First we take Manhattan. La destrucción creativa de las ciudades
Reseña del ensayo de Daniel Sorando y Álvaro Ardura
¿Es posible mejorar las condiciones de los centros históricos de las ciudades sin cambiar su composición social? Probablemente esta sea la principal cuestión que Álvaro Ardura y Daniel Sorando plantean en su ensayo “First we take Manhattan: la destrucción creativa de las ciudades”. Y la respuesta no resulta nada esperanzadora, a raíz de todas las experiencias descritas en el libro. Al terminar este ensayo, el lector corre el riesgo de ver procesos de gentrificación por todas partes –apenas en sus inicios o ya bien consolidados–. Porque, al parecer, la gentrificación es una suerte de fenómeno inevitable regido por las leyes del mercado que tarde o temprano afecta a los barrios históricos, en algunos casos incluso a pesar de los esfuerzos para evitarlo por parte de las autoridades más sensibilizadas con la causa social.
Pero, ¿en qué consiste exactamente la gentrificación? Sorando y Ardura la describen como un proceso compuesto por cinco etapas que coinciden con los títulos de los cinco capítulos principales del libro: abandono, estigma, regeneración, mercantilización y resistencias. Una vez completado el proceso de gentrificación –del inglés gentry, originalmente referido a la pequeña nobleza rural británica–, el barrio en cuestión ha sido apropiado “por una clase urbana acomodada que no lo habitaba previamente”.
El abandono comienza cuando un barrio histórico ha sufrido un deterioro progresivo por no contar con el mantenimiento ni los servicios suficientes, generalmente durante contextos de escasez económica. Poco a poco, buena parte de la población residente huye a nuevos barrios de la ciudad que ofrecen más comodidades. Al abandono le sucede el estigma, que se desarrolla entre los vecinos de otras áreas de la ciudad a medida que las viviendas vacías del barrio en cuestión van quedando ocupadas por grupos marginados «excluidos de la economía formal» (p. 22), que no pueden permitirse la residencia en zonas mejores, y cuya presencia conlleva generalmente la proliferación de actividades no reguladas como la prostitución o el comercio de drogas. Durante esta etapa, el deterioro del barrio continúa aumentando ante la falta casi total de inversión, que en algunos casos obedece a acuerdos más o menos tácitos entre administración pública y sector privado, para poder justificar posteriormente operaciones integrales de renovación mucho más rentables económicamente.
Cuando el barrio ha tocado fondo en el imaginario colectivo de los ciudadanos –y la diferencia entre su valor real y su valor económico alcanza niveles máximos–, entra en juego la administración tras el estandarte de la regeneración. La acción pública, que a menudo incluso promueve un cambio de nombre para el barrio, se complementa con inversiones de entidades financieras que ven en él un buen negocio a medio plazo. Los vacíos del barrio regenerado comienzan a poblarse con colectivos pacificadores del entorno, como artistas, jóvenes y homosexuales. Comienza entonces la etapa de mercantilización: es el turno de hogares e inversores con más recursos económicos. Finalmente, los residentes más antiguos del barrio se ven obligados a desplazarse a áreas de la ciudad con precios más asequibles a medida que va llegando el grupo de habitantes más pudiente.
Paralelamente a las etapas anteriores, suelen desarrollarse movimientos de resistencia. Irónicamente, movimientos sociales como la okupación, nacidos para combatir el aburguesamiento de un barrio, por lo general funcionan como catalizadores del proceso. Dichos conatos de resistencia suponen un valor añadido a ojos del mercado y de los potenciales clientes, que verán en la historia rebelde del barrio un atractivo más para mudarse a él, una vez limpio de la gente “incómoda”.
Sorando y Ardura plantean la gentrificación como una consecuencia a escala local del neoliberalismo global, según el cual el libre mercado necesita la connivencia de las administraciones públicas para poder operar con la máxima libertad. Los autores no pueden ocultar su rechazo hacia los agentes urbanizadores que, desde una impostada filantropía, se ofrecen como salvadores para regenerar los centros urbanos en situaciones catastróficas sin cuestionarse las causas de su degradación previa. Desde este punto de vista, los sectores beneficiados se refieren a la pobreza como «un problema individual de sujetos incompetentes que deben ser reeducados por las nuevas clases medias que habrán de salvarles» (p. 163).
Al concluir el ensayo, el lector puede pensar que solo queda resignarse ante la inevitable gentrificación. De hecho, no hay que olvidar que existen claros defensores de la recolonización de un barrio en beneficio del crecimiento económico de la ciudad. No obstante, en caso de que sinceramente se pretenda frenar este proceso de sustitución social de un vecindario, Sorando y Ardura insinúan que la solución pasa por la acción pública. Es la administración quien debe dilucidar las causas de los problemas sociales y dotar de servicios y de acceso a la cultura a los residentes de los barrios estigmatizados para ayudarles a regenerarlo desde dentro, así como poner límites a la libre especulación del sector privado, que siempre priorizará el valor de mercado sobre el valor social.
“First we take Manhattan” consiste, principalmente, en un manual de detección y diagnóstico de los fenómenos de gentrificación. Sorando y Ardura ofrecen un recorrido histórico que comienza con las intervenciones urbanas en el París del siglo XIX; continúa con casos más recientes, como los barrios del Bronx, Prenzlauer Berg, Malasaña y el Rabal –en Nueva York, Berlín, Madrid y Barcelona, respectivamente–, hasta llegar a procesos actualmente en marcha, como el del Cabanyal, en Valencia. El público potencial del ensayo es amplio: todos los lectores vinculados a fenómenos urbanos –desde profesionales del urbanismo hasta inversores, pasando por dirigentes políticos–, si bien la indisimulada postura anti-neoliberal de los autores probablemente aleje al sector de la sociedad que más debería reflexionar sobre la cuestión de la gentrificación. En cualquier caso, se trata de un libro imprescindible para entender dichos procesos y, al menos, apostar por un urbanismo sincero y riguroso con los términos que se emplean al hablar de regeneración de un centro histórico.