Las cuatro de Melchior: exploradoras antárticas

Esta historia es la historia de un equipo. La confluencia de cuatro pioneras, prestigiosas investigadoras de las ciencias naturales en Argentina, que concretaron un sueño compartido. “Lo hemos deseado toda la vida” dijeron en una entrevista en La Nación el 7 de noviembre de 1968, justo antes de embarcarse hacia la Antártida.

Carolina Hadad
Científicas de Acá
11 min readFeb 22, 2021

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Irene Bernasconi, María Adela Caria, Elena Martinez Fonte y Carmen Pujals
Crédito Ilustración Aymará Mont para Científicas de Acá

Irene tenía 72 años, María Adela, 56, Elena, 53 y Carmen, 52 años cuando partieron de Buenos Aires en una misión que duraría dos meses y medio. Vivieron y trabajaron en la base Melchior y por eso se las conoce como “Las Cuatro de Melchior”.

Su aporte a la historia y a la investigación científica fue tan grande que, desde el 8 de marzo de 2018, sus nombres forman parte de la geografía que habitaron: la Ensenada Bernasconi, el Cabo Caría, el Cabo Fontes y la Ensenada Pujals son parte de la cartografía antártica.

Viaje al continente blanco

Cuando se habla de la Antártida, se hace referencia a todas las tierras emergidas al sur de los 60°S, más del 99% cubiertas de hielo. Es el continente más frío del planeta, con temperaturas invernales en la meseta polar que llegan a -60°C y vientos de hasta 200 km/h que aparecen repentinamente en la zona costera. También es el continente más seco, con menos precipitaciones anuales que el desierto del Sahara.

Se cree que buques foqueros y balleneros navegaban la zona desde el siglo XIX o tal vez incluso antes, pero no informaban su destino para no atraer competencia. A finales de ese siglo, Argentina comenzó a desarrollar planes para establecerse en la Antártida. Desde 1904, nuestro país tiene presencia continua e ininterrumpida en el continente y, también desde ese momento, comenzó la exploración científica que se intensificó en 1959 con la firma del Tratado Antártico que estableció que la Antártida “será una reserva natural, consagrada a la paz y a la ciencia”.

El Museo Argentino de Ciencias Naturales (MACN), ubicado en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, fue pionero en el envío de expediciones desde 1923, todas formadas por varones. Hasta que, en 1968, algo cambió: por primera vez, cuatro científicas lideraron un equipo para investigar distintos aspectos de la biodiversidad antártica, hito que modificó la historia de la ciencia argentina en el continente.

Ellas eran la profesora Irene María Bernasconi, especialista en equinodermos (estrellas de mar), la profesora María Adela Caría, bacterióloga, jefa de microbiología del Museo e investigadora del CONICET, la profesora Elena Dolores Martínez Fontes, jefa de la Sección invertebrados marinos del Museo y la licenciada Carmen Pujals, reconocida ficóloga, es decir, especialista en algas marinas.

Un deseo de toda la vida

A bordo del buque ARA Bahía Aguirre, las cuatro fantásticas partieron rumbo a la Antártida junto a un equipo de científicos, buzos tácticos y otros especialistas técnicos. En total eran diecisiete personas que tuvieron que trasladar cinco laboratorios móviles, ya que la base en la que iban a instalarse estaba clausurada y, literalmente, cubierta de nieve.

La expedición tenía como objetivo recolectar biota antártica, es decir flora y fauna del lugar. Sus miembros debían aprovechar el verano para encontrar la mayor cantidad de muestras posibles.

Recorrieron casi 1000 km en bote para recoger organismos costeros, colocaron veintiséis espineles, larguísimas sogas con alrededor de cien anzuelos cada una, y también veinticinco redes de mallas a diferentes profundidades para atrapar peces.

El equipo de buceo realizó muchísimas inmersiones largas, tanto que establecieron un récord para la época y para aguas tan frías y profundas. Buscaron organismos bentónicos (que habitan en el fondo del océano) a 150 metros de profundidad, tomaron muestra de agua y sedimento, hicieron recuento de bacterias y recolectaron microorganismos. También reunieron toda clase de muestras y especies para analizar a su vuelta, en los laboratorios en Buenos Aires.

El arduo trabajo dio sus frutos: entre los más de 2000 equinodermos recolectados hallaron una familia que no había aparecido nunca en la región. También identificaron el alga parda Cystosphaera jacquinotii en su lugar de arraigo, que otras expediciones habían intentado localizar infructuosamente durante años. Su valiosísima colecta todavía forma parte de diversas colecciones del MACN.

Pero esa campaña no fue ni el principio ni el final de sus hallazgos, viajes y exploraciones. Queremos que conozcan las carreras científicas de las Cuatro de Melchior antes y después de la hazaña que las hizo célebres.

Irene Bernasconi

Irene Bernasconi nació en la ciudad de La Plata y estudió en la Capital Federal. Fue una de las primeras alumnas del Liceo de Señoritas, fundado en 1907, y egresó del Instituto Nacional Superior “Joaquín V. González” como Profesora de Ciencias Naturales. Allí uno de sus docentes, que estaba a cargo de las colecciones de moluscos e invertebrados marinos en el MACN, la convocó para trabajar con él de forma ad-honorem en 1921.

Tres años más tarde, y frente a la necesidad de tener que pagar sus cuentas, comenzó a dar clases en varios colegios secundarios e institutos terciarios, actividad que desarrolló hasta 1953.

Hacia fines de la década de 1930 Irene firmaba sus artículos científicos como adscripta a cargo del Laboratorio de equinodermos de la Sección de moluscos e invertebrados marinos del Museo. No sabemos cuándo empezó a tener un cargo rentado, pero esperamos que haya sido antes de eso. Era tan buena en su trabajo que investigadores extranjeros e instituciones de otros países le enviaban ejemplares para su determinación y estudio o la invitaban para catalogar colecciones. Por ejemplo, viajó al Muséum national d’Histoire naturelle en París en 1930, al Instituto Oceanográfico, Universidade de São Paulo en 1955, al British Museum de Londres en 1961 y al American Museum of Natural History en Nueva York en 1964.

Además de organizar y estudiar colecciones ajenas, Irene también realizó recorrió la costa atlántica para reunir ejemplares. Se trataba de viajes privados, ya que en las primeras décadas del siglo XX las mujeres no participaban oficialmente en expediciones marítimas.

A lo largo de su vida recibió distintos premios por su trabajo, como el “Dr. Eduardo Holmberg” en 1947, la membresía del Instituto Rey Alberto de Bélgica, entre otros reconocimientos y también fue parte de la Comisión Directiva de la Asociación Argentina de Ciencias Naturales entre 1957 y 1965.

Cuando en 1958 se creó el CONICET, Irene tenía 62 años e ingresó con una beca de perfeccionamiento. En 1962 pasó a ser investigadora. Seis años más tarde se convertiría en una de las Cuatro de Melchior.

Irene trabajó 55 años en los mares argentinos y publicó más de 70 trabajos desde 1925 hasta 1980, dando a conocer varias especies nuevas. Se dice que fue la primera y más destacada especialista en equinodermos de Argentina. No sabemos quién dijo, en la entrevista, la frase: “Lo hemos soñado toda la vida” pero, si tuviéramos que apostar, diríamos que fue Irene. La imaginamos feliz sabiendo que estaba haciendo camino para tantas otras mujeres científicas.

María Adela Caría

María Adela también nació en La Plata, pero cursó su bachillerato en Italia porque sus padres, inmigrantes, decidieron volver con sus hijes a su tierra natal. En 1935, pleno apogeo de la dictadura de Mussolini, María Adela regresó a Buenos Aires y revalidó sus estudios secundarios.

Trabajó en un laboratorio de productos químicos biológicos y, entre 1944 y 1947, fue parte del equipo del Instituto Nacional de la Nutrición, organización que marcó el rumbo inicial de la ciencia de la nutrición en nuestro país.

En 1947 renunció a su cargo para ingresar al MACN como Auxiliar Principal. Allí se dedicó, durante una década, al estudio de las enterobacterias, bacterias que viven en el intestino de algunas especies animales. También trabajó sobre estos temas en Montevideo y París .

Además, durante esta época, fue docente de Microbiología agrícola en la Facultad de Ciencias Veterinarias de la UBA.

En 1957 formó parte del equipo fundador del Laboratorio de bacteriología en el Hospital de Niños “Ricardo Gutiérrez” cuyo objetivo era buscar tratamientos efectivos para enfermedades bacterianas que tenían una mortalidad infantil muy elevada, como la estafilococcia pulmonar, diarreas del lactante o infecciones urinarias. Allí se quedó hasta 1966 y en el interín fue docente de la II Cátedra de Pediatría y Puericultura de la Facultad de Medicina de la UBA.

Gracias a toda su producción científica de este período logró ingresar como investigadora al CONICET en 1962. Faltaban apenas seis años para el viaje a la Antártida.

En 1971 integró otra campaña biológica entre Puerto Deseado y Buenos Aires y dos años más tarde se convirtió en jefa de la Sección de Microbiología marina del MACN, cargo en el que se desempeñó hasta su fallecimiento.

María Adela recibió muchos reconocimientos en todas las áreas en las que trabajó, como nutrición y pediatría. También fue galardonada con el premio Alicia Moreau de Justo a las 100 mujeres destacadas en 1985.

Elena Dolores Martínez Fontes

Elena Martínez Fontes nació en Capital Federal y egresó 20 años después que Irene, en 1938, del mismo instituto y con el mismo título: profesora de enseñanza secundaria en ciencias naturales. Ese mismo año ingresó a trabajar en el Museo con un cargo de “Ayudante supernumerario” que ni siquiera era considerado de manera oficial. Durante ese período se dedicó a la preparación y clasificación de material del laboratorio de Protistología, que es la ciencia que estudia los organismos unicelulares.

Rápidamente fue promovida una y otra vez de categoría por su excelente desempeño. En 1947 pasó a trabajar en la Sección de invertebrados marinos, llegando a ser jefa del área quince años después.

En 1947 viajó a Estados Unidos para especializarse en el estudio de copépodos, un tipo de crustáceos, y adquirir los conocimientos necesarios para instalar un acuario y salas de exhibición en museos. Más adelante viajó varias veces a Venezuela para realizar investigaciones y colectas de invertebrados no representados en las colecciones nacionales.

Desde 1956 también se dedicó a la docencia y cinco años después fue una de las dos argentinas enviadas a un congreso sobre pedagogía de la ciencia en Estados Unidos. Esa experiencia les permitió generar, junto con colegas de Brasil, Colombia y otros países, material didáctico para el estudio de las ciencias naturales en escuelas secundarias. Posteriormente, la Fundación Rockefeller la convocó para la redacción de textos de biología para ese nivel educativo.

Cuando se fundó el grupo de Docentes Guía del Museo, Elena fue su coordinadora. Esta división funciona hasta el día de hoy y se encarga de formar a las y los guías que explican las exhibiciones en cada sala.

En 1960 Elena ingresó como investigadora al CONICET. Mientras se desempeñaba como jefa de sección, participó en la Primera Conferencia Interamericana sobre la Enseñanza de la Biología e integró la Comisión Nacional para la Enseñanza de la Biología.

En 1973 se creó la División Invertebrados y Elena pasó a ser la jefa, un paso más luego de haber sido encargada de la Sección de invertebrados marinos por once años.

Según nuestras investigaciones, Elena fue una apasionada por la educación e hizo una excelente carrera científica en paralelo con una igualmente excelente carrera como educadora. Quisimos contarlas como las vivió: en paralelo y complementándolas. De la misma manera en que recorrió el mundo: para formarse y también para formar.

Carmen Pujals

Carmen Pujals, la cuarta científica del grupo, fue la única que cursó una carrera universitaria. Aunque nació en Capital Federal, vivió su infancia y adolescencia en Barcelona. Allí también fue donde comenzó a estudiar biología.

A mediados de la década del ’30, frente a la inminente guerra civil, su familia decidió volver a Buenos Aires y en 1936 Carmen retomó sus estudios, esta vez en la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la UBA. Finalmente, en 1945, obtuvo su título de licenciada en Ciencias Naturales con orientación Botánica. Pero no sería una despedida porque permanecería ligada durante casi quince años a la FCEyN como docente.

Luego de recibirse, y a lo largo de dos años, Carmen trabajó en el Ministerio de Agricultura, en el Instituto de Microbiología Agrícola y en la Dirección General de Laboratorios e Investigaciones del Instituto de Botánica.

Finalmente, ingresó a trabajar ad honorem en el MACN como Oficial Mayor en el Laboratorio de Ficología Marina. Cuando once años más tarde, en 1958, ganó un cargo docente full-time en la Facultad de Farmacia y Bioquímica de la UBA tuvo que tomar una decisión. No podía continuar con ambos trabajos. Según cuentan, eran tales sus ganas de seguir investigando en el Museo que decidió tomar licencia sin goce de sueldo del cargo recién obtenido y continuar trabajando como investigadora pese a no tener remuneración por ello.

Carmen trabajó ininterrumpidamente durante más de 40 años en el Museo. Se destacó tanto en su área que, además de asesorar a instituciones locales y extranjeras, fue una de las co-fundadoras de la Asociación Argentina de Ficología.

El viaje a la Antártida de las cuatro de Melchior fue el primero pero no el único en el que Carmen fue pionera: en 1971 se convirtió en la primera científica argentina en realizar trabajo de campo en las Islas Malvinas. Allí permaneció por más de un mes, recorriendo la costa de las islas, coleccionando ejemplares de algas marinas y desafiando, una vez más, los estereotipos de género.

Irene Bernasconi, María Adela Caria, Elena Martinez Fonte y Carmen Pujals
Crédito Ilustración Aymará Mont para Científicas de Acá

Trabajo en Comunidad

Cuando elegimos hablar de las Cuatro de Melchior en este libro, allá por abril de 2020, no teníamos muchos datos sobre ellas. Las habíamos conocido por una breve nota que publicó Cancillería Argentina en 2018, en homenaje al 50 aniversario de la campaña que hizo célebres a estas pioneras. En apenas un par de párrafos nos enamoramos del trabajo en equipo, de su valentía y de los enormes aportes que habían hecho. Cuando empezamos a investigar sobre sus vidas nos frustramos un poco: de algunas de ellas no encontramos más que su nombre y área de trabajo.

Decidimos, entonces, apelar a la comunidad, porque la construcción de conocimiento es colectiva y colaborativa. En noviembre preguntamos por nuestras cuatro fantásticas en redes sociales y etiquetamos a las personas que conocíamos en el MACN. Así fue como llegamos a un impresionante trabajo de investigación histórica recientemente publicado, realizado por ocho mujeres del Museo y del Instituto Antártico Argentino. quienes rescataron la historia de estas cuatro pioneras. Gracias a ellas es que hoy podemos escribir este relato.

Esperamos de corazón que vos, que estás leyéndolo, puedas disfrutarlo tanto como nosotras cuando lo descubrimos y lo escribimos.

¡A la visibilización de las científicas de acá, la hacemos entre todes!

Este relato forma parte del libro Científicas de Acá que puede comprarse aquí:

Fuentes:

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Carolina Hadad
Científicas de Acá

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