Retarme, para no acomodarme

Teresa Morfin
Crónicas irrelevantes
4 min readJun 7, 2020

Aprender alemán es muy difícil. Ya sé que no estoy diciendo ninguna novedad, entiendo que el idioma es famoso por eso mismo, pero eso no quita que sea verdad. Es necesario practicarlo, practicarlo y practicarlo. Excepto por casos muy contados, toma años. E, incluso cuando ya se cuenta con conocimiento del idioma, toma mucho esfuerzo y tiempo aprender suficiente vocabulario y dejar de cometer errores con el der, die, das, así como con las declinaciones y otra serie de cosas divertidas.

No obstante, si algo he notado es que quienes avanzan de forma un poco más fluida no es porque dedican más horas a estudiar las reglas de gramática y a hacer ejercicios de declinación de adjetivos, sino porque ven televisión en alemán. También aplica con otros idiomas, yo conozco personas que han aprendido francés únicamente viendo series, o español viendo telenovelas (no sé cómo estará su calidad de español, pero ese no es el punto).

Lo que me queda claro es que un idioma se aprende más fácil hablándolo, practicándolo, viendo la tele, oyendo música, leyendo, etc. que haciendo ejercicios en un libro. Sin embargo, todos los cursos formales de alemán de los cuales he sabido funcionan siguiendo libros, que no son nada económicos, por cierto. Creo que entiendo. Es la forma estandarizada asegurada mediante la cual, independientemente de si algunos alumnos tienen más facilidad o, por el contrario, más dificultades que otros, todos los que toman y aprueban el curso salen con cierto nivel dominado.

Es un poco como las escuelas, que, por lo menos como operan hasta ahora, no diferencian entre las distintas habilidades, facilidades o siquiera intereses de los alumnos, sino que se aplica una forma estandarizada en la que se asegura que todos saldrán con un nivel mínimo, por lo menos. Lo malo de esto, es que de ninguna manera se está persiguiendo el nivel máximo que podría conseguir un alumno. Eso depende completamente de las posibilidades, recursos e interés del propio alumno.

Sé que aquí hay temas subyacentes respecto de las posibilidades y recursos que tiene cada uno, pero no voy a entrar ahí. Quiero regresar a la forma de aprender. Sé que hay cursos de cómo hacerlo mejor, consejos de un montón de gente que logra encontrar formas nuevas o más sencillas de avanzar y otros recursos. Esto, con independencia de que quienes imparten los estructurados cursos de prácticamente cualquier tema insistirán en que es necesario seguir la metodología del curso de forma ordenada para avanzar correctamente en el aprendizaje.

En mi experiencia, las guías siempre son útiles, pero las habilidades nuevas solo se logran mediante la práctica incesante. Es como la ortografía, que se aprende leyendo mil veces mejor que estudiando detenidamente las reglas del lenguaje. Hasta cierto punto, pienso que la filosofía se aprende discutiendo con seres pensantes, la música tocándola y escuchándola, a pintar pintando. También pienso que cada quién tiene que medirse y entender sus puntos fuertes, ya que es a través de ellos que podrá avanzar más rápido en la adquisición de un conocimiento nuevo.

Por ejemplo, en la licenciatura yo no seguí el plan ideal, sino que metía materias conforme se acomodaba a mi horario. Eso dio lugar a que metiera algunas materias avanzadas (de alguna manera no estaban seriadas) sin haber llevado las básicas, lo que me ayudó a darme cuenta de que para mí no siempre funciona aprender primero el abc y después las oraciones, sino que el método deductivo, por llamarlo de alguna forma, funcionaba para mí en algunos casos. Enfatizo “en algunos casos”, pues claro que también me pasó que entraba a conferencias donde no entendía ni pío porque no había aprendido el lenguaje técnico mínimo necesario para ello.

Yo no soporté el método de aprendizaje de alemán mediante ejercicios de libro. Me aburría muchísimo y las clases eran tortura para mí. Sin embargo, me conozco bastante para saber que sin una clase y el compromiso que conlleva eventualmente iba a abandonar. Pues me puse a ver la tele en alemán, y noté que avanzaba mucho más rápido, y me cambié a una clase en línea en donde practico mucho más leer, escribir y hasta hablar (irónicamente). Todavía me quejo muchísimo de la tarea y a cada rato quiero mandar al bendito idioma a volar, pero estoy mucho más contenta y veo mucho más avance que antes.

Hay otra cosa más. Cuando regresé al alemán (empecé, hice una pausa como de tres años y volví) y me di cuenta, o más bien recordé, que me costaba muchísimo trabajo, mi primer impulso fue dejarlo. Pero después me di cuenta de que era justo lo que necesitaba, porque no me podía poner cómoda. Esos retos hacen falta: echan a andar al cerebro cuando ya se está volviendo flojo, generan conexiones neuronales que se reflejan en todo lo demás, y también forman perseverancia y disciplina.

Es un poco como hacer ejercicio, uno se pone muy cómodo con una rutina laxa. Pero, si ya se quiere estar más en forma, hay que exigirle al cuerpo y eso es cansado, dan ganas de dejarlo. Pero después de perseverar, los resultados se disfrutan el doble. Como en las materias difíciles en la universidad, en que algunos seises sabían a gloria mientras que los nueves de profesores barco daban igual. Un éxito logrado con sudor y sangre se saborea mucho más que uno que prácticamente llega solo. Por más que me queje del alemán y necesite constantemente motivarme (como ahora), cuando lo supere voy a buscar otro reto así. Yo sí necesito recordarme que si no fortalezco mente, cuerpo y espíritu, me debilito.

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