El virus de la incertidumbre

Dr. Eduardo Angarita
Columnas de un Psicoanalista
5 min readApr 12, 2020

El ser humano suele transitar en la vida entre el pasado, el presente y el futuro.

Algunos se pueden quedar más en el pasado -las lamentaciones-, otros están más en el presente -lo sano-, y otros en el futuro -el deseo-.

Sin temor a equivocarme, pienso que en este momento en el que ya es un hecho irrefutable que hay una pandemia por el coronavirus -lo presente-, estamos más en el futuro. Lo digo porque me parece que está prevaleciendo más la incertidumbre, a partir de muchas preguntas sin respuesta: ¿me enfermaré o se enfermará un familiar o un amigo cercano? ¿Me iré a morir o alguien conocido morirá? ¿Cuándo terminará esta situación? ¿Qué va a suceder con la economía, con el empleo, con los estudios, etc? Todo en este momento tiene que ver con un qué pasará. Esta es la pandemia paralela a la del coronavirus.

La incertidumbre hace parte de la vida, a pesar de que se desearía no tener que sentirla ni pensarla. Entonces el problema no es la presencia de la incertidumbre, sino si se tolera o se evita. El poeta inglés John Keats describió la Capacidad Negativa como la capacidad de un hombre para estar en medio de la incertidumbre, el misterio, la duda, sin un ansia exacerbada de llegar hasta el hecho y la razón. Al ser humano en general le es difícil tolerar la duda y la incertidumbre. Por eso se enfrenta ante la elección, que oscila entre procedimientos que tienden a evitar la frustración y los que tienden a modificarla. Es ésta una opción decisiva.

Una persona capaz de tolerar frustración puede permitirse tener un sentido de realidad, de ser dominado por el principio de realidad. Una persona dotada de una marcada capacidad para la tolerancia a la frustración podrá sobrevivir la penosa prueba de sentir una experiencia difícil y dolorosa, que para nada satisface sus necesidades mentales, como sus inciertas implicancias.

En el caso opuesto, una persona marcadamente incapaz de tolerar la frustración no puede sobrevivir, sin una crisis la experiencia como la que actualmente vivimos. Si no se puede tolerar la frustración esencial de aprender de esta experiencia, se va a acudir a fantasías de omnisciencia, que substituyen la discriminación entre lo verdadero y lo falso. Esta omnisciencia se expresará en una creencia en un estado en que las cosas se saben. Este estado consiste en “tener cierto” conocimiento y no en conocer. Si no se puede pensar los pensamientos ni sentir los sentimientos que genera una experiencia determinada, se producirá una intensificación de la frustración porque falta el pensamiento y el sentimiento que debería hacer posible para la mente el soportar una tensión incrementada ante la posibilidad de morir o de que el otro se muera, por ejemplo.

La incertidumbre implica no saber. Por eso la relación de una persona consigo mismo está prejuiciada si no puede avanzar hacia el reconocimiento de una experiencia nueva y recurre, entonces, a lo ya conocido. De esta manera se evita la instalación del principio de realidad con un odio hacia la misma realidad. Por tanto, se genera un efecto dominó: la intolerancia a la frustración produce intolerancia a la realidad y contribuye a su odio a la realidad.

Hace unos días una paciente adolescente me dijo que se sentía triste porque ya no se iba a efectuar el baile de graduación ni la presentación de una obra de ballet a la que pertenece; aquí vemos cómo está situada en el pasado. Luego dice: “Tengo miedo de que las cosas no vayan a ser como antes”. Le digo: “Eso ya lo sabes, lo acabas de decir”. Le interpreto: “Tienes miedo a no saber cómo van a ser las cosas”. Responde: “Sí, yo no sé que va a pasar. Yo siempre trato de tener control de las cosas y no puedo. También lo que me da miedo de todo esto es que el virus vuelva el próximo año, que esto no se va a acabar. Tengo miedo a muchas cosas. Pienso en lo peor que pueda pasar y me quedo ahí, y quién sabe si será así”. Acá está pensando y sintiendo en términos del futuro. Hacia el final de la sesión dice algo que no deja de ser curioso cuando ahora se tiene más tiempo: “Se me está acabando el tiempo”. Le pregunto: “¿Cuál tiempo?”. Responde: “No sé, yo siento que estoy encerrada y no puedo hacer tantas cosas que quiero hacer, que no tengo tiempo para disfrutar de estos últimos momentos”. Estos pensamientos empiezan a mostrar la oportunidad de que se sitúe en el presente, lo que le posibilitaría tolerar tanto la frustración como la incertidumbre.

Continuemos. Nuestra experiencia actual no la podemos asumir como un mal sueño. Si se toma como un sueño será un problema porque se buscará llevar a cabo funciones incompatibles: satisfacer la realidad y el placer; es decir, se deseará intentar evitar la frustración y modificar la frustración. No sobra decir que se fracasará en ambos cometidos. Si en últimas se tomará como un sueño, lo sano sería soñar -pensar- este sueño.

La tolerancia a la frustración conlleva tener consciencia de la presencia o ausencia de algo, en un tiempo y en un espacio dado. Si la frustración puede ser tolerada, se iniciarán los procedimientos necesarios para aprender de la experiencia El aprender de la experiencia se da a partir de pensar en la experiencia, de entenderla. No de recordarla.

Hay que diferenciar aprender de la experiencia de aprender acerca de la experiencia. Es en el presente donde se puede aprender de la experiencia de seres animados y sólo se puede aprender acerca de la experiencia de seres inanimados con respecto al pasado. Una cosa es conocer (el pasado) y otra es aprender (el presente).

Entonces si se tolera la frustración y la incertidumbre, se aprenderá de la experiencia de tolerar la frustración y la incertidumbre.

Aprender de la experiencia es un proceso doloroso que nos da la posibilidad de aprender, por ejemplo, que el miedo a morir no es la muerte, de tener visiones novedosas, ver cosas que antes no había visto. De ahí que la tolerancia a la incertidumbre implica el aceptar no saber. Para saber es mejor no saber. Para conocer hay que no conocer. La única certidumbre que tenemos es que nos vamos a morir, lo que no sabemos es cuándo. Y eso es lo que hay que aprender a tolerar. La no tolerancia a no saber lo que pueda suceder en el futuro nos puede llevar a asumir posiciones dogmáticas.

En resumen, se trata de no aferrarse a lo que se sabe (la memoria). Lo que se sabe está obsoleto, lo único realmente importante es aventurarse a lo desconocido. Tolerar cierto grado de des-conocimiento (la paciencia). Tolerar la frustración de no entender la naturaleza de lo que está pasando, no saber qué es lo que está pasando (la incertidumbre). Favorecer el descubrimiento de lo que está de hecho teniendo lugar (la seguridad). Desarrollar la capacidad negativa.

Eduardo Angarita R. Barcelona, abril 12 de 2020.

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