Rebeca Gerschman: ideas radicales

Julieta Alcain
Científicas de Acá
6 min readApr 4, 2021
Ilustración: Luchi Soler

Lo que da la vida es lo que la quita”. Así comenzaba uno de sus artículos. Esta frase no hacía referencia a ningún fenómeno sobrenatural ni a cuestiones espirituales, sino a algo mucho más concreto.

En 1954, Rebeca Gerschman reunió suficiente evidencia como para postular que, bajo ciertas condiciones, el oxígeno, el mismo que necesitamos para sobrevivir, puede también matarnos.

Imaginen las primeras reacciones a una idea tan audaz. Llovieron las críticas y el rechazo. Tuvieron que pasar más de quince años para que la teoría que hoy lleva su nombre fuera finalmente aceptada.

¿Quién fue esta científica de la que alguna vez el Dr. Houssay dijo, supuestamente para elogiarla, que era “una mujer de pelo en pecho”? ¿Cómo llegó a la conclusión de que el oxígeno podía ser dañino y por qué sus descubrimientos fueron una revolución en la historia de la ciencia?

Acompáñennos a descubrir la fascinante historia de vida de una investigadora con ideas radicales.

Ilustración: Luchi Soler

Rebeca nació en Carlos Casares, una pequeña ciudad de la provincia de Buenos Aires. José Gerschman, su padre, y Manuela, su madre, eran dueños de la salina Las Barrancas y, como a la empresa familiar le iba muy bien, Rebeca pudo dedicarse a los estudios superiores. No fue la única: su hermano mayor, Abraham, fue médico, su hermana Berta, una reconocida aracnóloga en el Museo Argentino de Ciencias Naturales, y sus hermanas Paulina y Esther, profesoras de francés.

Rebeca, por su parte, se recibió de farmacéutica y bioquímica y, en 1930, empezó su tesis doctoral bajo la dirección de Bernardo Houssay, director del Instituto de Fisiología de la Facultad de Medicina de la UBA. Faltarían aún casi dos décadas para que este hombre, pionero en su campo de investigación, se convirtiera en el primer latinoamericano en ganar un Nobel en ciencias.

Durante su doctorado, Rebeca se dedicó a estudiar cómo y por qué varían los niveles de potasio en el cuerpo humano, una investigación muy relevante, dado que este mineral cumple un rol importante en la hidratación, las funciones del corazón y el sistema digestivo. Como parte del proyecto, Rebeca también desarrolló un método simple y elegante para su detección en sangre. Su tesis doctoral ganó el Premio a la Mejor Tesis de la Facultad de Ciencias Médicas.

Ya como doctora, y al igual que tantas otras personas dedicadas a la investigación, Rebeca emigró para perfeccionarse: se mudó a Nueva York para trabajar en la Universidad de Rochester. Y allí fue donde su vida tomó un giro más que interesante.

La teoría de Rebeca

En 1939, el entonces presidente de Estados Unidos, Franklin D. Roosevelt, autorizó la creación del Proyecto Manhattan para el desarrollo de armas nucleares. Su objetivo principal era lograr construir una bomba atómica antes que los nazis. El gobierno norteamericano no solo financiaba este proyecto, sino también otros que, aunque a simple vista no tenían relación con la guerra ni con el poderío militar del país, podrían ayudarlo a establecerse y mantenerse como potencia mundial. A la Universidad de Rochester le habían asignado el estudio de los efectos biológicos de las radiaciones producidas por la bomba.

Cuando Rebeca llegó a la Universidad, al finalizar la guerra, comenzó a trabajar con el Dr. Wallace Fenn. Este fisiólogo y consultor del gobierno de Estados Unidos estaba muy interesado en el estudio de los mecanismos respiratorios. A raíz de la reciente guerra y el amplio desarrollo aeronáutico, creía que era relevante investigar cómo reaccionaba el organismo en atmósferas distintas a la habitual: mucha presión, poco o demasiado oxígeno. Esto podría aplicarse a la protección de pilotos de avión y también a buzos tácticos o tripulantes de submarinos.

Fenn convenció a Rebeca de estudiar los efectos fisiológicos del oxígeno. Y, a partir de sus investigaciones, ella postuló algo impensado hasta ese momento. Rebeca demostró que los ratones a los que se sometía a grandes presiones de oxígeno vivían menos tiempo que aquellos a los que no. Si, además de consumir más oxígeno, se los exponía a rayos X, la supervivencia era aún más corta. Hipotetizó, entonces, que tanto el oxígeno como las radiaciones ionizantes estaban involucrados en la generación de radicales libres, partículas muy reactivas capaces de multiplicarse rápidamente y dañar los tejidos. Así quedó formulada la teoría de la toxicidad del oxígeno o, para hacerle justicia a su creadora, la Teoría de Gerschman.

En 1954, publicó la polémica idea en un artículo en Science, una de las más famosas revistas de ciencia. En tan solo cuatro páginas explicó esta teoría y revolucionó el campo de la investigación. Sin embargo, en ese momento no había consenso en la comunidad científica acerca de sus resultados: ¿cómo podía el oxígeno ser tan tóxico si era, a su vez, clave en el metabolismo? Tuvieron que pasar más de quince años para que la Teoría de Gerschman finalmente se aceptara entre los conceptos científicos que gozan de consenso y respeto.

Casi Nobel

Después de publicar su teoría de los radicales libres, Rebeca dedicó los siguientes años a buscar evidencias de la toxicidad del oxígeno en bacterias y otros organismos unicelulares y microscópicos.

Volvió a la Argentina en 1960 para trabajar como profesora en la Facultad de Farmacia y Bioquímica de la UBA, donde se desempeñó por una década. Las restricciones presupuestarias de la época y el país, redujeron notablemente su producción científica: nunca pudo conseguir ni diseñar el instrumento clave para continuar sus investigaciones sobre los efectos del oxígeno.

Por sus avances en el estudio de la radiación ionizante y la toxicidad del oxígeno, y los radicales libres como puente entre ambos, fue propuesta para el Premio Nobel de Fisiología, a principios de los años ochenta. Pero, para entonces, ya se encontraba en un estadio avanzado de anemia aplásica y eso no le permitió entrevistarse con el comité Nobel. Quizá, si hubiese gozado de buena salud, en 1983 habría sido ella, y no Barbara McCormack, la tercera mujer galardonada con el Nobel de Fisiología. O quizá, si lo hubiese ganado un año después, habría sido la cuarta, reemplazando a otro argentino, el químico César Milstein.

Pese a que nada de eso ocurrió, Rebeca fue homenajeada tanto en vida como luego de su muerte. Por ejemplo, durante muchos años fue la única mujer cuyo retrato formó parte del Salón Científicos Argentinos del Bicentenario, inaugurado en la Casa Rosada en 2009. Hoy ya son dos: la física Emma Pérez Ferreira la acompaña.

Pese a vivir en una época en la que las mujeres científicas podían ser nombradas colaboradoras pero no responsables de proyectos, una época en la que los prejuicios seguían siendo muchos, nada de eso la detuvo. Es irónico que, tras haber sido financiada, indirectamente, para contribuir a la creación de armas de destrucción masiva, sus estudios (que ayudaron a entender la anemia y el envejecimiento y a potenciar el tratamiento de ciertos tumores) hayan terminado mejorando la vida de todas las personas.

Más que una mujer de pelo en pecho, Rebeca Gerschman fue una gran mujer de grandes ideas. Ideas radicales.

A hombros de gigantes

Cuando Rebeca publicó su teoría, en 1954, eran tiempos de grandes descubrimientos: apenas un año antes, James Watson y Francis Crick habían publicado un artículo igual de breve e igual de revolucionario en Nature, otra revista prestigiosa, explicando la estructura del ADN. Para lograr este hito fundacional de la biología molecular que les valió un premio Nobel, los ingleses utilizaron el trabajo de la cristalógrafa Rosalind Franklin, sin mencionarla, sin citarla ni agradecerle.

Rebeca, en cambio, tuvo la humildad que a ellos les faltó. En su artículo, la científica argentina hizo mención explícita a que su teoría combinaba experimentos propios y una integración de conocimientos generados por otras personas.

Esta historia forma parte del libro de Científicas de Acá, que pueden conseguir por acá:

Referencias:

  • Cornejo, Jorge Norberto. Rebeca Gerschman: ideas de una científica argentina, 2015, Asociación Argentina para el Progreso de las Ciencias.

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Julieta Alcain
Científicas de Acá

Soy bióloga, pero no sé qué le pasa a tu potus ni puedo operar a tu gata ni tengo nada que ver con el mar. Comunicadora de la ciencia en entrenamiento.