De decisora a hacedora

Llegó el momento de las reflexiones finales sobre estos cuatro días de experiencia enriquecedora, innovadora, hacedora.

Llevo varios años en esta transición desde una docencia declamatoria a una docencia propositiva, colaborativa. Buceando a través de paradigmas emergentes, experimentando nuevas didácticas, posicionándome en un lugar de aprendiente constante, una esponja abierta a nuevas experiencias con una actitud que en inglés sería “joy” y me cuestra traducirlo al castellano, pero que sería algo así como alegría, juego y asombro permanente. Aprender de otros y con otros. Aprender y divertirse. Explorar, inventar, crear. Sin miedo a equivocarse y corregir rumbos. De eso se trata innovar en educación.

Muchas veces me preguntan “y cómo hago para innovar si trabajo en la escuela media y el sistema no me lo permite”, mi respuesta siempre es que hay que animarse a pequeñas revoluciones sustentadas epistemológicamente. No es el activismo por el activismo puro, es hacer con sentido.

La experiencia CMK 2018 reafirmó que el rumbo que comenzamos a tomar hace varios años es el correcto, que somos muchos los que vamos en el mismo sentido, que se aprende haciendo, que los proyectos le dan sentido al aprendizaje, que los desafíos le dan sabor al aprendizaje, que aprender para la vida es aprender a comunicarse, a trabjar en equipo, a manejar las frustraciones, a aprender cosas nuevas, a aprender con otros, a explorar, a no perder la paciencia.

Proponer experiencias innovadoras de aprendizaje con tecnología es un reto que vale la pena tomar, así como hacer pequeñas revoluciones en la Maestría en Tecnología e Innovación Educativa y en los talleres del Creative Garage. No dar nunca nada por sentado, no conformarse, siempre querer ir un poquito más allá, no perder la capacidad de asombro ni la actitud de niña (en sentido Nietzcheano) que tiene la capacidad de seguir asombrándose y aprendiendo del mundo.

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