Siempre me obligo a hacerlo, no hay otra forma. He de obligarme a rozar la punta de mi herramienta sobre esta piel artificial. Solo así podré inyectar ese fluido que tanto deseo ver escapar. He de obligarme a hacerlo a pesar de ser algo tan placentero, es muy contradictorio. Quizás me tengo que obligar porque no me atrevo a estar desatado, no me atrevo a dejarme llevar desde el principio. O quizás es solo porque recuerdo todo lo que sudo, todo el esfuerzo que tengo que hacer y me echo atrás. Es tanto esfuerzo que termino agotado, pero lleno de un éxtasis indescriptible. Es entonces cuando siento que he hecho bien forzándome y entiendo por qué he aguantado tanto con mis músculos en tensión y mi herramienta firme. He aguantado porque, mientras, solo pienso en la explosión final, esa explosión tan liberadora que viene acompañada de un tembleque de mis extremidades.
Es ese magnífico clímax el que me lleva a seguir haciéndolo, el que me lleva a seguir sudando entre fuertes respiraciones. El que me lleva a seguir escribiendo.
