Mi pequeño granito de elote
Lo recuerdo muy bien. Antes de comenzar la universidad tenía mil dudas y no tenía nada claro en qué carrera me iba a matricular o qué iba a hacer con mi vida.
Y a pesar de toda esa confusión, mi ñoño interno sí tenía algo claro. Yo quería hacer cosas cool relacionadas con tecnología, que fueran útiles y ayudaran a las personas.
Casi por casualidad, en la universidad tuve mis primeras clases de programación y aprendí que existía algo llamado software libre, amor a primera vista.
Al graduarme y salir al mundo, empecé a trabajar en el sector privado. Con cada proyecto iba ganando un poco de experiencia, pero al mismo tiempo sentía cada vez más una desconexión entre mis motivaciones personales y mis labores profesionales. Algo no estaba bien, sentía que me faltaba algo.
Y de repente todo cambió para mí en el 2013.
Aquella primavera estaba colaborando como consultor en un proyecto para el Instituto del Fondo Nacional de la Vivienda para los Trabajadores (Infonavit), un proyecto que me abrió los ojos sobre los desafíos de trabajar en la administración pública.
Fue entonces, gracias a un artículo en el periódico, que conocí por primera vez sobre la tecnología cívica. ¿Recuerdan la famosa App de la cámara de diputados? Iba a costar 115 millones de pesos y gracias a una convocatoria de Codeando México se generaron varias propuestas cívicas para replicarla y además por una fracción del presupuesto original. Bienvenidos a la primavera de la tecnología cívica mexicana.
Antes de eso, yo no imaginaba que había equipos multidisciplinarios de ciudadanos generando incidencia gracias a la tecnología y la colaboración. Me quedé fascinado.
Obvio yo quería ser parte de eso. Gracias a eventos como las Civic Hack Nights, pude conocer a otras personas, en su mayoría periodistas, programadores, economistas, diseñadores; muy diferentes entre sí pero unidos por su visión de repensar las estructuras y procesos de gobierno, promover la rendición de cuentas e impulsar la colaboración entre ciudadanos y sector público.
Fue justo en uno de estos espacios, entre tlayudas y mezcales, donde tuve mi primera oportunidad de sumarme a un proyecto cívico.
Años después, y a pesar de los logros de la comunidad, la crisis del COVID-19 ha puesto en evidencia que todavía existe una gran brecha entre las crecientes necesidades de los ciudadanos y la capacidad real del gobierno para atenderlas completamente. Durante los últimos dos años, el sector público ha trabajado a marchas forzadas para crear servicios web, publicar datos abiertos y establecer canales de comunicación con la población, pero por desgracia no siempre con resultados positivos.
En parte por esto, el gobierno mexicano está acelerando sus planes para mejorar el acceso a internet entre la población y para fortalecer su estrategia digital, tanto desde un punto de vista regulatorio como desde el capital humano.
Y es en el marco de este cambio acelerado, que la sociedad civil tiene una oportunidad única de acompañar estos procesos, promoviendo no solo la digitalización del gobierno, sino también la agenda de datos abiertos, la protección de los derechos humanos y la privacidad, los estándares y buenas prácticas e incluso experimentar con tecnologías emergentes y reflexionar sobre sus posibles trampas y malos usos.
Yo personalmente, ya no me imagino haciendo otra cosa que no sea trabajar por tener una mejor sociedad desde la trinchera de la tecnología cívica y los datos abiertos.
Con mucho orgullo, hoy me sumo al equipo de Codeando México, un grupo diverso y experimentado de hackers cívicos, con cuya misión y valores me siento muy identificado, y en donde espero poder aportar mi pequeño granito de elote.
Si tu también quieres ser parte de la comunidad de Codeando México, únete a la conversación en el canal de Slack y entérate de cómo puedes participar.
