LA ISLA NO BONITA

Dr. Eduardo Angarita
Columnas de un Psicoanalista
2 min readMay 24, 2020

Hace poco más de un mes, se pudo observar por diferentes medios unas imágenes sobrecogedoras: zanjas enormes abiertas en mitad de la nada y cajas de madera apiladas a modo de féretros. Paradójicamente, se trataba de una isla, la de Hart, al este del Bronx, en la ciudad de New York. Estas imágenes terminaron de confirmar que la Gran Manzana se había convertido en el epicentro de esta pandemia. Del sueño americano se pasó a la pesadilla americana.

Esta ínsula tiene una larga historia. Allí yacen desde el siglo XIX los neoyorquinos y otros que mueren sin que nadie los reclame. De hecho, ésta ha sido la función histórica que ha tenido durante varias décadas: ser una fosa común para el entierro de aquellas personas anónimas, muertas sin identificación, sin una familia que las reclame o de los que no disponían de dinero para pagarse un funeral — sus ‘habitantes’ son mayoritariamente negros y latinos — . Esta ‘isla de los muertos’ o el ‘cementerio de los olvidados’, como también se le conoce, se convirtió en la pequeña manzana de los sin hogar. Asimismo se utilizó como campo de prisioneros de la Guerra de Secesión, como institución psiquiátrica, como sanatorio para enfermos de tuberculosis y como reformatorio; de ahí todo el estigma asociado ahora al lugar.

Hasta hace poco los sepultureros fueron reclusos (negros y mulatos), de la prisión de máxima seguridad Rikers Island, a quienes se les pagaba seis dólares la hora por los enterramientos; ahora los empleados municipales han empezado a realizar esta función. Y como si se estuviera en unos Guinness Records, se pasó de sepultar 25 cuerpos a la semana a enterrar 25 personas al día.

El que New York sea la capital del mundo, sirve de espejo para mirar lo que sucede en muchos otros países. Esta ciudad simboliza la realidad de una profunda desigualdad y pobreza aún más trágica. También es una muestra de las tremendas cifras de muertos en todo el globo terráqueo, producto de una respuesta lenta a una pandemia histórica por la que han fallecido más personas de las que deberían. No sería exagerado decir que este es el ‘Auschwitz’ del siglo XXI.

Esta manera de morir conlleva lidiar con la idea de no poder despedir a los seres queridos. Esto va a implicar que los duelos sean más difíciles de elaborar, situación que se vuelve más compleja por la soledad, desconexión y aislamiento que está imponiendo el coronavirus que no permite hacer las cosas que normalmente unen a una familia y a una comunidad ante la pérdida.

Las fosas comunes, en general, muestran algo que desafortunadamente se está volviendo común: la falta de humanidad, de apego, de empatía, de solidaridad, como la necesidad de venganza. Estos sitios son otra evidencia de que cada vez lo menos importante es la persona.

Eduardo Angarita R. Barcelona, mayo 24 de 2020

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