La pandemia siendo extranjero.

Dr. Eduardo Angarita
Columnas de un Psicoanalista
3 min readApr 9, 2020

Hola a todos. He querido escribir unas reflexiones acerca de lo que estamos viviendo en este momento por cuenta de esta pandemia.

En este proceso me he dado cuenta de que una cosa es fundamental: entre más rápido se acepte y se dé una adaptación a la realidad que se está viviendo, más fáciles serán las cosas y los días. Lo demás como estar con la familia, ocupado, seguir una rutina de trabajo, leer, ver películas, etc, es lo complementario.

Me ha tocado vivir esta experiencia desde España, en este momento el segundo país con más infectados del mundo después de Italia. Acá también se demoraron en aprender de esa experiencia, y como ha sucedido en todo el mundo ha prevalecido en el gobierno los intereses económicos sobre la salud. Paradójicamente, con el tiempo el mundo está mirando hacia atrás y se está dando cuenta de la importancia que tiene un médico, un paramédico como un hospital.

Me ha sorprendido gratamente la conciencia social que se observa por acá en los ciudadanos comunes y corrientes. Antes de que se decretara el estado de alarma, que es la obligatoriedad de estar en cuarentena, muchos establecimientos públicos pusieron letreros en sus puertas donde se leía que siguiendo las recomendaciones de la OMS cerraban hasta nuevo aviso. Claro, también hay multas severas ante el incumplimiento de ese estado de alarma, que van desde los 100 hasta los 60.000 euros, lo que lleva a que algunas personas sean por obligación más cumplidas con las normas.

No deja de ser preocupante lo que está pasando en mi país, Colombia, en estos momentos. También se está reaccionando de manera lenta, prevaleciendo los intereses económicos y políticos, sobre los humanos. Acá han colapsado los hospitales, que supuestamente tienen mejor infraestructura. Esta pandemia terminará cediendo en algún momento, pero las repercusiones emocionales, económicas y sociales demorarán mucho en volver a su normalidad, si es que eso llegará a ser posible. Bill Gates, quien predijo hace unos años que la mayor catástrofe mundial sería una pandemia, considera que eventualmente todo se pueda volver a abrir.

Nos toca autogobernarnos, es decir, implementar nuestro propio aislamiento social como los cuidados necesarios para proteger del otro como de nosotros mismos. Hay que paliar lo más posible este desastre en todo sentido.

Nuestro bienestar sólo está en nuestras manos así que actuemos. Aprendamos de las experiencias de los otros países y sigamos las recomendaciones mundiales y ayudemos a que otros lo hagan. De alguna manera estamos absolutamente solos en esto, no se trata de una soledad de personas sino una necesaria para pensar y saber que es lo mejor para todos. Como diría García Márquez, no sigamos condenados a otros 100 años de soledad: de indiferencia, de falta de empatía, de solidaridad, de humanidad. De esa soledad habló Gabo en su discurso al recibir el premio Nobel de Literatura: “Ante esta realidad sobrecogedora que a través de todo el tiempo humano debió de parecer una utopía, los inventores de fábulas que todo lo creemos, nos sentimos con el derecho de creer que todavía no es demasiado tarde para emprender la creación de la utopía contraria. Una nueva y arrasadora utopía de la vida, donde nadie pueda decidir por otros hasta la forma de morir, donde de veras sea cierto el amor y sea posible la felicidad, y donde las estirpes condenadas a cien años de soledad tengan por fin y para siempre una segunda oportunidad sobre la tierra”.

Estas palabras que están vestidas de humanidad, son un llamado a la esperanza para evitar más tragedias, a que no prevalezca la peste de la injusticia sobre la justicia, de la muerte sobre la vida, de la violencia sobre el respeto, del odio sobre el amor.

A veces me siento como en la novela de Saramago, Un ensayo sobre la ceguera. Al final del libro dice algo que me parece que es muy actual: “Creo que no nos quedamos ciegos, creo que estamos ciegos, Ciegos que ven, Ciegos que, viendo, no ven”.

Un abrazo para todos. Cuídense mucho!

Eduardo Angarita

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