Ciudades radicales. Un viaje a la nueva arquitectura latinoamericana

Reseña del ensayo de Justin McGuirk

Antonio Moya
Ciudad Poliédrica

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¿Cómo se debe abordar la ciudad informal en el siglo XXI? El escritor y crítico de arquitectura Justin McGuirk es consciente de que no existe una solución perfecta para el problema generalizado de la división y la desigualdad social que existe en todas las grandes ciudades latinoamericanas entre la ciudad formal –programada, ordenada, con dotaciones y acceso a los servicios básicos– y la informal –espontánea, auto-construida y auto-regulada, con déficit de servicios–; pero confía en el poder transformador del urbanismo crítico para atajar algunas de las mayores deficiencias. En su libro Ciudades radicales, McGuirk presenta un buen surtido de proyectos urbanos, arquitectónicos e incluso políticos desarrollados en diferentes países en Latinoamérica durante la segunda mitad del siglo XX. Ninguno de esos proyectos es perfecto, y algunos incluso acaban siendo contraproducentes, pero de cada uno de ellos se pueden extraer conclusiones positivas que, tal vez, arrojen algo de luz sobre el urbanismo del siglo XXI.

Ya en los años 60, el arquitecto inglés John Turner se propuso entender las barriadas informales no como problemas que se debían erradicar, sino como “soluciones creativas y eficientes para las necesidades de los pobres”. En cierto modo, Turner todavía pertenecía a una generación de arquitectos con un fuerte compromiso social, anterior a la era de los iconos al servicio del Poder, que ha dado lugar en las últimas décadas a una arquitectura especulativa que llegó a culminar en el bien conocido fenómeno del espectáculo arquitectónico. McGuirk confía no obstante en que ya se esté superando la etapa de la arquitectura como emblema de los poderes dominantes para dar paso a una nueva generación de profesionales con cierto perfil de “activistas”, vinculada a la política y dispuesta a estudiar y ensayar nuevas soluciones espaciales para los problemas sociales del siglo XXI.

“Si el crecimiento fue el paradigma del siglo XX, parece que la condición básica del XXI podría ser la escasez.”

Precisamente en un contexto de escasez, Latinoamérica se presenta como un referente para nuevos modelos posibles. Una vez superada la errónea interpretación de la ciudad informal como un estado “pre-formal” que se debe resolver, es posible extrapolar conceptos de unos entornos urbanos a otros para que millones de familias puedan salir adelante en un mundo dominado cada vez más por los intereses privados. La propuesta de McGuirk pasa precisamente por estudiar, desde una crítica constructiva, algunas de las experiencias latinoamericanas más transformadoras de las últimas décadas.

MÉXICO

Tlatelolco

El primer ejemplo es el de Tlatelolco –un barrio hoy tristemente recordado por la terrible matanza de estudiantes que tuvo lugar en la plaza principal en el 68–, un descomunal proyecto de vivienda social del arquitecto Mario Pani en el que trató de importar la estética brutalista europea y los principios higienistas al pleno centro de México DF. En los años 50, se presentaba el crimen como “una consecuencia inevitable de la pobreza”, de modo que buena parte de las políticas sociales se dirigió a erradicar los focos problemáticos de pobreza concentrados en barrios chabolistas. El urbanismo formal prometía ser la herramienta idónea para lograrlo. Desafortunadamente, el resultado del proyecto de Tlatelolco fue la expulsión de los habitantes del barrio hacia las afueras de la ciudad, y en su lugar los nuevos bloques de vivienda fueron ocupados en su mayoría por funcionarios. Hoy el barrio ofrece un aspecto extraño: los edificios, ya de por sí intimidantes, sufrieron grandes desperfectos en el terremoto de 1985 y se han ido degradando desde entonces, pero su poco acogedor aspecto se ve compensado por la naturaleza que se ha abierto paso más o menos espontáneamente entre el duro hormigón.

ARGENTINA

Conjunto Piedrabuena

De entre las villas miseria de Argentina, Justin McGuirk visita el Conjunto Piedrabuena, diseñado a finales de los años 70 bajo la dirección del arquitecto uruguayo Rafael Viñoly, quien ha pasado de trabajar –en un reflejo del cambio que ha experimentado la profesión del arquitecto– en proyectos de vivienda social a proyectos para grandes multinacionales occidentales. El Conjunto Piedrabuena es una gigantesca mole compuesta por varios edificios a medio terminar donde se ha desarrollado un sentimiento de comunidad propio. Según McGuirk, el fracaso de este tipo de conjuntos no es arquitectónico, sino político, ya que estos megaproyectos “se entendieron como excepciones caras y no como inversiones a largo plazo”. El sistema no contaba con los mecanismos necesarios para gestionar los nuevos barrios ubicados en la periferia. El autor explica que este urbanismo dirigido enteramente de arriba abajo “era destructivo y éticamente cuestionable”. Afortunadamente, las personas siempre tratan de encontrar los recursos para sacar adelante sus entornos, de modo que son los procesos de urbanismo informal los que se encargaron de subsanar de la mejor forma posible estos megaproyectos planteados desde la más pura formalidad.

Alto Comedero

La contrapartida al Conjunto Piedrabuena la pone el movimiento Túpac Amaru –que debe su nombre al descendiente de un rey Inca en el siglo XVIII–, cuyo centro neurálgico se encuentra ubicado en San Salvador de Jujuy. Bajo el mandato de la fundadora de este movimiento autogestionado, la dirigente política y social Milagro Sala, en Jujuy se ha dado vivienda a decenas de miles de personas sin contratar a arquitectos ni constructoras. Con los subsidios que reciben del gobierno argentino, en Túpac Amaru han desarrollado un plan de empleo que contrata a los propios inquilinos para construir sus futuras casas. Y no solo eso, en Alto Comedero, un sector ubicado próximo a la ciudad de San Salvador, tienen en el centro del barrio hasta su propio parque acuático: “las piscinas son una forma relativamente barata de hacer que la gente se sienta rica”. También han levantado sus propias fábricas para abastecer a los vecinos de Jujuy de todo tipo de productos básicos, desde uniformes escolares hasta ladrillos. Se ha generado una sensación de “logro colectivo”. Sin olvidar que muchas de las prácticas que tienen lugar bajo la coordinación de Túpac Amaru son oscuras –casi mafiosas–, McGuirk se plantea si este modelo de autogestión podría funcionar a la escala de una ciudad completa sin renunciar a los principios de la sociedad contemporánea.

“Es increíble ver lo que puede conseguirse con fondos públicos cuando estos son entregados directamente a una comunidad bien organizada”.

PERÚ

PREVI

En 1960, el arquitecto John Turner construyó las controvertidas barriadas de Lima. Su objetivo era habilitar grandes superficies de la ciudad para que la gente pobre construyera sus propias casas, sin esperar a los grandes proyectos de urbanizaciones asépticas promovidos por algún gobierno. Vivir en una chabola autoconstruida cerca del centro era infinitamente mejor que ser realojado en una vivienda social en la periferia. Turner, desde su postura anarquista, defendía el “valor de uso” de las viviendas de los pobres frente al generalizado “valor de mercado” propio del sistema capitalista. Desgraciadamente, este filosofía de corte social sirvió para eximir en lo sucesivo a los gobiernos de la obligación de afrontar de alguna manera el problema de la vivienda.

Antes de que esto ocurriera, en un barrio al norte de Lima tuvo lugar el único proyecto de vivienda social en la historia del urbanismo en el que participaron simultáneamente las principales figuras del panorama internacional: James Stirling, Aldo van Eyck, los metabolistas, Charles Correa, Christopher Alexander y Candlis Josic Woods, entre otros. El Proyecto Experimental de Vivienda, o PREVI, se impulsó bajo el mandato de un presidente arquitecto, Fernando Belaúnde Terrry, y contaba con fondos de la ONU para su ejecución. El PREVI se concibió como un barrio formal que podía crecer hacia arriba informalmente. Durante la primera fase del concurso, cada equipo participante diseñaba una manzana en previsión de su futura adaptabilidad a las demandas de los inquilinos. El PREVI se convirtió en una suerte de laboratorio urbano que huía de la estandarización. Después, nunca tuvo lugar la segunda fase, en la que se debían construir miles de unidades del diseño ganador. Hoy, cuatro décadas después, las casas originales apenas resultan reconocibles, e incluso los límites del barrio se difuminan con los de las barriadas adyacentes.

“Ahí radicaba la brillantez del PREVI: estaba diseñado como una plataforma para su transformación. Las casas no eran el objetivo final, sino el principio.”

CHILE

Bebiendo del espíritu del PREVI, los proyectos del arquitecto chileno Alejandro Aravena, recientemente laureado con el Premio Pritzker, son mucho más conocidos. Situado cerca de la playa de Iquique, se encuentra el proyecto de la Quinta Monroy diseñado por el estudio de Aravena, Elemental. La idea es sencilla y radical: como el presupuesto es reducido –consecuencia de una política de subsidios insuficiente–, se construyó solo media casa con los servicios básicos, de modo que cada familia pudiera completarla a medida que prosperase su situación económica. Tras visitar el barrio seis años después de su construcción, y habiendo experimentado muchísimos cambios por parte de los propios vecinos, McGuirk se cuestiona la eficacia de un proyecto de estas características, a menudo promocionado a través de los medios como una panacea para la problemática de la vivienda informal en el mundo, si bien no deja de reconocer la genialidad del planteamiento.

“Esta idea de la vivienda como ‘plataforma’, como sistema ‘abierto’ que permite a los pobres ayudarse a sí mismos, que permite la ‘personalización’ espontánea… todo esto forma parte del atractivo para los observadores occidentales.”

BRASIL

Favela-Bairro

Al principio de este capítulo, el autor plantea si es posible mejorar la calidad de vida de las favelas brasileñas sin someter a sus vecinos a un proceso que terminaría por expulsarlos –como ha ocurrido recurrentemente en muchas ciudades latinoamericanas–, en el contexto de los preparativos para acoger el Mundial de fútbol en 2014 y los Juegos Olímpicos en 2016. McGuirk ironiza con el hecho de que se aprovechen las grandes inversiones propias de una ciudad que prepara sus infraestructuras para las olimpiadas, mientras que en las favelas se continúe aplicando la filosofía de la “acupuntura urbana”: proyectos de poca inversión en lugares estratégicos que supuestamente catalizarán un cambio profundo. El autor defiende que la favela es la ciudad, ya que responde a una “condición urbana primigenia” según la cual se cubren todas las necesidades básicas en un entorno de recursos muy escasos.

Esa postura fue la que se adoptó en la década de los 90 al implementar el programa Favela-Bairro, tras varias décadas tratando de erradicar las favelas –entendidas únicamente como un foco de problemas–. Había que mejorar las favelas a través del diseño e integrarlas en el resto de la ciudad, de modo que se propuso trabajar simultáneamente en varias escalas, desde la estructural –comunicando la favela con la ciudad formal a través de carreteras, escaleras y teleféricos– hasta la local –insertando espacios públicos en la densa trama urbana informal–. Se trataba de desafiar la percepción que se tenía sobre una favela: sus vecinos quieren que se las acepte como “barrios normales”. Tal vez hoy estemos más cerca de lograrlo.

“ ’Tienes que ver la comunidad a través de sus ojos’ (J. M. Jáuregui). Esto es diseño participativo básico, y la esencia misma del método del arquitecto activista.”

VENEZUELA

La pobreza en Caracas no es la falta de bienes, sino de infraestructura. Esa era la premisa del estudio Urban-Think Tank (U-TT) cuando diseñaron el Metrocable. Como en otras ciudades latinoamericanas, en Caracas las políticas urbanas se han centrado en el transporte. Reducir el tiempo de desplazamiento de millones de trabajadores que se desplazan a diario desde los cerros hasta el centro de la ciudad reduce también sensiblemente la desigualdad, ya que “los viajes de dos horas hasta el trabajo que tienen que hacer los pobres es lo que hace que las ciudades latinoamericanas se hallen divididas”.

“El derecho a la ciudad es también el derecho a la movilidad.”

Torre de David

La inacabada Torre de David, un rascacielos en el centro de Caracas, ha pasado de ser un emblema del capitalismo financiero basado en la especulación a un icono mundial de la ocupación informal, auspiciada por la retórica de Chávez que incitaba a la apropiación de inmuebles “ociosos”. Es una forma “frágil e ilusoria” de dar poder a la gente, cuya situación de aparente estabilidad pende continuamente de un hilo. Sea como fuere, la Torre de David se convirtió en una suerte de colmena autoorganizada con 28 pisos –sin ascensor– ocupados por centenares de familias. Funcionaba como un barrio vertical, con una economía cerrada en la que se pagaba con los trabajos de cada habitante, con sus particulares incongruencias internas. La peculiaridad de la Torre de David radicaba en su ubicación: en pleno centro financiero de la ciudad, en el lugar más rico, habitaban algunos de los ciudadanos con menos recursos, que de otra forma estarían viviendo en un cerro de las afueras. (Tras 8 años de ocupación de la Torre, en 2015 terminó el traslado de las familias ocupantes a Ciudad Zamora, en Cúa, estado Miranda).

“Si el siglo XIX había dado a luz a la ciudad horizontal, y el siglo XX a la ciudad vertical, entonces el siglo XXI va a tener que ser para la ciudad diagonal, la que cruza las divisiones sociales.”

COLOMBIA

Mimos en Bogotá

El exalcalde de Bogotá Antanas Mockus, filósofo y matemático, dejó en su ciudad un “legado mental”. Su proyecto político consistió en “una intervención en el ADN moral de la ciudad”. Desde su propia campaña electoral –llevada cabo prácticamente sin financiación–, a través de la que Mockus trató de transmitir que si todo el mundo aporta algo a la ciudad, es justo que espere a cambio algo de ella, puso sus esfuerzos en todo tipo de iniciativas públicas para la concienciación de los ciudadanos en busca de un sentimiento de propiedad colectiva, “una visión compartida de la ciudad”. Con este fin, Mockus creó en el ayuntamiento el Observatorio de Cultura Urbana. Algunas de sus iniciativas fueron muy pintorescas: mimos en lugar de policías como representantes de la autoridad; tarjetas rojas y blancas repartidas a los ciudadanos para que unos conductores sancionaran o premiaran a otros tras una mala o buena conducta; la declaración de la ciudad como “espectáculo público” para obligar a que se prohibieran las armas. En definitiva, con un uso mínimo de recursos –gracias a lo cual saneó las arcas de la ciudad que había heredado con déficit–, las políticas de Mockus y su gobierno consiguieron cambiar el comportamiento de la gente.

El Transmilenio

Su sucesor, Enrique Peñalosa, invirtió buena parte del dinero recaudado por la administración anterior en un ambicioso plan de movilidad, que incluyó desde la implantación del servicio TransMilenio hasta la construcción de casi 300 km de carriles bici por Bogotá y varios cientos de km de aceras adecuadas para los peatones. Peñalosa se enorgullecía de que después de las nuevas infraestructuras fueran los pobres los que se movieran rápido por la ciudad. Mockus y Peñalosa constituyeron un sorprendente tándem en el que se combinaron con éxito los legados intangible y tangible.

“Una cultura de buena ciudadanía no es solo un medio para conseguir un fin; es un fin en sí mismo.”

La ciudad de Medellín es un caso de estudio internacional. Nuevas generaciones de arquitectos y urbanistas están diseñando modernos proyectos para transformar por completo la ciudad, que ha pasado de ser la cuna del narcotráfico a un referente mundial de renovación urbana. Justin McGuirk, no obstante, no atribuye tanto el éxito a los proyectos arquitectónicos como a la política que hay detrás y que ha generado el marco para que estos se ejecutaran, con la colaboración de una comunidad comprometida con todo el proceso. Esta política se ha venido a denominar “urbanismo social” –término acuñado por el arquitecto austríaco Karl Brunner en la década de 1930–. Fue otro matemático, el alcalde Sergio Fajardo, quien decidió concentrar la mayor parte del presupuesto de la ciudad en los barrios más pobres. Se creó la Empresa de Desarrollo Urbano, dirigida por el arquitecto Alejandro Echeverri, desde la que se impulsaron diversos “proyectos urbanos integrales”. Así se construyó, por ejemplo, la Biblioteca España, obra del estudio de Giancarlo Mazzanti: un icónico edificio ubicado en lo alto de un cerro que permite el acceso a la cultura a algunas de las familias más humildes de la ciudad.

“Medellín ha sido pionera en una forma de sociedad público-privada en la que la motivación del sector privado no era, por una vez, el lucro.”

“Lo que sucedió en Medellín fue una oleada de filantropía cívica de un calibre que aún estamos por ver en países europeos sumidos hoy en las políticas de austeridad.”

“La lección de Medellín no está en el poder de las bibliotecas y las plazas, sino en la red de agentes políticos, civiles y empresariales que dieron lugar a ellas.”

MÉXICO

San Diego — Tijuana

El caso de Tijuana es especialmente sorprendente y representativo: la frontera entre Tijuana y San Diego simboliza la línea imaginaria que divide “el norte y el sur global, el mundo desarrollado y el mundo en vías de desarrollo”, dependientes el uno del otro. Teddy Cruz, arquitecto y catedrático de cultura pública y urbanismo en la Universidad de California, dirige en el ayuntamiento de San Diego el Laboratorio de Innovación Cívica, desde el que implementan políticas inspiradas en los casos de Bogotá y Medellín para superar la polarización y promocionar una cultura de inclusión y cooperación.

“¿Pueden las ideas cruzar esa frontera, al igual que lo hace la mano de obra? ¿Puede Estados Unidos, que ha exportado una perniciosa cultura neoliberal al continente que tiene debajo, ganar a cambio algo menos destructivo? ¿Puede el sur de California aprender de Latinoamérica?”

A través de estas preguntas retóricas, McGuirk resume el propósito de su libro: aprendamos de Latinoamérica. El caso de Tijuana es emblemático por cómo, a lo largo de los años, se ha desarrollado toda una “economía informal” a través de la que la gente es capaz de sacar adelante hasta los lugares menos prometedores desde un punto de vista social:

“El cambio social y la creación de una ciudad más equitativa no reside en la construcción de buenos edificios, sino que más bien son cuestión de imaginación cívica”.

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Antonio Moya
Ciudad Poliédrica

Architect & Musicien working for social urban innovation