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Juan Manuel Gentili
Coyuntura
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6 min readApr 14, 2017

El filósofo y matemático español Javier Echeverría, en su libro Entre cavernas, extiende la famosa alegoría de Platón: la realidad se organiza en cavernas o cuevas anidadas. Nuestro hogar es una caverna en la cual dormimos, cocinamos, vivimos; si salimos a la calle, esa ciudad en la que estamos radicados también conforma una caverna, más colectiva, en la cual las personas comparten diversas experiencias; si vamos al teatro o al cine, nos inmiscuimos en una caverna un poco más compleja, en un mundo que nos tiene atrapados hasta que salgamos de nuevo a la luz y vayamos transitando a su vez por más y más cavernas. Incluso nuestro propio cuerpo es una caverna, un conjunto de órganos que posibilitan nuestra existencia física. O un libro. O una pantalla de computadora. O el planeta Tierra.

Echeverría distingue tres entornos, que sirven para organizar de alguna manera este caos de recovecos que es la realidad. El primer entorno es la naturaleza, todo lo que es producto de las leyes biológicas: seres vivos, ecosistemas, etc. Está relacionado de manera muy estrecha con la existencia física: lo que se puede tocar. Por otra parte, el segundo entorno consiste en la pólis, o ciudad. Después de la Revolución Industrial, la relación del hombre con el mundo cambió radicalmente y las ciudades o centros urbanos pasaron a constituir un gran conjunto de cavernas de la vida moderna. El hombre ya no sólo es en la naturaleza, sino que también es en la ciudad. Sigue existiendo una relación con el mundo físico, con lo tangible.

En última instancia, tenemos un tercer entorno surgido relativamente hace poco tiempo, de la mano de las tecnologías de la información y la comunicación (TIC) y, fundamentalmente, de la aparición de Internet. Este tercer entorno corresponde al mundo digital. Podemos hacer uso de la comparación ya tan trillada: el mundo compuesto por bits, diferente en esencia al mundo de los átomos. Al estar frente a una pantalla, una persona interactúa con un espacio en el cual puede, a estas alturas, encontrar analogías con respecto a la vida física: compartir momentos con amigos en redes sociales, encargar comida, jugar juegos, consultar estadísticas sobre el nivel de productividad diario, tener sexo… Una lista cuya longitud aumenta exponencialmente con el paso de los días.

Algunos se lanzan a inferir que, observando la rapidez en el desarrollo de este tercer entorno, en poco tiempo reemplazará casi completamente a los otros dos. Echeverría no se interesa en este punto, es más, lo niega. Su esfuerzo radica en explicar cómo los tres entornos interactúan entre sí, con sus estructuras de cavernas y subcavernas, y cómo el hombre se las pasa de un entorno a otro, conformando su yo completo: una existencia en la naturaleza, otra en la ciudad, y otra en el mundo digital.

En esta expansión de la realidad, no sólo el hombre se vio modificado, sino también las actividades que éste realiza. La enorme cantidad de datos que pueden ser almacenados en la nube nos llevó a tener más control sobre los hechos objetivos de las cosas que hacemos, como por ejemplo un catálogo muy preciso de los lugares que recorrimos en un día cualquiera, la cantidad de palabras que leímos en un e-book, la distancia, el tiempo y el ritmo promedio (e instantáneo) de un entrenamiento. Algunas actividades fueron modificadas en un nivel un poco más profundo. Con el surgimiento de Twitter, el modo de mirar televisión cambió. Las personas dejan de ser elementos pasivos, meros consumidores de los contenidos que se ofrecen en la pantalla. Pasan a tener la capacidad de emitir opiniones y que esas opiniones se puedan discutir con otros televidentes.

Un caso que responde a este cambio es el de la literatura. La aparición del tercer entorno facilitó muchísimo la evolución de una nueva forma de escritura: la no lineal, la fragmentaria, que no responde a la estructura de introducción-nudo-desenlace, sino que es, si se quiere, ‘más desordenada’, o abierta a distintos tipos de orden. El concepto tecnológico que ayuda a esta rama de la literatura es el hipervínculo, esas palabras en azul que utilizamos todo el tiempo cuando navegamos por la web (y resulta importante prestar atención al verbo que utilizamos para caracterizar nuestra interacción con la World Wide Web: navegar, en el sentido de divagar, sin rumbo fijo). Varios escritores anticiparon este fenómeno.

En 1941, Borges publica el cuento El jardín de los senderos que se bifurcan, que toca el tema de la simultaneidad, el paralelismo y, como casi siempre, el infinito:

“… de qué manera un libro puede ser infinito. No conjeturé otro procedimiento que el de un volumen cíclico, circular. Un volumen cuya última página fuera idéntica a la primera, con posibilidad de continuar indefinidamente”.

“En todas las ficciones, cada vez que un hombre se enfrenta con diversas alternativas, opta por una y elimina las otras; en la del casi inextricable Ts’ui Pen, opta –simultáneamente- por todas. Crea, así, diversos porvenires, diversos tiempos, que también proliferan y se bifurcan”.

Resulta difícil ser un nativo digital y que, al leer estas líneas, no se nos aparezca en la cabeza la idea de Internet, un lugar prácticamente sin límites. Además, también responde a la idea de circular o recursivo, ya que podemos comenzar en cualquier punto de la inmensa red conceptual que lo conforma, navegar, volver al mismo sitio, indefinidamente.

Cortázar, por citar otro escritor argentino, también aportó su granito de arena en la temática. Su novela más famosa, Rayuela, es un ejemplo de lectura no lineal o, más bien, multilineal. En una nota introductoria, el autor advierte que su libro se puede recorrer de principio a fin, hasta el capítulo 56, o siguiendo un orden proporcionado por él mismo, que incluye la tira de capítulos 57–155. La primera opción es una novela relativamente estructurada, con un comienzo y un final, mientras que la segunda resulta más experimental, atrevida, una gran mezcla de narración, notas de su alter ego, fragmentos de poemas de otros autores, etc. En muchas versiones digitales de Rayuela, se observa que alguien se tomó el trabajo de insertar un hipervínculo al final de cada capítulo que redireccione al lector al próximo, según el orden propuesto por Julio.

Ted Nelson, filósofo y sociólogo emparentado con las tecnologías de la información y la comunicación, acuñó por primera vez la palabra hipertexto en el marco de su proyecto Xanadu, el cual tenía como objetivo crear un inmenso documento que recopile todo lo escrito por el ser humano por medio de enlaces o hipervínculos. La idea del hipertexto es otorgar sentido no sólo en la información que contiene, sino también a través del recorrido de lectura, que es múltiple. De esta manera, un mismo hipertexto puede ser leído de diversas formas y brindar mensajes variados dependiendo de lo que se dice y del orden en el que se lo consuma.

Por último, es imposible dejar de mencionar a otro escritor que desde hace tiempo está relacionado con estas nuevas formas de escritura. Su nombre es Robert Coover. Escribió un ensayo titulado El Fin de los libros, en el cual habla, más que nada, del fin de la escritura lineal, mientras que abre un panorama a lo que está llegando: los hipertextos, el cambio del rol del autor y del lector, por co-autores y co-lectores, entre otras cuestiones. Además, brinda talleres literarios en los cuales enseña a utilizar software específico para la creación de obras literarias en el mundo de la web, y en los que aprende de sus alumnos nativos digitales: en una entrevista, alardeó de una chica que iba a su taller y que a su vez estudiaba informática, lo cual le sirvió para crear una app diseñada para iPhone e iPad que consiste en una historia narrada no sólo con palabras: imágenes, vídeos, música, constituyen un todo entrelazado y multisensorial que enriquece la forma de una historia (en contenido) trivial.

En muchos casos, el avance del desarrollo tecnológico puede desembocar en cambios negativos en el mundo real (o en el primer y segundo entorno, para seguir con la nomenclatura de Echeverría). Pero en otros, abre nuevas posibilidades para el desenvolvimiento de la creatividad humana. Creatividad que puede disparar hacia caminos antagónicos: actualmente se pueden crear ‘poemas’ simplemente apretando la primer palabra que nos ofrece el teclado predictivo de nuestro smartphone, al estilo dadaísta, o también se puede lograr control y rigurosidad de las obras literarias a partir de programas específicos que apuntan a la organización minuciosa. Todo depende de las manos que tecleen del otro lado de la pantalla.

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Juan Manuel Gentili
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