Todas las muertes son violentas
sobre cómo morimos
Hora de meditar en calma, acaso tengo media hora para exorcizar mis pensamientos y dirigirlos hacia la muerte, misterio y origen de la vida, túnel hacia la eternidad o el encuentro con la verdad.
La muerte purifica el alma porque no hay ninguna que no sea un proceso de violenta crucifixión. Lenta a veces, rápida en otros casos, pero en todo contexto, es dura e infinitamente poderosa, algo que no podemos entender con los sentidos humanos.
Todas las muertes son violentas porque significa lucha por dejar-no dejar este cascarón de los sentidos. Todos nos merecemos compasión y misericordia porque cuando venimos al mundo, no atinamos a entender a qué hemos venido a este universo. Hasta entrado los seis o siete años uno empieza a comprender nuestra propia finitud, acaso nos sentimos defraudados al entender la trampa que significa estar vivo, estar respirando para luego fallecer. Eso es lo que sentí cuando comencé a llorar presintiendo la muerte de mis padres, aunque eso no ha sucedido con mi madre, con mi padre sucedió hace poco. Lloré amargamente pidiendo que ellos no murieran, presintiendo el trágico terremoto de 1972 en Managua. Ellos no murieron, no estaban aún llamados para eso.
Hace poco fui nuevamente papá, nació un tierno niño a quien pido perdón por haberlo traído a la vida: pienso, llegará él algún día a sentirse defraudado como yo al pensar… para esto es la vida, para morir como muere todo, como fallecen los días, los peces, las aves, las flores, y continuar esta danza hacia un sitio que no tenemos la menor idea.