Kabul, Afganistán. Fuente: Global Times.

Política internacional

La danza del capital y la coerción

🇦🇫 Breve análisis sobre la fragilidad prolongada en Afganistán

Condolasa Arroz
Published in
5 min readAug 19, 2021

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Mancur Olson pensó al Estado con una metáfora que me encanta: la del ladrón sedentario.

Los ladrones roban, son depredadores. Hasta ahí, nada que no sepamos todos. Pero en algún momento de su raid delictivo, reflexiona el Prof. Olson, se enfrentan a un dilema: ¿es mejor ser ladrón nómada y robar a personas distintas, o es más estratégico ser un ladrón sedentario y robar siempre a los mismos?

Desde una perspectiva individual, quizás sea más estratégico robar a personas distintas. Pero en lo que respecta a la conformación de los Estados, sabemos que prosperaron los ladrones sedentarios.

Los ladrones nómadas, movidos por incentivos de corto plazo, nunca llegaron a monopolizar la fuerza sobre un área territorialmente demarcada y fracasaron en desarrollar aparatos para administrar aquello que robaban. Los ladrones sedentarios, por el contrario, optaron por robar siempre a los mismos. Y si uno roba siempre a los mismos, tiene un triple incentivo:

  1. Garantizar la prosperidad económica de aquellos a los que roba —para poder seguir robándoles—;
  2. Compensarlos por robarles —para evitar que se rebelen—;
  3. Desarrollar un aparato burocrático-administrativo que permita articular esas compensaciones —bienes y servicios públicos—.

No hago justicia con la complejidad del argumento de Olson, lo sé, pero básicamente se resume así: allí donde pudo prosperar un ladrón sedentario, prosperaron también la concentración de capital y la concentración de coerción. O sea, prosperaron lo que hoy llamamos Estados.

Y aquí mi punto: en Afganistán nunca prosperó ningún ladrón sedentario. Los ladrones en Afganistán, en sus intentos de sedentarizarse, mueren (o huyen antes de morir). Pasó con Alejandro Magno, los mongoles, el Imperio Británico, la monarquía del Sha Reza Pahlavi, los soviéticos y la despuesta administración afgana apoyada por las fuerzas conjuntas de Estados Unidos con la OTAN. Y, obviamente, la pregunta es por qué.

El Muro de Antonino

En el año 140, durante el gobierno del Emperador Antonino, los romanos levantaron una fortificación que se extendía desde el estuario de Forth hasta el mar de Irlanda. La muralla marcaba la frontera entre la provincia romana de Britania y las highlands de la actual Escocia, e históricamente ha sido considerada como una estructura defensiva.

Muro de Antonino. Fuente: Nueva Tribuna.

Una interpretación alternativa, sin embargo, sugiere que esa fortificación sería en realidad un recordatorio de la trampa de la productividad estatal. Una suerte de: “¡Hasta acá llegamos! No tiene sentido conquistar tierras al norte de este muro”. Un imperio como el romano, muy productivo generando violencia, no quería caer en la trampa de conquistar tierras con baja capacidad productiva. Análisis costo-beneficio.

Me gusta pensar ese análisis costo-beneficio como una “danza” entre la coerción y el capital. La coerción, para salir a bailar, quiere ver primero al capital sobre la pista de baile. Y si no lo ve… Afganistán.

Afganistán es un clásico ejemplo de fragilidad prolongada por fallas severas en esa danza. Los Estados, en palabras de Charles Tilly, nacen donde existe un ámbito que sirve tanto para la explotación de capital como para el dominio coercitivo. Y si ese ámbito no existe, el ladrón sedentario no prospera.

¿Por qué el capital y la coerción no pueden bailar en Afganistán? Una posible explicación tiene que ver con su limitada variación ecológica.

Dos tercios del territorio del país son cadenas montañosas de difícil acceso y con climas áridos. De hecho, solo un área muy reducida al norte del país es zona fértil. Adicionalmente, Afganistán no tiene salida al mar —pensemos en las implicancias comerciales de eso— y, para colmo de males, sus modestas reservas mineras, petrolíferas y gasíferas no justifican el esfuerzo de su explotación.

Pero eso no es todo: la ausencia de variación ecológica tiene fuertes implicancias demográficas.

La distribución de población sigue a la distribución de capital, en la medida en que la supervivencia de las unidades familiares depende de la presencia de fuentes de empleo. Y si no hay capital concentrado en ningún lugar dentro del territorio, el crecimiento urbano es limitado, la población está desconcentrada y brindar bienes y servicios públicos es muy costoso.

Googleen. Afganistán tiene cerca de 40 millones de habitantes. 3 millones viven en Kabul. Fuera de Kabul, ninguna ciudad supera el millón de habitantes. Y el 75% de la población del país es rural.

Escasa variación ecológica, capital limitado y población desconcentrada explican en gran medida por qué ningún ladrón con pretensiones sedentarias llega a “buen puerto” en Afganistán. En otras palabras, hay desincentivos sistémicos para el robo sedentario y el escalamiento del dominio coercitivo.

A esto lo entendieron los soviéticos (un poco tarde). Y a los americanos acaba de caerles la ficha.

Ganar corazones y mentes

La estrategia americana, en teoría, era infalible: el avance de tropas iría acompañado de un enorme flujo de cooperación internacional para el desarrollo. Algo así como una melodía a dos voces to win hearts and minds. No podía cometerse el mismo error que en Vietnam: el de repartir palos sin zanahorias.

Y así fue: se repartieron zanahorias en la forma de escuelas, rutas, puentes, hospitales y bibliotecas. O sea, políticas públicas. Pero el efecto comenzó a ser más bien limitado, porque el aparato burocrático para instrumentar las zanahorias languidecía apenas se salía de Kabul.

La idea, entonces, fue construir un aparato burocrático al mejor estilo weberiano para poder llegar a todos los rincones del país. E inyectaron millones (¡millones!) de dólares. Algo así como U$ 35.000 millones. Más, quizás.

Pero entonces fue evidente que las burocracias weberianas, hijas de ladrones sedentarios, no funcionan bien en todas las sociedades. Prosperan en las que Luhmann definió como sociedades modernas con segmentación funcional, pero se llevan a las patadas con esas otras que el teórico alemán llamó premodernas con diferenciación estratificatoria o segmentaria. O sea, sociedades clánicas y tribales.

Como tituló recientemente su artículo Ezequiel Kopel, en Afganistán el futuro ya estaba escrito. No iba a prosperar ningún intento de construcción estatal weberiano. Y, presumo, es poco probable que prospere en un futuro cercano.

En una columna del The New Yorker, Jon Lee Anderson sentenció:

Los talibanes han hecho inviable a Afganistán como país. Es decir, inviable sin ellos.

Disiento con Anderson. Quizás Afganistán ha sido siempre inviable en los términos modernos que teorizaron Weber, Tilly, Olson o Mann. Y los talibanes, aunque nos pese enormemente, han encontrado una forma de gobierno compatible y adaptada a contextos donde bailan torpemente el capital y la coerción.

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Condolasa Arroz

Politóloga. Docente Universitaria. TEDxSpeaker. Experta en Corea del Norte. Mis ideas y proyectos en marialasa.ar