Lenguaje totalitario express

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3 min readDec 4, 2017

Hace unos años, Hannes Maeder, articulista de la revista Humboldt, publicó un interesante ensayo que intituló El lenguaje en el Estado totalitario, el cual basó en experiencias extraídas del discurso político que se manejó en el Tercer Reich y de forma subsiguiente en el sistema de corte socialista marxista que imperó en la antigua Alemania Oriental, mal llamada “república democrática”. Para Maeder en ambas expresiones totalitarias siempre hubo un predominio de una oratoria caracterizada por un estilo declamatorio que se expresaba con mucha altisonancia utilizando estratégicamente arengas, lugares comunes, consignas repetitivas y muchas falacias en las que se apoyaba la argumentación.

En sus actos de desfiguración de la historia, las cosas y acontecimientos no son como fueron sino como quienes gobiernan quieren que sean

Así, el discurso político se convirtió en un dispositivo de propaganda triunfalista en cuyos contenidos se hacía énfasis en que lo “nuestro” era lo perfecto y lo bueno, en cambio lo “contrario” se convertía en lo malo, defectuoso e injusto, apelando para reforzar tales elementos al ataque despiadado hacia el “enemigo” traducido en achacarle lo negativo y descalificándolo política y moralmente. Maeder señala que tal estructura discursiva — que ha trascendido a tiempos y espacios hasta llegar a nuestros días — tiene por objeto generar y desarrollar un proceso de ideologización constante con el consiguiente falseamiento y deformación dialéctica de los conceptos, lo que se convierte en un desprecio por la lógica. En ese sentido, este tipo de retórica apela al falseamiento de la historia, crea héroes y demonios, con el acompañamiento de una obsesión estimativa y apasionada en la que entran en juego la desaparición de los términos medios y la humana equidad se esfuma. En sus actos de desfiguración de la historia, las cosas y acontecimientos no son como fueron sino como quienes gobiernan quieren que sean. En ese aspecto se apela a juicios de valor muy temerarios en los que se juega con las falacias ad ignorantiam y ad populum. Decir por ejemplo que ahora, en socialismo, no hay crema dental porque “el pueblo” se cepilla los dientes tres veces al día, es un prototipo de reciente data o afirmar ante organismos internacionales que antes el venezolano comía una vez al día y ahora, en socialismo, lo hace tres y más veces es otra muestra de estas prácticas retóricas, como lo es recordarle que se debe comer “con modestia” o que las infamantes colas son “sabrosas”. La mentira es convertida en “verdad” y la verdad en mentira. Se trata de una suerte de prestidigitación demagógica, politiquera e inmoral a la cual se apela con el mayor cinismo y falta de respeto al receptor. La Venezuela de hoy constituye un interesante muestrario.

Respecto este fenómeno Maeder dice en su ensayo.

Se utilizan consignas mágicas. Se dicta el pensamiento, se dicta la opinión. Se determina lo que hay que pensar y cómo hay que pensar sobre un tema determinado. A quien critica se le tilda de saboteador, francotirador, terrorista. Adjetivos no faltan. No se habla al intelecto, a la razón, sino a la voluntad, a la pasión. Se habla y se escribe para imponer un criterio, no para exponer un modo de pensar. El idioma es un mero instrumento de dominio porque con las palabras se gobierna a los hombres y hasta se les hipnotiza a base de metáforas más o menos sugestivas o sugestionadoras. La palabra transparente, vehículo del pensamiento, reflejo de los hechos, cede ante el vocablo intencionalmente cargado de color, vehículo de la voluntad dominadora.

A ello habría que agregar que este tipo de discurso en su expresión violenta, agresiva y chabacana sustituye el diálogo por el grito, las palabras correctas por palabrejas, el respeto hacia el otro por el insulto. Igualmente se convierte en plataforma para sostener un culto a la personalidad de líderes vivos o muertos que pretende ser impuesto por todos los medios posibles.

Finalmente, Maeder manifiesta que el formulismo de esta retórica lleva a sostener que el partido y el sistema en el poder se convierten en guardianes supremos de todos los valores de la patria en un ejercicio en el que el mito trata de sustituir a la realidad, la formula a la idea, lo totalitario a lo democrático, la alienación a la libertad.

Autor invitado: Diego Márquez Castro. dmarquezcastro@yahoo.com

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