“Hacia una arquitectura de la acción”

Reseña del ensayo de Josep Maria Montaner

Antonio Moya
Ciudad Poliédrica
9 min readSep 25, 2015

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El libro “Del diagrama a las experiencias”, de Josep Maria Montaner, es un reclamo a la versatilidad en la profesión del arquitecto, cuya obligación debería ser luchar contra la rigidez disciplinar y recuperar, en el futuro, su papel activo, crítico y activista. La tesis central del ensayo gira en torno a la refundación de los planteamientos abstractos prospectivos -los diagramas frente a tipologías prestablecidas- y a las experiencias prácticas -como fuente de acumulación de saber- “hacia una arquitectura de la acción”. El contenido teórico del libro se condensa en la introducción; los capítulos posteriores son un amplio compendio de ejemplos que ilustran sus ideas en torno a los conceptos de diagramas, experiencias y acciones.

La visión de Montaner sobre la arquitectura es profundamente transdisciplinar, ya que la considera una parte del saber humano, no una mera disciplina predefinida:

“Al aceptar la complejidad contemporánea, es necesario rechazar conceptos anacrónicos que proceden de una cultura simplista, cerrada, estática y obsoleta, tales como disciplina, identidad o autonomía.”

“Al menos en arquitectura, el concepto de disciplina es una losa dogmática que conduce al aislamiento, un totalitarismo empobrecedor e injustificable, una fuerza policial que reprime, corrige y delimita.”

“El sentido de la arquitectura reside en sus relaciones con otros campos y en su capacidad de interpretar la realidad y de influir en la sociedad.”

Como parte del proceso de búsqueda de la nueva arquitectura, el autor propone una actualización del vocabulario tradicional, que incluya conceptos como “mapeo, capas, gradientes, links, interrelación, transformación, ámbitos, materia, energía, atmósferas, etc.”.

Según Montaner, el mundo actual se puede interpretar desde cuatro enfoques, o “epistemes”, como él las denomina. Se trata de la interpretación económica, la feminista -ya desde la introducción, el autor, conocido por reivindicar la lucha feminista, resalta la importancia de la “perspectiva de género”, que ha propiciado gran parte de los cambios sociales recientes en arquitectura-, la ecológica y la poscolonial -cuestión esta última muy de actualidad por la reciente crisis de refugiados que estamos viviendo-. Estas cuatro interpretaciones “pugnan por ser prioritarias y tienen en su base los distintos sistemas de explotación: de clase, de género, de los recursos naturales y de unas nacionalidades y culturas por otras”.

Tras afirmaciones como estas, podría parecer que estamos ante un ensayo sobre política y sociedad, que son los temas que, creo, realmente interesan a Josep Maria Montaner. Y sin embargo, no termina de profundizar en estas ideas, sino que retoma el desarrollo de los conceptos que se ha propuesto centrales para el libro -diagramas, experiencias y acciones-, como si tratara de imponer a su ensayo la antigua estructura de tesis, antítesis y síntesis. Sobre todo, el capítulo de los diagramas, defendido por el autor como el punto de partida de abstracción necesaria previa a cualquier propuesta de intervención, puede parecer algo forzado y no del todo asimilable a la línea general reivindicativa del libro.

Tras la introducción, los tres capítulos centrales del libro -diagramas, experiencias, acciones- se estructuran, cada uno, en tres apartados que pretenden ir de lo conceptual a lo concreto: conceptos, herramientas y casos de estudio. Soy algo escéptico con esta subdivisión tripartita de cada capítulo, que desde mi punto de vista bien podría omitirse, pues en cada uno de los tres subcapítulos, Montaner cita a numerosísimos autores -no solo arquitectos, sino todo tipo de artistas, filósofos y sociólogos- y no termina de quedar clara la diferencia entre el ejemplo y el concepto, ya que sus conceptos parten, por lo general, de ejemplos. Con esto no quiero criticar el contenido del libro, que por otra parte me parece una excelente recopilación de ideas y casos prácticos, sino que la rigidez formal autoimpuesta le quita algo de naturalidad a un ensayo que puede abrir multitud de nuevas perspectivas a casi cualquier lector joven. Es la subdivisión menor del libro la que, sin duda, mejor funciona, con apartados que no se suelen extender más allá de las dos páginas.

Ya centrándome en el contenido del libro, destacaré algunos de los conceptos y ejemplos que me han parecido más relevantes, pues son tantos los autores que cita, que resultaría imposible nombrarlos a todos. Comenzaré por los diagramas, que para Montaner son una forma de “recurrir a un tipo de pensamiento primitivo, prelógico, anterior a la escritura”. El autor también ofrece algunas definiciones más actuales del diagrama, tales como el de “una herramienta gráfica que visualiza fenómenos o flujos, tanto de la realidad como del proyecto”, o la del “mínimo elemento gráfico que representa una idea en proceso”, útiles e imprescindibles antes de cualquier proyecto. Son célebres algunos diagramas urbanos, tales como el de la “ciudad jardín” de Ebenezer Howard, de 1898 -que debía entenderse como un esquema reinterpretable según el entorno donde se pusiera en práctica-, o los cinco diagramas de Kevin Lynch que definen la estructura urbana, de 1960 -sendas, bordes, barrios, nodos y mojones-. Según Montaner, los diagramas son “conjuntos de signos capaces de expresar las articulaciones funcionales de los diversos sistemas”, cuyo valor reside sobre todo en el poder para borrar clichés previos y tipologías prestablecidas:

“El buen uso de los diagramas tiene que ver con el continuo cotejado con los datos de la realidad, con las incorporaciones de las visiones de la vida y la experiencia, con la mentalidad discursiva y relativista de la complejidad, con la intención y la voluntad de acción.”

Como contraposición a la abstracción de los diagramas, Montaner recurre a la “compleja experiencia de la vida, de las actividades humanas”. La experiencia es personal y subjetiva, pero “se comunica interpersonalmente” para tornarse intersubjetiva. El autor se centra en un triple sentido del término experiencia: “como énfasis en lo vivido, en la percepción de los sentidos y en la experimentación hacia el futuro”.

El autor se plantea la pregunta de cómo incorporar la experiencia en la arquitectura, y para responder se vale de numerosos ejemplos. Existe la fenomenología de Husserl y Merleau-Ponty, que basa todo conocimiento teórico en la experiencia, en lo vivido -incluso la ciencia se puede entender como nacida de experiencias personales del mundo que posteriormente han sido teorizadas y objetivadas-. También aparece el concepto de topofilia como búsqueda, definición y configuración de los espacios idóneos para la vida humana, por su composición y proporción, iluminación y vistas, materialidad y texturas, atmósferas, valores simbólicos y percepctivos”. La experiencia desde el punto de vista de la teoría feminista, que “aporta correcciones a los fundamentos de la modernidad ilustrada, machista y eurocéntrica”, y necesaria para reivindicar “la complejidad y la diferencia, los afectos y los deseos, la realidad y la vida cotidiana y el trabajo productivo”.

“A la arquitectura le falta definir nuevas teorías para proyectar sistemas abiertos, desarrollar nuevas pragmáticas, descubrir nuevas capacidades para incorporar a los sistemas de creación de espacios la experiencia de los sentidos y la percepción de los colores.”

“Los arquitectos del futuro serán quienes sean más capaces de proyectar, organizar y coordinar el medio para las vivencias de las personas, el desarrollo pleno de sus experiencias y la expresión libre de sus sentimientos y emociones.”

Como herramientas para proyectar con la experiencia, Montaner desarrolla la idea del mapeo, que puede ser de cuatro tipos en la época contemporánea: la deriva situacionista, el layering -o proyecto por capas- , las mesas de juego y los mapas del caos. En general, propone como objetivo resignificar el espacio público a partir de la experiencia, en lugar de continuar con el diseño de entornos predefinidos de usos acotados.

De todos los casos de estudio propuestos por Montaner para el capítulo de la experiencia -Carlos Scarpa, Peter Zumthor, Diller Scofidio, Mónica Bertolino y Carlos Barrado, Juan Domingo Santos- quisiera nombrar el ejemplo del arquitecto Mauricio Rocha, quien ha destacado por sus “intervenciones artísticas y sus proyectos museográficos para centros de arte y cine, demostrando una gran cultura, un gusto exquisito y un innato saber para la composición y el espacio”. Se trata de un ejemplo de multidisciplinariedad traducido en una arquitectura “para todos los sentidos”, que llega incluso a potenciar los sentidos del tacto, el olfato y el oído en proyectos como el Centro para invidentes en Iztapalapa, Ciudad de México.

Finalmente, Josep Maria Montaner llega al capítulo crucial, en el que pretende demostrar que “la abstracción de los diagramas y la sensorialidad de la experiencia pueden conducir a una arquitectura de la acción; es decir, una arquitectura hecha por arquitectos que se reinventan para tomar un papel activo en la mejora de la sociedad y que propongan unas arquitecturas que potencian las relaciones entre las personas”. La arquitectura del futuro será la que potencie la incertidumbre en sus usos y tolere mejor los cambios en el tiempo.

Nuevamente podemos leer una retahíla de autores que han teorizado sobre cuestiones relacionadas con la acción descrita por Montaner: Hannah Arendt y Jane Jacobs, defensoras de la importancia de las relaciones humanas; John Rajchman y su “nuevo pragmatismo arquitectónico”; los miembros de La Internacional Situacionista, promotores del “urbanismo de la deriva”, y Félix Guattari, uno de los impulsores de la ecosofía, entre otros.

A partir de este punto, el autor describe una serie de herramientas para proyectar desde la acción, que resume en el párrafo introductorio del capítulo:

“La voluntad de transformación, los procesos de participación, el compromiso social, el fomento de las experiencias de vida cotidiana, las redes de cooperación, el activismo feminista, las ONG y los colectivos de arquitectos son distintas herramientas y manifestaciones del activismo en arte y arquitectura.”

Posteriormente, el autor profundiza en algunas de dichas herramientas, y nuevamente merece la pena copiar frases completas que resumen, desde mi punto de vista, el verdadero propósito de este libro:

“Deberían rechazarse ciertas lecturas de la realidad que interpretan los datos de los hechos, las preferencias y las costumbres -segregación, discriminación, privatización, falta de derechos humanos, individualismo, insolidaridad- como algo inamovible. Cierto tipo de realismo puede llevar a defender el mundo tal como es y tal como está, cuando de lo que se trata es de analizar a fondo la realidad y contribuir a su transformación: eliminar jerarquías, depurar desorden, unir aquello que divide, reforzar lo que ya funciona bien y ayudar a los sectores más vulnerables. […] Se debe defender el patrimonio más significativo socialmente, pero las ciudades también deben ser capaces de transformarse.”

La crisis actual del sistema es “el motor para que arquitectos y diseñadores se reinventen”; y para demostrar que no está soñando con nada imposible, el autor recurre a multitud de nuevos ejemplos, por lo general arquitectos, colectivos y equipos jóvenes con toda la intención de pelear contra el establishment. Comienza con algunos arquitectos del siglo XX, de la talla de Hans Scharoun -autor de la Filarmónica de Berlín y de la Biblioteca Estatal en Berlín- y Lina Bo Bardi -arquitecta y artista polifacética-, como precursores de una arquitectura pensada para la gente en su infinita complejidad, para después citar a arquitectos más recientes, no sin cierta mirada crítica sobre su obra, tales como Alejandro Aravena y su “activismo en la vivienda”, Santiago Cirugeda, cuyos sistemas alternativos heterogéneos “sacan partido de la infrautilización de los espacios y aprovechan los resquicios y fisuras en la legislación urbana de las ciudades españolas” y Junya Ishigami y su arquitectura líquida y sin compartimentar que potencia la creación de “atmósferas y actividades en un espacio cambiante”.

“Una arquitectura de la acción debe ser lo menos condicionante posible, debe ser una arquitectura de flujos, desjerarquizada y que rechace aprioris y clichés.”

El capítulo de conclusiones de este ensayo es una muy breve síntesis de los objetivos que Montaner propone para la arquitectura del siglo XXI, que debe centrarse en “potenciar la acción de las personas” por encima de todo, para facilitar y enriquecer la vida humana en el complejo contexto de las ciudades. “Del diagrama a las experiencias, hacia una arquitectura de la acción” es, desde mi punto de vista, un ensayo recomendable para todo estudiante de arquitectura. Su lectura debe despejar ideas sobre el antiguo cliché del arquitecto como genio creador capaz de solucionar problemas a través de burdas simplificaciones, y a la vez debe estimular a las mentes más creativas en búsqueda de un trabajo colaborativo, multidisciplinar y transversal que realmente pueda aportar un pequeño grano de felicidad a la gigantesca montaña de la vida humana.

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Antonio Moya
Ciudad Poliédrica

Architect & Musicien working for social urban innovation