento de polémica en la historia de la ciencia argentina por su actividad gremial, por haber dirigido el primer proyecto de big science del país, y por su decisión de fomentar la participación de las personas que trabajaban en la Comisión Nacional de Energía Atómica (CNEA), el organismo en el que desarrolló la mayor parte de su actividad científica y que llegaría a presidir entre 1987 y 1989, durante el gobierno de Raúl Alfonsín.

Emma es una de las dos mujeres cuyos cuadros adornan el Salón de los Científicos Argentinos del Bicentenario. Rodeadas de hombres, su retrato y el de Rebeca Gerchsman parecen susurrar que otra historia es posible: una historia donde las mujeres que trabajaron en ciencia y tecnología en el país sí tienen un lugar donde ser reconocidas, admiradas y valoradas.

Primeros años

Empecemos por el principio: poco se sabe, porque casi no hay testimonios al respecto, de los primeros años de la vida de Emma. Si tuviéramos que hacer una película, su infancia y adolescencia aparecerían ligeramente desenfocadas, inmersas en una bruma de olvido y confusiones. Se sucederían sin estridencias las fotos en blanco y negro, los cumpleaños, los retratos escolares típicos de una familia de clase media en la Buenos Aires de la primera mitad del siglo XX. Sabemos, por una entrevista que Emma brindó a Ana María Vara, que tuvo como profesora de matemática a Hilda Fesquet, y que esa figura fue clave en su elección vocacional. Pero también sabemos, o creemos saber, que antes de ingresar en la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la Universidad de Buenos Aires tuvo un breve paso por la carrera de Derecho.

En 1952 las imágenes comienzan a ganar nitidez, y podemos ver a Emma terminando sus estudios de grado. Ese mismo año, pocos meses antes de recibir su título de licenciada y por recomendación de su padre –funcionario del gobierno peronista– la vemos entrevistarse con el capitán de fragata Pedro Iraolagoitía, secretario ejecutivo de la Dirección Nacional de Energía Atómica (DNEA), que luego se convertiría en la Comisión Nacional de Energía Atómica (CNEA). Es poco probable que en aquel momento Emma pudiera saber que pasaría más de cuatro décadas trabajando allí, y que incluso llegaría a presidir el organismo 35 años después.

A partir de entonces, la carrera de Emma se vuelve ligeramente más transparente, y la vemos dedicarse a la investigación básica durante sus primeros años en la CNEA junto a Hans Roederer, Beatriz Cougnet y Pedro Waloschek, utilizando placas nucleares para estudiar la radiación cósmica. En ese entonces el reactor se enfriaba con hielo seco y había que cambiarlo para que no se recalentara: cuenta Diana Maffia que Emma era la encargada de quedarse durante la noche para reponer la barra de hielo cuando se derretía. Dice Diana que la tarea, casi del orden de lo doméstico, seguramente recaía sobre ella por el solo hecho de ser mujer.

Formación y desarrollo

Entre 1957 y 1959, Emma viajó a Durham (Inglaterra) y a Bolonia (Italia) para capacitarse en el trabajo con dos equipos que habían sido adquiridos recientemente por la CNEA. Como resultado de esas investigaciones, en 1960 entregó su tesis de doctorado en la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales: “La producción de piones por piones a energías de alrededor de 1 Bev”.

A comienzos de la década de 1960 fue nombrada jefa del laboratorio de partículas elementales de la CNEA y, junto con el mismo Roederer y Horacio Ghielmetti, promovió el acuerdo entre la CNEA, el CONICET y la UBA por el que se creó en 1964 el Centro Nacional de Radiación Cósmica (CNRC), uno de los primeros institutos del CONICET, que en 1969 se convertiría en el Instituto de Astronomía y Física del Espacio (IAFE).

En 1965, Emma decidió disolver el grupo de trabajo de partículas elementales, y en 1966 fue convocada para liderar el proyecto de Isótopos Alejados de la Línea de Estabilidad (IALE). También fue nombrada jefa del Departamento de Física Nuclear, donde promovió la formación del grupo de investigación en física nuclear teórica.

Más adelante sería Directora del Área de Investigación y Desarrollo, responsable del Convenio con Canadá, Jefa del Proyecto TANDAR y representante de la CNEA ante el Consejo Interministerial de Ciencia y Técnica (CICYT), hasta convertirse en presidenta del organismo en 1987.

Investigar en un país en llamas

Justo aquí, a mediados de la década de 1960, es donde comienzan las suspicacias, las versiones cruzadas, las brumas, las confusiones y las opiniones a favor y en contra. La película se acelera y se puebla de imágenes que trazan un paralelo entre lo que sucede dentro de la CNEA y lo que está pasando afuera, en un país incendiado.

La pantalla se parte al medio: de un lado, durante las siguientes décadas vemos a Emma trabajando, publicando investigaciones en las principales revistas internacionales de física, sumando responsabilidades y dirigiendo proyectos multimillonarios. Del otro, vemos sucederse golpes de militares, gobiernos de facto, dictaduras y, finalmente, la instalación del terrorismo de Estado. Las imágenes son elocuentes. Pero la realidad nunca es tan clara como los relatos y los recortes que hacemos de ella. Sabemos que muchos hechos pueden ser confusos, ambiguos o incluso contradictorios.

La CNEA, como cualquier organismo, pero especialmente por su condición estratégica como instituto de investigación en –nada más y nada menos que– la energía nuclear, no se encontraba al margen de los acontecimientos políticos. Siempre había tenido una fuerte presencia de la Marina (recordemos esto: Emma ingresa en la Dirección Nacional de Energía Atómica luego de entrevistarse con el secretario ejecutivo Pedro Iraolagoitía, que era capitán de fragata). Pero, al mismo tiempo, justamente por su importancia estratégica, el organismo había logrado una relativa autonomía e independencia del gobierno, y recibía fondos para financiar las investigaciones. Sin dudas, Emma ocupaba un lugar importante en ese equilibrio, y podemos imaginar algunas de las disyuntivas que habrá enfrentado.

Actividad sindical

En 1966, luego de luchar por un colega que había sido despedido de la CNEA por su filiación comunista durante el gobierno de Arturo Illia, Emma fue una de las fundadoras y presidenta de la Asociación de Profesionales de la Comisión Nacional de Energía Atómica y la Actividad Nuclear (APCNEAN). Además de “atender todo lo concerniente a los asuntos laborales y profesionales de los científicos y tecnólogos nucleares”, el objetivo de esta agrupación era apoyar “todas aquellas actividades relacionadas con la energía atómica que se realicen con fines pacíficos, y la de aquellas otras que contribuyan a satisfacer tanto al desarrollo de las áreas científico técnicas, como a las necesidades básicas de la sociedad”.

Emma estaba convencida de la necesidad de aumentar la participación de las y los trabajadores en la toma de decisiones acerca del organismo. Desde entonces, la APCNEAN fue clave en la lucha por un desarrollo nuclear argentino independiente, pero también en la resistencia organizada frente a los intentos de diferentes gestiones por desmembrar, reducir o privatizar áreas de la CNEA.

En cuanto a su actividad política, numerosos testimonios directos dan cuenta de que en 1966, cuando se produjo la nefasta “noche de los bastones largos”, Emma fue una de las impulsoras de la contratación de profesores despedidos, renunciados o cesanteados de la UBA para que pudieran continuar sus investigaciones en la CNEA. También se sabe, por relatos y agradecimientos de los mismos investigadores, que contribuyó a gestionar los recursos necesarios para permitir el retorno de científicos y científicas que habían debido exiliarse en el extranjero durante la dictadura de Onganía.

Años después, frente a la detención y desaparición del ingeniero electrónico Roberto Ardito, el 12 de octubre de 1976, participó de las reuniones clandestinas realizadas para juntar fondos para la familia de su colega y compañero de trabajo. Roberto era miembro del grupo de asistencia técnica del sincrociclotrón, justamente uno de los equipos en los que Emma se había especializado durante su estadía en Inglaterra e Italia.

Años de plomo

A comienzos de la década de 1970, Emma comenzó a trabajar para que Argentina desarrollara una tecnología nuclear independiente. Como reconocimiento, luego de la construcción de la central nuclear de Embalse fue nombrada responsable del Acuerdo de Transferencia de Tecnología con Canadá, que permitió acceder a conocimientos y facilitó la construcción de capacidades locales para el desarrollo de la tecnología nuclear en el país.

A mediados de esa década, y como resultado de su política de autonomía científica, Emma formó parte del grupo que consiguió el financiamiento multimillonario necesario para la instalación de un acelerador de iones pesados, el TANDAR, que tenía como objetivo colocar a la Argentina a la vanguardia de la física nuclear experimental a nivel mundial. Como directora del proyecto, Emma debía negociar con el presidente de la CNEA durante aquellos años, el contraalmirante Carlos Castro Madero.

El TANDAR generó polémica y numerosas críticas, demandó más de 10 años de trabajo, costó unos setenta millones de dólares y fue finalmente inaugurado en 1986, durante la presidencia de Raúl Alfonsín, pero Emma no dejó de defenderlo en ningún momento. Estaba convencida de su importancia estratégica y de la necesidad de promover la investigación básica en el país.

Participación democrática

Entre 1985 y 1989, con la restauración democrática, Emma formó parte como representante de la sociedad civil del Consejo para la Consolidación de la Democracia, órgano asesor del primer presidente electo en las urnas después de la dictadura militar. Formado por más de veinte personas provenientes de la política y de la sociedad civil, solo dos mujeres participaban en él: Emma y María Elena Walsh.

Allí fue donde Alfonsín conoció su capacidad de trabajo y su compromiso, y es probable que ese contacto estrecho haya influido en su decisión de ofrecerle en 1987 la presidencia de la CNEA, el organismo que conocía tan bien y donde trabajaba desde hacía 35 años.

Emma creía en las formas participativas de conducción, y llevaba su convicción mucho más allá del discurso. Lo dejó claro cuando, durante su gestión al frente del organismo, convocó al Congreso de Objetivos y Políticas Institucionales (COPI). Sus interlocutores: las más de seis mil personas que trabajaban en la CNEA. El objetivo declarado: dialogar acerca de la situación y las expectativas para elaborar un diagnóstico y propuestas a futuro. La meta final: promover la participación masiva del personal en la planificación estratégica de la institución, impulsando su participación en la toma de decisiones.

En el discurso de inauguración, Emma dejó claras sus prioridades: “Algunos que se sienten con solvencia moral y técnica para opinar vienen a darnos recetas. Preferimos escuchar la voz de aquellos que viven los problemas y sienten la Institución como propia, porque ella es el fruto de sus diarios esfuerzos. La participación democrática en el debate, la reflexión y el estudio que conlleva la fijación de objetivos y políticas, va más allá del ejercicio de un derecho”. Mientras en plena hiperinflación los recortes presupuestarios y los problemas financieros amenazaban la continuidad de las investigaciones, Emma convocaba a las personas que trabajaban en la CNEA a discutir el futuro del organismo.

Quienes participaron de esos encuentros recuerdan al COPI como una de las experiencias más democráticas, fundacionales y transversales de esos años. No solo se habló de los objetivos, políticas y estructura orgánica de la Institución, sino también de las políticas en materia de investigación, desarrollo, ingeniería, producción, transferencia tecnológica, minería, relación con las empresas, producción y comercialización, recursos humanos, seguridad e higiene y relaciones públicas. Los volúmenes que recopilan las principales discusiones y conclusiones dan cuenta de un nivel de participación inédito para la época.

Emma se mantuvo en su cargo al frente de la CNEA hasta julio de 1989, cuando la renuncia anticipada de Alfonsín a la presidencia impuso un cambio de roles en casi todos los organismos del Estado. A lo largo de esos años, luchó como pudo contra los desafíos que le impuso la realidad argentina, el desfinanciamiento y la inflación descontrolada de fines del gobierno radical, aunque eso implicara dar de baja proyectos como la construcción de un ciclotrón propio, cerrar líneas de investigación y asumir el desafío de reparar una falla en la central de Atucha en 1988 con recursos propios.

Durante su gestión al frente de la CNEA, Emma también trabajó activamente para conseguir un acuerdo de paz nuclear para la región. Ese esfuerzo dio sus frutos en 1991, cuando Argentina y Brasil firmaron en Guadalajara el acuerdo para el uso pacífico de la energía nuclear y crearon la Agencia Brasileño-Argentina de Contabilidad y Control de Materiales Nucleares.

La internet científica

A partir de 1990, Emma dirigió el proyecto RETINA (Red Teleinformática Académica), también conocida como “la internet científica”, que buscaba proveer de conexiones de alta velocidad a docentes e investigadores de instituciones académicas argentinas para proyectos especiales y de experimentación. Emma, experta en armar redes de personas, quería conectar a los institutos de investigación del país con sus pares del mundo.

En 2000, ya con sus últimas fuerzas, Emma trabajó nuevamente para generar una alianza con dieciocho países de Sudamérica y el Caribe y lograr una interconexión de alta velocidad, denominada Cooperación Latinoamericana de Redes Avanzadas (Clara); y otra con la red europea mediante el proyecto América Latina Interconectada con Europa (Alice).

Toda ciencia es política

Hay mucho que todavía no sabemos sobre Emma, pero también hay una gran parte de su historia que pudimos reconstruir gracias a testimonios dispersos, los recuerdos de personas que trabajaron con ella y los relatos de segunda y tercera mano que llegaron hasta nuestros días. Quienes la conocieron personalmente hablan de una mujer activa, luchadora y abierta, con una capacidad de trabajo incansable y una voz grave, fuerte y segura, con un estilo de conducción firme y un liderazgo flexible. Le gustaba conversar y discutir, intentaba establecer formas participativas de conducción y sabía tejer redes para alcanzar los objetivos que se proponía.

Sin embargo, la historia personal y profesional de Emma Pérez Ferreira nos enfrenta a dilemas, preguntas y disyuntivas frente a las que, en muchos casos, no encontramos respuestas concluyentes. En nuestra investigación, a lo largo de los documentos consultados y a través de los testimonios de numerosas personas que trabajaron en la CNEA durante muchos años, encontramos diferentes miradas, e incluso opiniones absolutamente contrapuestas acerca de su gestión y su recorrido.

Como intentamos reflejar a lo largo de este relato, escuchamos y leímos testimonios directos de investigadores que recuerdan la ayuda que les dio para conseguir trabajo cuando habían resultado cesanteados, para regresar del exilio o incluso para salir del país, a través del convenio de transferencia firmado con Canadá, en tiempos peligrosos. Y, al mismo tiempo, encontramos personas que le cuestionan haber seguido trabajando y ocupando lugares de responsabilidad durante los años más oscuros de la dictadura militar.

Dice Diego Hurtado, acaso el mayor investigador y especialista en el tema de la energía nuclear en nuestro país, que en función de las numerosas entrevistas que realizó y los documentos que analizó, puede asegurar que Emma no tuvo ninguna relación con las políticas de terrorismo de Estado y que no se puede pensar en ella como colaboradora de la dictadura. “En todo caso se puede pensar que es una persona que, viendo lo que ocurría, siguió trabajando durante esos años. Ocupaba un lugar influyente, era referente del grupo de física nuclear, y negociaba con Castro Madero en su calidad de líder del TANDAR, eso es cierto. Pero estoy convencido de que no fue cómplice de las violaciones a los derechos humanos”, asegura el que, al momento de escribir estas líneas, ocupa el cargo de Secretario de Planeamiento y Políticas en Ciencia, Tecnología e Innovación del Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación de la Argentina, y a quien agradecemos su ayuda y su opinión.

Ana María Vara, por su parte, investigadora en estudios sociales de la ciencia y la tecnología, quien nos facilitó materiales sobre Emma y nos permitió leer fragmentos de entrevistas que le realizó, coincide con esta mirada y señala la dificultad de juzgar, retrospectivamente, las decisiones y las acciones de un momento histórico tan diferente del actual.

A nosotras, que somos curiosas insaciables, nos encantaría tener más y mejor información sobre Emma para poder comprender mejor algunas de esas decisiones, pero también nos parece interesante transparentar las dificultades a las que nos enfrentamos a lo largo de algunas investigaciones. No siempre se puede saber todo, ni siquiera podemos estar convencidas de conocer de manera exhaustiva nuestra propia historia, y tenemos que aceptar que todos los testimonios, tanto directos como indirectos, están teñidos por subjetividades, ideas, opiniones, prejuicios, expectativas y experiencias que son diversas, intransferibles y, sobre todo, imposibles de someter a juicio.

Como autoras, nos encontramos frente a la encrucijada de saber que estamos investigando sobre mujeres que no necesariamente tienen que haber sido heroínas. Pero, al mismo tiempo, tenemos nuestras propias convicciones, y estamos de acuerdo en que no daríamos espacio en estas páginas a ninguna persona que pueda ser sospechosa de haber colaborado con un régimen de terror como el de la última dictadura militar que sufrió nuestro país. Por eso nos parece importante dejar registro de que esta historia (como todas las historias) no es concluyente, que puede estar abierta a nuevas interpretaciones en función de nuevos hechos que se conozcan, y que nunca podremos saber a ciencia cierta qué pensaba su protagonista o por qué hizo las cosas que hizo.

Sí sabemos, en cambio, algo muy importante: como todas las científicas de acá sobre las que estamos investigando y escribiendo, Emma Pérez Ferreira era, ante todo, una persona. Y las personas tenemos dudas, contradicciones, luces y sombras. Quisimos, entonces, complejizar su historia con estos matices y ahondar en los dilemas que habrá enfrentado desde su lugar de responsabilidad, sin minimizar ni ocultar los hechos que conocemos, pero también dejando constancia de que hay mucho que no sabemos. Y que, probablemente, no podremos saber nunca. Al fin y al cabo, cuando la película termina y las luces del cine se encienden, cada cual puede sacar sus propias conclusiones.

Lo cierto es que Emma, que había decidido dedicarle su vida por completo a la ciencia, siguió trabajando inagotablemente hasta sus últimos días, y murió el 29 de junio de 2005, a sus 80 años. Y aquí es donde la imagen de una Emma anciana comienza a hacerse borrosa y a difuminarse en la pantalla, llevándose consigo muchas de las respuestas que buscamos.

Esta historia forma parte del libro Científicas de Acá, que puede comprarse en:

Fuentes

  • Hurtado, Diego. El sueño de la Argentina atómica. Política, tecnología nuclear y desarrollo nacional. 1945–2006. Edhasa, 2014.
  • Vara, Ana María. “Entre la investigación y la gestión de la ciencia. Semblanza de Emma Pérez Ferreira (1925–2005)”, en Saber y Tiempo, Revista de historia de la ciencia, nº 19. Universidad Nacional de San Martín, Escuela de Humanidades, Centro de estudios de historia de la ciencia José Babini. Enero-junio 2005.
  • Exposición de Diana Maffia en la Comisión de Igualdad de Oportunidades y de Trato entre Varones y Mujeres, el 8 de julio de 2008.
  • Hurtado, Diego, y Vara, Ana María. Political storms, financial uncertainties, and dreams of “big science:” The construction of a heavy ion accelerator in Argentina
  • Crónica de una reparación (im)posible. El incidente de 1988 de la C.N. Atucha I. Juan C. Almagro Roberto P.J. Perazzo Jorge I. Sidelnik
  • https://www.cienciahoy.org.ar/ch/ln/hoy88/emma.htm
  • http://u-238.com.ar/no-se-nace-cientifica-se-llega-serlo/
  • https://es.wikipedia.org/wiki/Emma_P%C3%A9rez_Ferreira
  • https://twitter.com/cnea_arg/status/1245682393765330947
  • A 30 años del COPI, Lic. Lucía Lira. http://u-238.com.ar/copi-30a/
  • Congreso de Objetivos y Políticas Institucionales. Informe final Vol. 3
  • Fernández Larcher, A. (2015) Entre la mística y la politización. Análisis de las tensiones interpretativas sobre la memoria institucional de la CNEA (1973). Publicado en Revista KULA Antropólogos del Atlántico Sur N°11, Pág. 24–41. Buenos Aires.
  • Pérez Ferreira, E. (1987) Congreso de Objetivos y Políticas Institucionales. Informe final Vol. 1
  • La CONEA en femenino. Juana L. Gervasoni y Marta Pahissa.
  • Agradecemos a la biblioteca de la CNEA http://www.isabato.edu.ar/cies

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Julieta Elffman
Científicas de Acá

Periodista. Editora. Parte de @cientificasaca . Directora en @tantaaguaeditorial. Docente en @tecenedicion. Estudiante crónica. 💚 www.tantaagua.com.ar