Fake news y la demonización de la tecnología

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Nuestros días en el Internet Freedom Festival nos inspiran a reflexionar sobre cómo nos paramos frente a las nuevas amenazas a la democracia.

Escrito por: Auska Ovando, Coordinadora de Laboratorio de Democracia Digital de Fundación Ciudadanía Inteligente

Terminamos nuestro paso por el Internet Freedom Festival (IFF), en el que expusimos en dos paneles sobre corrupción y whistleblowing, llenos de esperanza sobre el futuro de Internet, pero también con muchas reflexiones respecto a cómo las organizaciones que trabajamos en la intersección democracia-tecnología estamos entendiendo los eventos sociopolíticos más recientes.

Hemos dicho antes cómo la elección de Bolsonaro, el Brexit, el “no” en el referéndum de Colombia y la elección de Donald Trump fueron un terremoto para quienes trabajamos por mejores democracias en todo el mundo. Nos mostraron que los valores que dábamos por sentado no estaban tan seguros, y que en el trabajo de construir mejores sistemas políticos no basta sólo con crear buenas herramientas de comunicación entre personas y gobiernos, sino que también requiere entender los efectos que la desigualdad y los contextos socioculturales tienen en la desafección, la desesperanza y la validación del autoritarismo.

Uno de los temas que más sesiones y debate acaparó en IFF fue la desinformación, las fake news, y el uso de WhatsApp como herramienta de viralización de fake news. Nuestra organización amiga, HackLab, de Brasil, dieron una interesante charla sobre cómo trabajaron el uso de mensajería en la campaña de Fernando Haddad, y el tema también se discutió respecto a elecciones en Indonesia y Pakistán, entre otros.

Si bien todas estas conversaciones fueron muy enriquecedoras, parece que muchas veces los análisis se quedan en el desconcierto y el asombro que genera que la ciudadanía comparta fake news, y en la sensación de que la manipulación de sectores antiderechos está funcionando a la perfección, sin ningún tipo de mirada crítica desde quienes votan a esas candidaturas.

Si nos quedamos en esa posición podemos caer en una trampa. Cuando recién se comenzaron a estudiar los efectos de los medios de comunicación en las audiencias reinaba la tesis de “aguja hipodérmica” que decía que los mensajes (principalmente televisivos) influyen de forma directa y sin mucha mediación en lo que piensa, hace y cree la gente. El avance de la academia rápidamente demostró que la realidad era más compleja, que la ciudadanía no es una masa no-pensante, y que son infinitos los factores sociales, culturales, psicológicos y económicos que median en cómo la gente se apropia, entiende y da significado a los medios de comunicación y sus contenidos.

Cada vez que aparece una nueva tecnología, la reacción inicial de las sociedades tiende a dividirse entre el pesimismo extremo y la utopía. La digitalización de las comunicaciones ha generado lo mismo: mientras que algunos vieron oportunidades inéditas para devolver poder a la ciudadanía y aumentar la calidad de las democracias en el mundo, otros vieron un espacio lleno de riesgos, atomización de grupos sociales y control. La realidad siempre muestra ser más caótica, con espacios de empoderamiento, otros de represión, y muchos otros intermedios.

Cuando hablamos de la viralización de fake news a través de apps de mensajería no debemos caer otra vez en el error determinista, porque nos impide hacer un análisis complejo de lo que está pasando. Los rumores, las mentiras y la propaganda tienen un espacio en la política muy previo a la masificación de WhatsApp, y no podemos entenderlos como un fenómeno que se da en el vacío.

Tampoco podemos quitarle agencia a la ciudadanía pensando que digieren directamente todo lo que les llega a través del teléfono móvil, o al menos no podemos hacerlo a menos que tengamos investigaciones serias y sólidas que así lo demuestren. Estudios recientes explican que el creer en noticias falsas o información problemática muchas veces no tiene nada que ver con la verdad ni con la racionalidad, y tiene más que ver con confirmar nuestras creencias, validar nuestras identidades, y darle sentido al espacio que creemos ocupar en el mundo. Incluso, estrategias como el fact checking podrían ser contraproducentes para combatirlas.

Decir que Trump o Bolsonaro ganaron porque se difundieron fake news por Facebook o WhatsApp es como decir que Nixon perdió porque se veía mal el día del debate contra Kennedy. Sin duda pudo ser un factor importante, pero sabemos que la realidad es más compleja. Las organizaciones que trabajamos con y para la ciudadanía tenemos el deber de elevar el debate, entender los fenómenos de manera comprehensiva, y nunca subestimar la experiencia cotidiana de las y los otros, que es ahí donde están las respuestas a muchas de las preguntas que ahora nos hacemos.

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Latin American NGO using technology and innovation to transform democracies. Based in Chile and Brazil, we work to fight inequalities in our entire region.