Sara Bartfeld de Rietti: Latinoamericanista y feminista

Julieta Alcain
Científicas de Acá
6 min readMay 28, 2021
Ilustración: Andrea Cingolani

En la década de 1960 se desarrolló, en nuestro continente, una corriente de pensamiento que posteriormente fue llamada PLACTS: Pensamiento Latinoamericano en Ciencia, Tecnología y Sociedad. Pertenecieron a ella grandes intelectuales argentinos, como Rolando García, Amílcar Herrera, Jorge Sábato y Oscar Varsavsky. Pero no eran los únicos. También participaron mujeres. Mujeres aguerridas y comprometidas, como Sara.

Sara Rietti alguna vez se definió como doblemente diferente de los estereotipos del científico: por ser mujer y por ser latinoamericana. Luchó por una ciencia al servicio de la sociedad con las preguntas “ciencia, ¿para qué y para quién?” por delante de cualquier actividad.

Entendió que en los países periféricos no puede hacerse ciencia con los mismos modelos y estándares que en los países centrales y dominantes, porque los problemas, las metas e intereses son distintos. Y ese fue el espíritu que guió su carrera científica y política.

Este mundo se va al carajo y Latinoamérica es la alternativa. La cultura eurocéntrica no ve el problema, no imagina otro proyecto. El pensamiento latinoamericano tiene la capacidad de conducir un modelo científico tecnológico diferente, en Latinoamérica estamos en condiciones de ser interlocutores de una ciencia que es destructiva y decir ‘no, por acá no va’. Nuestro desafío es que, a partir de la acentuación de las desigualdades en las relaciones de poder, su comprensión se hace más evidente”.

Hija de un padre ucraniano y una madre polaca, Sara –nacida con el apellido Bartfeld– hubiera querido estudiar filosofía, historia o ciencia política, pero el mandato familiar la llevó hacia la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales (FCEN) a estudiar química, como su prima. Allí fue donde despertó su compromiso político y también donde conoció a su marido, Víctor Rietti, padre de su hijo y sus dos hijas, y portador del apellido con el que la conocemos.

Lo que no hizo allí fue recibirse. A mediados de la década de 1950, por la presión ejercida por el peronismo, hubo una renuncia masiva de docentes de esa facultad. Entre ellos, el profesor de Fisicoquímica, su última materia. Terminó rindiendo el final en la Comisión Nacional de Energía Atómica y convirtiéndose así, casi por casualidad, en la primera química nuclear del país.

Partir y repartir

Un año más tarde, comenzó su doctorado. A lo largo de casi una década se dedicó a estudiar los hidruros de boro, compuestos usados en la tecnología aeroespacial. Finalmente, obtuvo su título de doctora en 1963.

Trabajó como docente e investigadora en el departamento de Química Inorgánica y Fisicoquímica en la FCEN de la Universidad de Buenos Aires, que por aquel entonces no estaba en Ciudad Universitaria, donde se ubica hoy, sino en la Manzana de las Luces, en el centro porteño.

El 29 de julio de 1966, Sara vivió en primera persona la fatídica Noche de los Bastones Largos. Estaba en la Facultad con Víctor, sus colegas y el decano Rolando García cuando la policía entró a los golpes. Después de este episodio, muchas personas tuvieron que exiliarse.

Sara no solo no se fue, sino que se aseguró de que quienes dejaban el país lo hiciesen dentro de Latinoamérica. Organizó los exilios en tres corrientes: Venezuela, Chile y Brasil. Para ella era fundamental que quienes partían no lo hicieran hacia los países centrales. Sabía que, de ser así, costaría más que volvieran a la Argentina. Además, se encargó de que se rearmaran los grupos de investigación en el exilio, para que no se perdieran las líneas de trabajo que estaban floreciendo antes del sangriento episodio.

Con quienes se quedaron, creó el Centro de Estudios en Ciencia. También ocupó un lugar destacado en el consejo directivo del Centro Editor de América Latina, creado por Boris Spivacow, y en el Centro de Planificación Matemática dirigido por Oscar Varsavsky.

Quedarse para resistir

Cuando, en 1976, una nueva dictadura mucho más sangrienta que la anterior sacudió a la Argentina, Sara estaba trabajando como directora de coordinación en el INTI. “Junto a mucha gente salvajemente desaparecida, también desapareció cualquier forma de pensamiento alternativo”, dijo en una entrevista. Pero esta vez tampoco se exilió: se refugió trabajando en un proyecto ambiental hasta que, en 1983, volvió la democracia y con ella las instituciones.

Manuel Sadosky, otro científico que compartía muchas de las ideas del PLACTS, asumió como secretario de Ciencia y Tecnología del presidente Raúl Alfonsín. Sara fue su jefa de Gabinete y se encargó, como ya lo había hecho casi veinte años atrás, de organizar el viaje de sus colegas. La diferencia era que esta vez no se iban: volvían, desde el exilio a su tierra.

Tiempo después, regresó a trabajar en la universidad donde, según dijo, tuvo que dejar pasar mucho tiempo, aun en democracia, para poder volver a hablar, opinar y disentir con soltura. Desde 1991 se hizo cargo de la maestría en Política y Gestión de la Ciencia y la Tecnología, la más antigua de la Universidad de Buenos Aires.

Sacar la ciencia a la calle

Sara vivió defendiendo la bandera de la democratización del conocimiento. Para ella, la participación de toda la sociedad en las decisiones científicas era una prioridad, en especial la de las poblaciones afectadas más directamente por los nuevos desarrollos tecnológicos. Para garantizar este diálogo, para lograr que la ciencia tuviera identidad y valor social, un punto clave –sostenía– era el de la evaluación científica.

El trabajo científico es evaluado sobre la base de la cantidad de artículos publicados y la relevancia de las revistas en las que se publican. Dado que, en general, las revistas consideradas más importantes suelen ser europeas o estadounidenses, es lógico que se busque publicar allí. Esto condiciona la elección de los temas de investigación: los problemas que tocan más de cerca a nuestra región, como por ejemplo el Chagas (enfermedad endémica en Latinoamérica), no tienen atractivo para las revistas que dominan la lista. Frente a esta situación, que al día de hoy sigue manteniéndose, Sara propuso crear revistas científicas locales y otorgar mejores puntajes a quienes publicaran en ellas. También sugirió dar puntos extra a quienes dedicaran parte de su tiempo a la divulgación científica, en pos del objetivo fundamental de comunicación con la sociedad.

Sara falleció el 28 de mayo de 2017, pero su lucha sigue presente en jóvenes que buscan sacar la ciencia de los laboratorios y llevarla a las calles, a los pueblos, a los barrios, donde están las comunidades a las que debe responder y defender. Sosteniendo las ideas que Sara reivindicó hasta el final, ofreciendo miradas alternativas, pensando nuevos modos de gestión, cuestionando la idea de la neutralidad de la ciencia y, sobre todo, luchando por un quehacer científico digno, en la Argentina y en Latinoamérica.

Ilustración: Andrea Cingolani

El costo de mimetizarse

Sara nunca negó las desigualdades entre los varones y las mujeres en ciencia. Denunció el “techo de cristal”, pero también planteó una interpretación alternativa: “He conocido mujeres distinguidas que no tienen ganas de seguir ese juego. Lo consideran un castigo, no toleran esa competencia tan dura, el clima asfixiante, la visión absoluta de los problemas. También se podría interpretar que las mujeres dejamos la competencia para los varones. A veces me inclino a pensar que les dejamos las cosas más feas, las más duras. No es que nos las quitan, las cedemos”.

Sara trazaba un interesante paralelo entre las mujeres y los países periféricos respecto a su posición frente a la ciencia: ambos colectivos hacen un esfuerzo por “parecerse”, ya sea a los varones o a los países del primer mundo. Ella insistía en realzar y sostener la diferencia de género tanto como el latinoamericanismo: “El costo de la mimetización es que se pierda para todos, mujeres y varones, una cuota importante de creatividad, una expresión diferente de ver la realidad que enriquece el conocimiento. Una forma distinta de hacer ciencia que se manifiesta mayormente en la elección de los temas, en las preguntas que se formulan, en los modelos y metáforas que se despliegan para forjar las explicaciones”.

Agradecemos especialmente a Alicia Massarini por su generosidad al ayudarnos a reconstruir esta historia.

Esta historia forma parte del libro de Científicas de Acá

Lo podés comprar acá:

Fuentes

--

--

Julieta Alcain
Científicas de Acá

Soy bióloga, pero no sé qué le pasa a tu potus ni puedo operar a tu gata ni tengo nada que ver con el mar. Comunicadora de la ciencia en entrenamiento.