Cuando los niños dicen: ¡BASTA!
Reseña del ensayo de Francesco Tonucci
¿Por qué escuchar a los niños? Es la pregunta que plantea el psicopedagogo Francesco Tonucci en la introducción de su libro “Cuando los niños dicen: ¡Basta!”. Tonucci ofrece tantos argumentos que uno se plantea la pregunta contraria: ¿por qué NO escuchar a los niños? ¿En qué momento nos hemos vuelto tan insensibles como sociedad hacia ellos? El colectivo de los niños es, tal vez, el que mejor representa al conjunto de colectivos desfavorecidos de la sociedad actual; es decir, todos los grupos sociales a excepción del más poderoso: el del adulto varón con trabajo, casa y coche para el que seguimos empecinados en diseñar y acomodar nuestras ciudades…
A través de un lenguaje llano y conciso, Tonucci nos convence de que diseñar la ciudad con y para los niños nos beneficiaría a todos, porque ellos saben que, para estar bien, necesitan estar rodeados de adultos felices y cómodos en sus entornos. Esta tesis ha quedado demostrada en las propuestas lanzadas por los consejos de niños creados a partir del proyecto de Tonucci “La ciudad de los niños”: sorprendentemente, las ideas de los ciudadanos más pequeños son mucho más inclusivas que las de los adultos, y a menudo coinciden con los principios básicos de sostenibilidad que cada vez escuchamos con más frecuencia.
¿Qué significa que un niño diga “basta”? Precisamente, el niño debe poder expresarse y quejarse cuando es niño, para no acumular su malestar y explotar cuando sea adulto -cuántos conflictos se habría ahorrado la humanidad si mucha de la gente más poderosa de la historia hubiera recibido mucho más afecto y se hubiera podido quejar desde pequeña-. Porque el niño no conoce el futuro; vive en el presente, quiere ser feliz en cada instante y necesita resultados inmediatos:
“Para los niños, los débiles, los pobres, existe solo el presente y se sienten perdidos si se les priva de él”.
Escuchar a los niños no consiste en dejar que hablen, sino en crear situaciones propicias, a través de los medios que les resulten más cómodos, para que se expresen, para que razonen sobre lo que conocen y adopten posturas críticas respecto a los temas que les afectan. Los adultos debemos comprender que necesitamos a los niños para mejorar nuestras ciudades y hacerlas más amables, y debemos invertir tiempo y esfuerzo en convertir a los niños en ciudadanos de primera. Cuando crezcan, se sentirán parte de la ciudad que ellos mismos han ayudado a construir.
Los niños pueden opinar sobre todo tipo de problemas en la ciudad, “porque también ellos los viven como cualquier otro ciudadano”. Y aunque a menudo sus propuestas pueden parecernos triviales, debemos superar nuestra actitud paternalista hacia ellos y comprender el trasfondo profundo y elemental que se esconde en ellas:
“Los niños deben jugar donde pueden jugar.”
Afirmaciones como las de este niño de Ponticelli, un barrio periférico de Nápoles, nos deberían sonrojar y hacernos ver el absurdo al que hemos llegado en la sociedad contemporánea. Porque un niño no es una mascota, ni debe jugar confinado en un parque cutre diseñado por adultos desmotivados, sino que debe jugar donde sea posible jugar, y los adultos tenemos que permitírselo y animarles a que lo hagan.
Con ejemplos tan contundentes como este, Tonucci desglosa este ensayo, como si se tratara de un manual, en una serie de propuestas para hacer la ciudad más amable para los niños, y por consiguiente, para toda la sociedad. Cada capítulo sigue la misma estructura: un título sencillo y sugerente, la cita de un niño relacionada con el tema que se va a tratar y un gracioso e ilustrativo dibujo del propio Tonucci. El autor evita los devaneos teóricos y busca las propuestas concretas. De ahí que la segunda parte de cada capítulo siempre responda a la pregunta “¿qué podríamos hacer si escuchásemos a los niños?”. De este modo, Tonucci trata de justificar las bondades que tendría aplicar las medidas que él propone, que son de tanto sentido común, que cuesta entender por qué nos esforzamos tanto en no aplicarlas. He aquí algunos de los temas propuestos por el autor, en concreto aquellos que más directamente afectan a cuestiones urbanas.
EL JUEGO EN LA CIUDAD
EL DERECHO AL JUEGO
“Se ha preferido definir una serie de límites al juego de los niños para asegurar la tranquilidad de los adultos y transformar las plazas y los patios comunitarios en aparcamientos, más que dejarlos como espacios de socialización, de encuentro y de juego para todos los ciudadanos.”
Desde el principio del libro, Tonucci apela a la Convención internacional sobre los derechos del niño, aprobada por las Naciones Unidas en 1989. En este capítulo, el autor pide a los alcaldes que revisen los estatutos municipales para respetar los artículos de dicha Convención, en especial al artículo 31, en el que básicamente se exige que se respete el derecho al juego del niño, y se dejen de poner más y más barreras en la ciudad que impiden que se cumpla. Aunque parezca impensable -porque un adulto no está dispuesto a renunciar a la plaza de aparcamiento que tiene más próxima a su casa-, tal vez podríamos promover un uso alternativo a lugares indefinidos de la ciudad, como descampados y solares, para que los niños puedan colonizarlos y jugar sin normas ni restricciones. Como bien sabe Tonucci, es necesario luchar contra “la egoísta defensa de la propiedad privada por parte de los adultos”, que deben saber ceder terreno ocupado del espacio público para el bien común.
DÓNDE SE PUEDE JUGAR
“No es absolutamente necesario que siempre haya exclusivamente espacios verdes para jugar; hay juegos que exigen la acera, las escaleras, el cobertizo.”
Como antaño en los pueblos, cualquier lugar de la calle es bueno para improvisar algún juego entre varios niños. Tonucci incluso propone a administradores y proyectistas urbanos que renuncien a diseñar, proyectar y ejecutar espacios de juego para los niños, que por lo general son repetitivos, programados y aburridos. El tablero de juego para el niño podría llegar a ser todo el espacio público, aunque nos hayamos resignado a limitarlo en favor del tráfico rodado y queramos justificar el acotamiento de parques infantiles por cuestiones de seguridad. Si, por imperativo del modelo urbano que nos hemos autoimpuesto, no queda más remedio que diseñar un parque en el que poder jugar tranquilamente, el niño lo diseñará mejor que el profesional, casi con toda seguridad. Tonucci afirma que cuando los niños proyectan espacios, son conscientes de que deben diseñarlos para todos, pues no olvidan que los padres y abuelos que necesariamente los van a acompañar deben estar cómodos el tiempo que permanezcan ahí; “por eso, proponen a menudo instalar una pista de bolos, mesas para jugar a las cartas o simplemente bancos a la sombra para los abuelos, […] se preocupan por que no haya obstáculos para quien está obligado a moverse en silla de ruedas, etc“.
“Es extraño observar que los niños proyectan espacios para todos y los adultos acaban por proyectarlos para nadie.”
JUGAR GRATIS
“En todos los ayuntamientos, podrían preverse horarios de uso gratuito, por parte de los niños, de las estructuras de propiedad municipal concedidas para su gestión a diversas instituciones.”
A menudo caemos en el error de pensar que el “espacio público” es aquel que queda entre edificios o lugares claramente delimitados por muros o vallas. Sin embargo, forman parte de la estructura pública multitud de edificios, parques e incluso complejos multifuncionales cuyo uso está restringido a determinadas personas y en franjas horarias muy concretas. Quién no ha pensado alguna vez que los patios de los colegios públicos podrían ser lugares de ocio perfectos para los niños los fines de semana, por ejemplo. No es una cuestión de presupuesto ni gestión, sino de voluntad política y exigencia ciudadana.
JUGAR SEGUROS
“Para los niños, salir [de casa] es una necesidad irrenunciable y, por tanto, las calles deben ser más seguras, los conductores menos prepotentes y las personas deben ayudarlos y no crear problemas.”
En la sociedad moderna del miedo y el control, se educa a los niños -los futuros adultos, debemos recordar- en la desconfianza y en la sensación de inseguridad -una inseguridad prácticamente inexistente en la mayoría de ciudades del mundo occidental-. Si un niño se pierde o está en apuros en la ciudad, debe confiar en los adultos y pedir ayuda a la primera persona que encuentre, que con toda seguridad le va a ayudar. Los niños no tienen prejuicios ni tienen predisposición a desconfiar de las personas, como sí hacemos los adultos. Sorprenden observaciones como estas, en relación a las personas que piden o roban dinero, que deberían avergonzarnos a los adultos: “nos asaltan porque tienen hambre o porque son drogadictos y entonces hay que ayudarlos, de tal modo que no tengan hambre, o hay que curarlos de la droga”. Para recuperar la confianza entre ciudadanos, sobre todo en las grandes ciudades, debemos promover que los niños puedan salir solos de casa con seguridad, “hay que ayudar a las ciudades a que vuelvan a habituarse a que los niños estén en la calle”.
MOVILIDAD INFANTIL
A PIE
“Para el niño, desplazarse es un trayecto, un itinerario hecho de muchos puntos intermedios, cada uno de los cuales es más importante que el punto de llegada, que representa sólo el final de los descubrimientos y de la aventura. Exactamente lo contrario que el adulto.”
Las prisas, el frenesí de la ciudad, el cumplimiento de horarios… Son imposiciones de los adultos en buena medida artificiales. No privemos a los niños del placer de descubrir su ciudad al llevarlos en coche a todos lados. No tratemos a los niños como futuros conductores ni les enseñemos desde pequeños las típicas normas de seguridad vial creadas para dar prioridad al coche. Mostrémosles la riqueza de la movilidad, eduquémosles en el placer de trasladarse a pie o en bici, promovamos que vayan solos a la escuela, sin sus padres. Cuando todos esos niños crezcan y acaben teniendo cargos de responsabilidad en la ciudad, los sistemas de movilidad que hayan experimentado de pequeños determinarán en buena medida la predisposición que tendrán bien para luchar por modelos de ciudad más sostenibles y saludables para todos o bien para consolidar y perpetuar los modelos que ya conocemos…
LA BICICLETA ES MÁS DEMOCRÁTICA
“Quien administra la ciudad debería insistir en las prioridades que hoy probablemente guían la vida de los ciudadanos: tiempo, comodidad, seguridad y salud.”
En aras de una supuesta mayor productividad, estamos hipotecando nuestras vidas sin ser del todo conscientes como sociedad. Nos creemos libres, cuando en realidad estamos sujetos a un sistema cada vez más frenético en el que la felicidad y la salud quedan relegadas a un segundo plano. Tonucci no descubre nada nuevo, pero hace bien en recordarlo, cuando afirma que la bicicleta “se considera el verdadero vehículo urbano del futuro y no un nostálgico y arcaico recuerdo del pasado”: es rápida, no ocupa espacio, no contamina y usarla es buena para la salud. El automóvil privado solo cumple la primera de las cuatro características. Es cierto que el coche es eficaz como vehículo interurbano, pero dentro de la ciudad, en las horas punta, puede llegar a ser incluso más lento que la bici. Y sin embargo hemos diseñado todo lo inimaginable para que pueda llegar a casi cualquier rincón de la ciudad en nombre de una pretendida comodidad individual. Bravo, ser humano, eres un ejemplo de altruismo.
A LA ESCUELA VAMOS SOLOS
“Muy pocos niños pueden vivir de modo autónomo el breve desplazamiento de casa a la escuela. Este comportamiento, hace pocos años considerado habitual, hoy se considera prácticamente imposible.”
Esta iniciativa es conocida y afortunadamente ya se está implementando en muchos municipios por todo el mundo (actualmente estoy colaborando precisamente en el proyecto PAS A PAS, Caminos Escolares en la localidad de Jávea). No solo hay que incentivar que los niños puedan llegar caminando a la escuela, sino que deben hacerlo en compañía de otros niños, porque, como dicen “así podemos hablar entre nosotros”. Qué diferencia entre el aburrido trayecto en el asiento trasero del coche y la aventura y la emoción de ir caminando o en bici junto a los compañeros del colegio… El niño de la ciudad de hoy adolece de una enorme falta de autonomía que acaba perjudicando a todos: a los padres, por el tiempo que deben invertir en encargarse de ellos a tiempo completo, y a los niños, por todas las experiencias que se están perdiendo y que nunca de adultos podrán experimentar de la misma forma. Los niños en la calle hacen a la ciudad “más segura y más hermosa” para todos. Devolvámosela.
DISEÑO URBANO
UNA ACERA PARA LA FAMILIA
“En las ciudades modernas, y especialmente en los barrios periféricos, las aceras se han ido estrechando cada vez más para dejar más espacio al tráfico rodado.”
La acera se ha reducido a su mínima expresión, y su uso ha quedado restringido exclusivamente para el paso. Se han perdido infinidad de posibles usos que podían aparecer fortuitamente sobre la acera. En el diseño urbano moderno, el concepto del paseo se sustituyó en algún momento por el de trayecto entre dos puntos de la ciudad. ¿Cómo vamos a dejar que un niño camine solo por una acera de un metro de ancho, si nosotros mismos debemos caminar con cuidado para no salirnos ni tropezar con otras personas? Tenemos tan interiorizado que de los 15 metros que separan dos fachadas enfrentadas, 12 deben estar asfaltados para el coche y menos de tres es necesario adoquinarlos para las personas y los árboles, que se nos ha olvidado que existen otros diseños para las calles. ¿Aceptamos ceder un 80% de nuestras calles al asfalto para el coche? Antes de contestar, preguntémosle a cualquier niño o niña, que tendrá clara su respuesta.
MUCHAS PLAZAS
“No importa que las plazas sean pequeñas, basta con que sean muchas.”
Los niños no necesitan grandes superficies de espacio libre para jugar, sino muchos espacios razonablemente adaptados y seguros para ellos, y que además sean muy diferentes entre sí. No hay que olvidar que las grandes ciudades son en su mayoría la suma de antiguos pueblos o núcleos urbanos que disponían de sus propias plazas. Cuidémoslas y fortalezcamos modelos de ciudad policéntricos. La imaginación de los niños hará el resto con el espacio público.
LAS CASAS ESTÁN CERCA PORQUE LOS AMIGOS DEBEN ESTAR CERCA
“Por un lado, los adultos consideran el chalé como el módulo habitacional deseable […]. Por otro, los barrios periféricos de las ciudades muestran bloques de muchos apartamentos, en los cuales la alta densidad habitacional hace frecuentes y casi previsibles los conflictos por cualquier motivo ligados al uso compartido del espacio.”
Seguramente a un niño nunca se le habría ocurrido proponer un modelo de ciudad que consistiera en hileras infinitas de casas aisladas y lejos de cualquier lugar en el que no haya más y más casas. Por absurdo que parezca, ese modelo, que se ha extendido desde Estados Unidos al resto del mundo, suponía la plasmación del espíritu de libertad del hombre moderno y prometía un futuro de prosperidad y felicidad para todos. No ha sido así, y sorprendentemente un niño de 10 años podría haber anticipado por qué: por un lado, porque necesitamos a muchas personas -conocidas y, sobre todo, desconocidas- cerca de nosotros en la vida diaria, y por otro, porque es imprescindible que a nuestro alrededor exista una amplia variedad de actividades que podamos realizar. La soledad y la monotonía son enemigas de la felicidad. El extremo contrario en cuanto a la proximidad de otras personas lo encontramos en los enormes bloques de viviendas públicas -en los que no es raro que se produzca el hacinamiento de seres humanos-, diseñados fuera de la escala de la ciudad y con un espacio público en torno a ellos gravemente deficiente. La próxima vez, antes de proponer modelos que vayan a condicionar la vida urbana de los próximos 50 años, preguntémosles a un puñado de niños, no sea que volvamos a meter la pata.
RESPONSABILIDAD
“Los adolescentes de hoy, que vienen de la experiencia ‘La ciudad de los niños’, han desarrollado mucho más que otros niños de su edad el sentido de sus derechos y de la necesidad de intervenir para modificar la ciudad.”
Si desde niños aprendiéramos que las decisiones que tomamos tienen consecuencias, también las que afectan al diseño y al uso de la ciudad, tal vez el espacio urbano hubiera adoptado otro aspecto. El sentimiento de responsabilidad hacia nuestro entorno se forja desde pequeños: quien aprende a tirar los papeles a las papeleras en la calle, jamás tirará basura al suelo ¡Ay, cómo nos gusta exigir a las autoridades que la ciudad esté limpia! Pero, claro, no somos capaces de recoger los restos del botellón y los dejamos desperdigados junto a los bancos seguros de que al día siguiente ya no estarán ahí. Todo se enseña y se aprende desde pequeños, y la mejor forma, sin duda, es con la práctica. Qué mejor marco que los espacios urbanos. Como afirma un niño de Fano:
“Cuando conocí los problemas de la ciudad y comprendí que podía hacer algo, me sentí responsable; al principio parecía una experiencia aburrida, como siempre, y no me interesaba mucho, pero después vi que muchos de los deseos se realizaban, así que me reproché mi primera actitud.”
CONCLUSIONES
“[Los niños] sufren de una nueva “patología” infantil típica de los países desarrollados y de los ambientes urbanos: la soledad.”
Para Francesco Tonucci está claro: educar a los niños es, a priori, tan fácil como dotarles de un entorno en el que puedan ser felices y disfrutar del presente, donde investigar, experimentar, arriesgarse, equivocarse, asumir responsabilidades, jugar y compartirlo todo con niños y adultos. Huyamos de la sobreprotección que vuelve a los niños inútiles, y dejemos de preocuparnos tanto por su futuro:
“Un correcto proceso educativo debería preocuparse siempre por el presente, intentando no arruinar lo que se ha hecho en el pasado y utilizarlo en todas sus potencialidades. Un hijo debería realizar cada día sus deseos: si esto no es posible, debería buscarse la forma de que comprendiese por qué; debería hoy sentirse comprendido y apreciado para ser mañana un adulto sereno y seguro. Un alumno debería aprender cada día lo que le sirve para resolver problemas cuya solución necesita para estar satisfecho, curioso, fascinado por las cosas que aún no sabe y que querrá aprender.”
Es evidente para Tonucci, y así lo ha justificado con infinitos ejemplos en este libro, que la implicación de los niños en el diseño y el planteamiento de nuestras ciudades “tiene consecuencias positivas para la calidad de vida del ambiente urbano”.
Tratemos a los niños como ciudadanos. Luchemos contra el egoísmo del adulto y pensemos en el bien común. Renunciemos a algunas de nuestras aparentes comodidades para volver a tener ciudades más amables. Hagamos caso a este gran niño que es Francesco Tonucci y no nos resignemos a aceptar la ciudad tal y como la estamos heredando. Es el momento de unir fuerzas y, en nombre de la sociedad, decir: ¡BASTA!