La mujer que hackeó el sistema electoral

Julieta Alcain
Científicas de Acá
7 min readSep 28, 2020

Su vida estuvo marcada por las revoluciones y fue una revolución en sí misma.

Su historia es también la historia de Argentina.

Su compromiso fue bandera del movimiento de mujeres.

Sus ansias de equidad guiaron su lucha.

Julieta Lanteri fue una pionera que dio todo, hasta lo que no tenía, por su causa. Fue una mujer que discutió, incomodó, se arriesgó y jamás se resignó a aceptar el rol que la sociedad quiso forzarle.

Nos dejó un legado, un camino recorrido, huellas sobre las que pararnos para avanzar en la lucha por ideales compartidos.

A casi un siglo de su muerte, su vida sigue siendo una inspiración, una antorcha que pasar a las generaciones futuras y para que su llama nunca se apague es que, también, contamos esta historia.

Hacer la América

La familia Lanteri desembarcó en Argentina en 1879 y se instaló en una casona porteña que Antonio, el padre de Julieta, había heredado de su primera mujer. Aunque, años más tarde, su familia volvería a Cuneo, su provincia natal del Piamonte italiano, Julieta habría construido una vida en el nuevo mundo que no querría abandonar.

La llegada de los Lanteri coincidió con el fin de las turbulentas guerras civiles en las que la provincia de Buenos Aires y el resto del país se disputaban el poder. La llamada Revolución de 1880 terminó con la derrota de los bonaerenses, la federalización de la ciudad de Buenos Aires y la creación de la ciudad de La Plata, donde se instalaron Julieta y su familia.

Los Lanteri no tenían ni la posición social ni los medios económicos para que sus hijas estudiaran. Pero Julieta quería ser médica. Cecilia Grierson y Elvira Rawson, pioneras, habían allanado el camino. Eso hizo que supiera que debía acreditar conocimientos de latín para poder ingresar a la carrera. Por eso cursó la escuela secundaria en el Colegio Nacional de La Plata. Años más tarde, Julieta, Cecilia y Elvira serían, además de colegas, compañeras en la militancia feminista.

Julieta defendió su tesis en 1907 bajo la dirección de Mariano Paunero y ante importantísimos testigos entre los que se encontraba Pedro Lagleyze, que unos años antes en su posición de decano de la facultad la había autorizado a trabajar en la maternidad del Hospital de Clínicas, aunque sin remuneración.

Su primer trabajo como médica fue administrando vacunas. Aunque estaba sobrecalificada para hacerlo, tuvo que conformarse con este trabajo mal pago, cubierto en general por estudiantes avanzados: por pudor masculino, por falta de confianza o por prejuicios, no se consideraba correcto dejarse revisar por mujeres. Pero Julieta no se dio por vencida.

En 1909 solicitó la adscripción a la cátedra de neurología de la facultad. Más de un año después le fue denegada a causa de su nacionalidad: no podía ejercer la investigación ni la docencia universitarias porque eran actividades reservadas a los ciudadanos argentinos y ella, aunque había vivido la mayor parte de su vida en nuestras pampas, aún era legalmente italiana.

Este revés tampoco iba a detener a Julieta. Si no podía trabajar porque no tenía la ciudadanía argentina, la alternativa era conseguirla. Con la ayuda de Angélica Barreda (otra pionera, que ostentaba el logro de ser la primera abogada del país), inició el trámite de nacionalización y presentó el pedido ante la justicia federal. Tras fallos y apelaciones, finalmente la Cámara Federal, con la firma del fiscal de cámara Horacio Rodríguez Larreta (tío abuelo del político porteño de nuestros días), se pronunció a favor de su naturalización.

Un mes después, volvió a pedir la adscripción a la cátedra de neurología y, nuevamente, fue rechazada. Esta vez sin más explicación.

No estamos solas

“No somos tan pocas ni estamos tan solas” Elvira Rawson

Entre tanto, una revolucionaria convicción comenzó a movilizar a Julieta y a muchas otras argentinas: la equidad entre varones y mujeres debía incluir el reconocimiento de su derecho a votar, a compartir la patria potestad de los hijos e hijas y a administrar su propio dinero.

Julieta formaba parte del grupo de pioneras que intentaban abrirse paso profesionalmente. En 1904 muchas de ellas formaron la Asociación de Universitarias Argentinas, un grupo en el que luchaban por el ejercicio de sus profesiones con libertad.

En 1910, esta agrupación organizó el Primer Congreso Femenino Internacional, donde Julieta pronunció un discurso en contra de la prostitución, señalando por primera vez a los varones como responsables en tanto consumidores y considerando a las mujeres como “víctimas de la falta de previsión y amor que muestran las leyes y costumbres creadas por la preponderancia del pensamiento masculino”. El Congreso finalizó el 24 de mayo con una proclama por los derechos civiles y políticos de las mujeres, la educación laica, igualdad de salarios por el mismo trabajo y más reclamos que aún hoy nutren las manifestaciones feministas latinoamericanas.

Una letra, un mundo

Cuando Julieta Lanteri finalmente recibió su naturalización, la sentencia decía “se le reconozca, haya y tenga por tal ciudadano de la República Argentina”. Sí, “ciudadano”, en masculino. Pese a no lograr su objetivo original, el periplo no fue en vano porque, como ciudadano argentino, había adquirido un derecho inesperado que no tenía como mujer: el de votar.

Fue, entonces, hasta la oficina del Padrón Municipal con su carta de ciudadanía y exigió que se la incorporara a la lista de personas habilitadas para votar. Disipada la perplejidad del empleado de turno, que no pudo pensar en un buen contraargumento, fue inscripta. Así, el 26 de noviembre de 1911, en medio de las discusiones políticas sobre el sufragio universal, y 36 años antes de la ley de sufragio femenino, Julieta se convirtió en la primera mujer en emitir el voto en Buenos Aires.

Poco después, con la sanción de la ley de voto universal -conocida como Ley Sáenz Peña-, en 1912, se actualizaron los requisitos para el empadronamiento y se incluyó explícitamente el haber hecho el servicio militar. ¿Julieta se quedó de brazos cruzados? Claro que no. Llegó a pedirle al mismísimo Ministro de Guerra que la dejara enrolarse. Como era de esperar, su petición fue rechazada.

Es cierto que ahora ya no podía votar, pero ninguna ley le impedía ser candidata. En 1919 fundó el Partido Feminista Nacional, con el que se presentó a las elecciones para ser diputada. Sin que pudiera votarla ni una sola mujer, obtuvo más de 1700 votos. Por supuesto que no le alcanzó para ganar una banca, pero eso no le importaba porque cada acción que el movimiento feminista llevaba a cabo aumentaba la presión por el reconocimiento de los derechos de las mujeres. En 1920 ya no fue la única mujer candidata: en la lista del Partido Socialista de Alfredo Palacios, el tercer lugar era de Alicia Riglos de Berón de Astrada. Entre ambas duplicaron la cantidad de votos dirigidos a mujeres en el año anterior. Para Julieta, allí estaba el éxito.

Julieta continuó presentándose a todas las elecciones a las que pudo y, aunque cada vez cosechó menos votos, contribuyó a naturalizar el espacio de las mujeres en la vida política. Las sucesivas candidaturas nunca la llevaron al Congreso, pero erosionaron su patrimonio y su relación con su hermana Regina, cansada de que Julieta dilapidara su poco dinero en campañas sin éxito.

No vivió para ver cristalizada su lucha: la ley de sufragio femenino recién fue sancionada 15 años después de su muerte. Pero, sin dudas, sus acciones fueron fundamentales para construir el camino que llevó hasta allí.

Con los flujos inmigratorios, nuestro país duplicó su cantidad de habitantes. Entre ellos estaban diversas ramas de la familia Lanteri, que se radicaron en la Ciudad de Buenos Aires y en el norte de la provincia de Santa Fe, donde incluso fundaron una comuna que lleva el apellido familiar y que cuenta con unos 2500 habitantes. Hoy en día, los descendientes de esta familia extendida que “hizo la América” se nuclean en la organización Amistad Lanteriana, creada por Enrique Lanteri.

Que florezcan mil Julietas

En 1930, último año en que Julieta se presentó a elecciones, el gobierno radical fue derrocado violentamente por una dictadura militar y esto dio inicio a lo que conocemos hoy como Década Infame. El presidente de facto José Félix Uriburu encarceló a Yrigoyen en la Isla Martín García y en la Penitenciaría de Las Heras se amontonaron los presos políticos. La Legión Cívica Argentina, grupo paramilitar del que formaba parte Leopoldo Lugones (hijo del célebre poeta), sembró el terror en las calles.

En este convulsionado contexto político, Julieta decidió retirarse de la vida pública y se refugió en la atención de su consultorio. Pasaron dos años hasta que consideró seguro volver a organizar a las feministas. Pero nunca llegó a hacerlo: el día anterior a ese mitín fue atropellada por el auto de David Klappenbach. Sufrió una fractura de cráneo y murió dos días después en el hospital Rawson (bautizado en honor al fundador de la Cruz Roja y tío de su amiga, Elvira). La periodista Adelia di Carlo se ocupó de que quedara en claro que Julieta temía que algo le pasara: la Legión Cívica, a la que pertenecía Klappenbach, ya la tenía entre ceja y ceja.

Hasta hoy, su muerte es considerada oficialmente un accidente.

Cien años después de la conformación del Partido Feminista Nacional, las mujeres ya no somos consideradas menores de edad ante la ley pero continuamos siendo víctimas de violencias. Seguimos luchando por poder disponer libremente de nuestros cuerpos, por acceder a cargos jerárquicos, por aumentar nuestra representatividad en espacios públicos, por la igualdad de oportunidades, por que se escuche nuestra voz.

Julieta y sus compañeras están presentes en cada grito, en cada marcha, en cada demanda. El movimiento feminista contemporáneo late con fuerza. Más temprano que tarde, el patriarcado se va a caer.

Este relato forma parte del libro de Científicas de Acá, que podés conseguir en preventa acá:

Agradecemos especialmente a la familia Lanteri por su lectura atenta y crítica.

Fuentes consultadas:

Julieta Lanteri, la pasión de una mujer. Araceli Bellotta (2001). Ed. Galerna

https://www.youtube.com/watch?v=9Bwcemo-cjY

Paloma Blanca. Ana María Mena (2003). Editorial Autores de Argentina

Nota: algunos datos no son compartidos por todas las fuentes consultadas. En esos casos, tomamos como ciertos los datos del libro “Julieta Lanteri, la pasión de una mujer”. Este libro es producto de 30 años de investigación documental sobre la vida de Julieta Lanteri.

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Somos Caro Hadad, Juli Elffman, Vale Edelsztein y Juli Alcain. Buscamos visibilizar a mujeres y personas del colectivo trans, travesti y no binario que se dedican a la ciencia y la tecnología en Argentina.

Julieta Alcain
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Written by Julieta Alcain

Soy bióloga, pero no sé qué le pasa a tu potus ni puedo operar a tu gata ni tengo nada que ver con el mar. Comunicadora de la ciencia en entrenamiento.

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