Urbe ludens
Reseña del ensayo de Angelique Trachana
Se nota que un libro ha sido escrito con cariño cuando las últimas palabras se han seleccionado con especial cuidado: “haciendo juntos”. Y es que esas dos palabras resumen precisamente el mensaje que quiere transmitir la arquitecta Angelique Trachana en su ensayo Urbe ludens, que se inspira en el concepto del Homo ludens, ideado por el filósofo holandés Johan Huizinga, y lo amplía a la escala urbana. Porque el acto de jugar -en todos sus sentidos- es consustancial a la naturaleza humana, y qué mejor marco para desarrollar el juego de manera colectiva que el propio espacio público.
Estructurado en tres grandes apartados -ciudad lúdica, ciudad visionaria y ciudad participativa-, descritos por la autora como “tres bocetos de la ciudad como espacio para jugar, para festejar, para desarrollar la imaginación y la creatividad”, Urbe ludens trata en profundidad y con amplitud el concepto del juego urbano, desde sus orígenes históricos hasta la vida urbana actual -caracterizada por “actuaciones irregulares y alternativas”-, con especial énfasis en el punto de vista del situacionismo. Trachana ofrece una visión verdaderamente optimista sobre el estado urbano actual, que está tendiendo de manera natural y espontánea hacia una ciudad mejor para todos:
“Lo urbano hoy ya no se entiende como mera descripción morfológico-estructural de elementos permanentes, sino también de elementos mutantes, sensibles, usos cotidianos, actividades, etcétera. Es lo urbano-humano lo que prevalece por encima de las obras en sí, la incidencia en la transformación del ánimo y la conciencia de los ciudadanos.”
CIUDAD LÚDICA
La primera parte del libro es un recorrido histórico a través del que la autora pretende demostrar cómo el espacio público -sin entrar a desarrollar las diferentes definiciones del propio concepto de espacio público- ha sido desde tiempos inmemoriales el entorno natural para “las manifestaciones lúdicas, el tiempo libre, el tiempo de los tránsitos, de los encuentros, de las reuniones, […] la expresión artística, el ejercicio físico, los rituales y la fiesta”. Lo artificial han sido las “antiguas técnicas del poder político y económico” de control sobre lo público a través “del espectáculo arquitectónico” y otros medios conocidos, “signo del déficit de democracia en el gobierno de nuestras ciudades” -como valenciano no puedo evitar sentirme identificado con estas afirmaciones, que me hacen recordar el profundo e irreparable daño que un gobierno mediocre y corrupto como el que hemos sufrido más de 20 años puede infligir sobre la ciudad a través de sus políticas públicas-.
Trachana retoma y amplía las definiciones del juego de Huizinga: como “verdadera cultura”, como una “función humana esencial”, como “lucha por la vida”. Continúa con la concepción del filósofo alemán Hans-Georg Gadamer de la obra de arte también como una manifestación del aspecto lúdico del ser humano, y finalmente la autora propone la idea de la ciudad como una suerte de Gesamtkunstwerk colectiva en la que debe haber cabida para la confrontación, “la libertad de expresión, la participación y el ejercicio de la ciudadanía”:
“La concepción de la ciudad como actividad y obra de los ciudadanos sitúa el juego hermenéutico como clave principal para pensar en los mecanismos proyectuales y en la configuración del espacio público.”
Antes de comenzar el propio recorrido histórico que caracteriza este primer apartado del libro, la autora deja entrever nuevamente cuál es la tesis central de su libro. Trachana cree posible promover un profundo cambio social a través de la concepción de la ciudad lúdica, en la que se prime el disfrute frente a la productividad, “que penetre en todos los niveles de la educación y los diferentes ámbitos de la socialización”.
“En las actuales condiciones económicas y sociales, habría que reivindicar espacios de calidad de la mano de profesionales dispuestos a investigar y experimentar nuevas formulaciones. Estos serían posibles con la colaboración de sectores sensibles de la Administración y colectivos ciudadanos implicados y responsables. El proyecto del espacio público habría de integrar necesidades sociales y culturales con soluciones a problemas ambientales, recreación de la naturaleza en las áreas urbanas y recuperación de espacios degradados y residuales.”
A partir de aquí, Trachana nombra varios ejemplos de diferentes culturas en las que el juego ha tenido especial importancia. En la antigua Grecia, el deporte -una de las variaciones más inmediatas del juego- formaba parte de la educación; la educación física era parte necesaria de la paideia clásica, junto a la educación de la mente: mens sana in corpore sano. En las culturas precolombinas, practicar el juego de pelota se convertía en un auténtico honor que conducía a “un destino superior, sobrehumano y desconocido”. De la Europa medieval existen todavía multitud de plazas en medio de ciudades importantes que fueron concebidas para todo tipo de espectáculos, como la Place des Vosgues, en París, la Piazza di Santa Croce, en Florencia, o la Piazza del Campo, en Siena, sobre la que todavía tiene lugar una célebre carrera de caballos. Posteriormente, los laberintos renacentistas -tan estimulantes para los situacionistas del siglo XX- supusieron todo un desafío para las mentes de entonces. El jardín barroco tuvo su origen en la necesidad de combatir el hastío que generaba la vida cortesana, y se valía de todo tipo de artilugios mecánicos para simular juegos de agua que sólo funcionaban plenamente al paso del rey o de la autoridad de turno -también estas tretas me hacen pensar en pomposas inauguraciones de algunas instalaciones contemporáneas, tales como fuentes estrafalarias que pretenden compensar la fealdad urbana y que a menudo dejan de funcionar a los pocos días-.
Los juegos populares diseñados por las autoridades como mecanismos de distracción para el pueblo llano tienen también una larga historia. La España de los toros, aunque venía de antiguo, se consolida en el siglo XVIII con la estandarización de determinadas normas para el toreo. Algo más esperanzador y de mejor gusto fue el juego burgués y campestre del siglo XIX, en el que el papel de la mujer resultó fundamental. El parque de atracciones moderno nació a finales del siglo XIX en Coney Island, Nueva York, como paradigma de la incipiente “cultura de las masas y la congestión” -en palabras de Rem Koolhaas- que tanto se ha perfeccionado desde entonces hasta nuestros días -no debemos olvidar que la cultura de las masas ha sido avalada durante más de cien años por las propias masas, que parecen disfrutar y encontrar la felicidad a través del consumo que la caracteriza-. Ya en el siglo XX comienza a teorizarse seriamente sobre espacio público, juego y disfrute, con Le Corbusier como uno de los máximos exponentes a través de sus diseños urbanos.
Al llegar al situacionismo, Angelique Trachana se detiene, pues parece tener mucha fe en las bondades de esta tendencia nacida en la segunda mitad del siglo XX, como detallará recurrentemente a lo largo del ensayo. Destacaría aquí el origen social y crítico de este movimiento, cuyas propuestas, como la deriva, de Guy Debord, invitaban a experimentar la vida urbana de una forma alternativa y creativa que diera lugar a nuevas situaciones en los mismos espacios. El situacionismo, según Trachana, es el antecedente directo más claro de la ciudadanía proactiva actual, que se ha encontrado con un contexto propicio para volver a experimentar, sin necesidad de “las típicas intervenciones arquitectónicas donde prevalece el afán de proyección personal”, en busca de “momentos de libertad y de ocio”. La autora cita en este punto varios ejemplos modernos y actuales: los espacios de juegos de Aldo van Eyck en la Holanda de la posguerra; los Green Guerrillas, de Nueva York, y sus bombas de semillas para ajardinar espacios abandonados, o la intervención del paisajista Peter Latz sobre la antigua refinería de Duisburg-Nord, en Alemania, entre otros. Siguiendo esta tendencia están naciendo los espacios híbridos actuales, en los que la tecnología, el mundo digital y las redes juegan un papel fundamental en favor de una creciente participación ciudadana, capaz de ofrecer soluciones, basadas en la precariedad del contexto actual, a necesidades reales de los ciudadanos. Ahora más que nunca, la ciudad se aproxima a un gigantesco juego, una gran ficción, una historia narrada y vivida por los propios ciudadanos, o, como la denomina Angelique Trachana: una megadiégesis.
“El ser humano es un ser alterador de su presente.”
“La transformación creativa de su realidad consiste, sobre todo, en un cambio de su propia mirada.”
“La evolución del ciudadano del siglo XXI no es lineal, como plantea la educación formal; es orgánica y evoluciona a partir de las respuestas que obtiene del entorno.”
Tal vez Angelique Trachana sea demasiado optimista con la capacidad de la ciudadanía para lograr esa transformación profunda y duradera hacia una ciudad lúdica, pues parte de un ciudadano moderno que es culto, tiene la capacidad y está motivado para intervenir en su entorno activamente. Pero, ¿por qué no creer en esa posibilidad y trabajar por ella?
CIUDAD VISIONARIA
La segunda parte de Urbe ludens comienza con una nueva descripción del contexto actual, sobre la que volverá en la última parte del libro -en torno a las posibilidades de las nuevas tecnologías, el espacio virtual “habitable” y las transformaciones urbanas perceptivas frente a las físicas- para después comenzar a describir diferentes modelos de ciudad estudiados y propuestos por arquitectos, artistas y pensadores de la segunda mitad del siglo XX.
El primer modelo es el del ya citado situacionismo, que concibió la ciudad lúdica como alternativa al “espacio moderno cartesiano y mecanicista, carente de humanidad”, que se estaba consolidando. Los situacionistas proponen una aproximación a la situación urbana basada en “la experiencia vivida del espacio”, o psicogeografía, con la deriva como principal mecanismo de actuación:
“La deriva presenta un doble aspecto, pasivo y activo: por un lado renuncia a cualesquiera objetivos y metas fijadas de antemano y aboga por el abandono a las solicitaciones del entorno, a las demandas ocasionales. Por otro lado, tiene el dominio y el conocimiento de las variaciones psicológicas.”
La otra gran aportación de la Internacional Situacionista -así se hizo llamar la organización de artistas e intelectuales- sería el urbanismo unitario, una propuesta temprana de la ciudad como proyecto pluridisciplinar complejo, definido como “la teoría de la implicación del conjunto de las artes y de las técnicas en pos de la construcción de un ambiente ligado dinámicamente a las experiencias, a comportamientos contra el funcionalismo”. Ya en los años 50 los situacionistas se referían a la “miserable idea de felicidad” de la sociedad burguesa “articulada sobre dos temas dominantes: la circulación de los automóviles y el confort de las casas” -concepto de felicidad importado de los Estados Unidos que se ha ido implantando en sociedades históricamente mucho más complejas y ricas culturalmente como la europea-. A través del urbanismo unitario, el artista se convertiría en “constructor de ambientes y de modos de vida integrables”, y no en un mero diseñador técnico desde una disciplina separada y especializada, capaz únicamente de perpetuar un modelo de “producción capitalista del espacio” homogeneizador y anulador de lo preexistente.
El proyecto más serio de urbanismo unitario fue New Babylon, un modelo de ciudad nómada planetaria diseñado por el artista Constant Nieuwenhuys en los años 70:
“New Babylon sería un espacio social donde se realizaría la utopía marxista de la libertad, la socialización de la tierra y de los medios de producción, la racionalización de la producción global y donde, gracias a la mecanización y la automatización, la humanidad se liberaría del trabajo.”
“Liberada la humanidad del trabajo, usaría su energía para crear y para dar forma al mundo según sus deseos.
“New Babylon sería una estructura movible, flexible e indefinida; el entorno apropiado para este nuevo tipo de hombre y, al mismo tiempo, proporcionaría una solución a la superpoblación y al creciente tráfico automovilístico.”
En su descripción de New Babylon, Angelique Trachana deja entrever algunas de las tesis principales de su propio ensayo: el ser humano debe aspirar a encontrarse en un ambiente libre que le permita dar rienda suelta a su creatividad. Según la autora, el modelo teórico de Nieuwenhuys se encuentra hoy en día más próximo que nunca, al menos en la esfera digital, en la que el concepto de ciudad se disuelve para dar paso a un mundo interconectado y de enorme riqueza creativa.
Otros modelos de ciudad citados en Urbe ludens son la orgánico-telúrica Mesa City, de Paolo Soleri; la línea “aditivo-metabolista”, basada en la adición de células habitables para los humanos; los contenedores de Lubicz-Nycz, que definían la envoltura en la que podía crecer orgánicamente la ciudad; la arquitectura oblicua de Parent y Virilio, soñadores de ciudades inclinadas en las que la circulación horizontal y la habitación (el acto de habitar) vertical se fusionaban en una arquitectura dinámica; las megaestructuras de Yona Friedman, quien propuso un método científico de observación y diseño objetivo en el que primaba tanto el proceso como el resultado final del proyecto; las estructuras tensadas y las cúpulas geodésicas de Frei Otto y Buckminster Fuller, respectivamente; y finalmente, Archigram y sus diferentes y originales propuestas de ciudades orgánicas y flexibles, como The Plug-in-City, The Walking City y The Instant City. Casi todos ellos fueron modelos teóricos que proponían nuevos mundos utópicos, inspirados en un rechazo radical a las ciudades ya existentes y para las que veían difícil solución. En el mejor de los casos, ha resultado posible aplicar e integrar algunas de las ideas subyacentes de estos modelos a las ciudades reales, pero -desde mi punto de vista- jamás se debería haber cometido el error de construir nuevas ciudades desde cero diseñadas de manera simplista e ingenua para funcionar perfectamente, pues no se puede programar ni prever la complejidad del comportamiento humano en las ciudades.
Trachana sabe bien que no es recomendable aspirar a materializar ninguna utopía, pero sí, extraer los conceptos más valiosos de ellas para el contexto actual:
“Si resulta hoy oportuno recuperar el entorno situacionista, es por una necesidad de valorar ciertos aspectos contemporáneos de la investigación sobre lo urbano.”
“Ahora son las subjetividades las que adquieren extremado valor y lo hacen dentro del sistema y no como una revolución. Estamos descubriendo progresivamente cómo la participación y la autoorganización de las sociedades informadas son capaces de revolucionar sus propias estructuras.”
El futuro de las ciudades pasa necesariamente por la organización colectiva, por procesos de concienciación ciudadana y por proyectos de múltiples capas “híbridos, dinámicos e interactivos”. El diseño abierto y los espacios sensibles -“espacios vivificados por la información y la comunicación […] donde se desarrolla lo procomún”- son conceptos que están arraigando en la sociedad contemporánea y que definirán los sistemas sociales y económicos del futuro.
CIUDAD PARTICIPATIVA
La tercera parte del libro es un alegato al optimismo urbano, con un buen número de citas que merecen ser reproducidas aquí. Trachana confía en el enorme potencial de Internet y las nuevas tecnologías de la comunicación, que han desencadenado ya un presente de enorme participación ciudadana que antes hubiera sido inconcebible. Nos encontramos en la era de “la ciudad practicada frente a la ciudad concebida”:
“Frente al espacio visual, estático y jerárquico concebido por los arquitectos y los urbanistas, la visión sensible de la ciudad indaga en la pluriforme, dinámica y caótica consistencia de la vida urbana.”
“Es lo urbano lo que genera la ciudad, lo urbano como un continuo fluir que no puede cuajar, las prácticas de los ciudadanos movilizados.”
Nos encontramos ante un nuevo “urbanismo blando y flexible”, que todavía está por regularizarse y alcanzar un cierto nivel institucional. Hasta que ocurra, los ciudadanos anónimos ya han dado el paso; su papel no es ya solo pasivo, el de un consumidor obediente de los productos y las normas que le llegan desde esferas superiores, sino que ahora también producen sus propios productos y contenidos y generan nuevas normas.
“Hoy es necesario, para entender la sustancialidad estructurante del espacio público, desmontar los modelos pasados, estatales, que se fundamentan en unos grupos de interés y en valores culturales o mercantiles.”
Es necesario pasar a la acción y transformar lo que al ciudadano corriente no le gusta y le afecta directamente, a sabiendas de que a menudo habrá que remar contra los poderes políticos establecidos, que “temen las calles como la más descomunal potencia con vista al florecimiento de lo desconocido”, y harán lo posible por controlar, regular e imponer normas que minimicen lo imprevisto en el espacio público. La autora habla de un nuevo “urbanismo sensible”, que bebe de las ideas de Nieuwenhuys:
“Empezamos a entender también un posible urbanismo sensible basado en acciones que se asimilan, cada vez más, a los usos cotidianos, habituales y espontáneos; que otorgue, cada vez, más grados de libertad e indeterminación a la forma del espacio, más naturalidad y tolerancia para que aflore la espontaneidad y la creatividad de los ciudadanos.”
En las últimas páginas del ensayo, podemos encontrar nuevamente buenos ejemplos de prácticas urbanas y artísticas recientes que avalan el cambio perceptivo que se está produciendo de la ciudad. Desde el arte de Jannis Kounellis, que lo crea específicamente para cada lugar donde se expone, y películas de corte situacionista como El cielo sobre Berlín, de Wim Wenders, y Stalker, de Andréi Trakovsky, hasta la Container City londinense o el proyecto Dreamhamar, de Ecosistema Urbano, Trachana corrobora que el cambio ya es real, y va más allá de lo anecdótico. Ante una necesidad tan evidente de cambio, los poderes públicos deberían, al menos, implementar el urbanismo del laissez faire, que no persiga ni estigmatice a personas y artistas que simplemente están buscando por cuenta propia algo más de felicidad que la oficialmente reconocida, sin hacer daño a nadie. Sería suficiente que dejaran trabajar de una manera no precaria a todos los nuevos colectivos que ya están luchando por modelos alternativos.
Por no extenderme más, y por no encontrar mejores palabras que las de la propia Angelique Trachana, voy a terminar esta reseña con dos citas, que resumen bien la ciudad que ha sido…
“La parálisis urbanística y de la edificación, consecuencia de la crisis económica, es un motivo más que nos conduce hacia un nuevo urbanismo sensible que haga virtud de la precariedad, que medie entre las consecuencias de los excesos (hiperconsumo de recursos y territorio) y el excedente de desocupados y desahuciados; un urbanismo alternativo al urbanismo que ha provocado la extensión sin fin de las periferias a base de pisos desocupados; el vaciamiento de los centros tradicionales de las ciudades de sus habitantes y su transformación en parques temáticos; la fragmentación de las ciudades por los procesos de globalización que marginan la pobreza (parte informal con sus propias leyes) y la riqueza excluyente (parte formal controlada por el poder público); un urbanismo conservador frente a la destrucción y la sustitución radical de las áreas industriales obsoletas (del siglo XX) borrando las huellas de la cultura material de la industrialización”
…y la ciudad que será:
“Frente a la ciudad estable emerge lo urbano como una masa líquida y movediza, de lugares ocasionales, que son apropiados y experimentados en una dinámica infinita de colonizaciones transitorias. Lo urbano es todo lo que en la ciudad no puede detenerse ni cuajar, lo que no puede planificarse […]. Lo urbano, al no poder ser planificado, solo es posible contemplando los espacios por los que transcurre la utilidad urbana, todo lo imprevisto, los acontecimientos, las escapatorias y las posibilidades de emancipación […]. La observación naturalista o positivista […] debería guiar los procesos de sentido común, colaborativos, sostenibles, desarrollados entre profesionales sensibles y ciudadanos motivados y comprometidos con la cosa común que es el espacio urbano. El espacio común siempre es un espacio lúdico, ya que el placer se encuentra siempre en la acción, en el cuerpo y en su expansión, la exposición del cuerpo hacia afuera en contacto con los otros, “haciendo juntos”.