La hora muerta de TransMilenio

El principal sistema de transporte masivo de Bogotá, con trece años encima de operación, ha perdido (casi) completamente la identidad por la que tuvo reconocimiento internacional.

Diego Harker
10 min readDec 19, 2013

Corría el año 1998 en la ciudad de Bogotá. Las demacradas calles y avenidas principales de la capital de Colombia ya no daban abasto, además desde que había sido suprimido el sistema de trolebús en 1991, la ciudad se había visto inundada por una marea multicolor de buses modelo 1970-1980 que fungían como entes transportadores (y ultra-contaminantes). Uno de los corredores icónicos de Bogotá, la Avenida Caracas, poseía una movilidad pésima, además de ser un terrible foco de inseguridad.

Entonces llegó Enrique Peñalosa, alcalde en funciones en ese momento, y como si de la octava maravilla del mundo se tratase, anunció la construcción del sistema de transporte masivo BRT conocido como TransMilenio. Si bien la promesa del metro se había roto (promesa hecha desde la década de los cincuenta, y promesa que hasta ahora, muy lentamente, se está haciendo realidad), los bogotanos pudieron sonreír, porque finalmente tenían un sistema de transporte digno, y podían estar a la altura de otras grandes ciudades del mundo (incluso Medellín, segunda ciudad del país, tenía su propio metro en operación desde 1995).

Finalmente, TransMilenio terminó de construirse en 2000, entrando a operación el 18 de diciembre de ese mismo año. Efectivamente, el sistema fue ganando una popularidad sin precedentes, debido a los rápidos tiempos de desplazamiento, la seguridad del sistema, y sobre todo, el gigantesco impacto sobre el espacio público. Por poner un ejemplo, la misma Avenida Caracas, que fue la primera troncal del sistema en ponerse en operación, lucía así en 1992:

Avenida Caracas en 1992 / Cortesía: Foros Skyscrapercity

Cuando el sistema se inauguró, así lucía el mismo tramo:

Avenida Caracas después de la inauguración de TransMilenio / Cortesía: Foros SkyscraperLife

Además, los usuarios se sentían lejos de toda clase de indigentes y vendedores errantes que se subían al transporte público tradicional a pedir dinero y vender productos. Muchas veces, dichos personajes eran una mascarada de atracadores y delincuentes, que azotaban a la ciudad de manera constante.

Así pues, para el año 2005, con la apertura de la troncal en la Avenida NQS (avenida que hace parte de la Carretera Panamericana en Bogotá) y tan solo cinco años de operación, TransMilenio acapara portadas del mundo, al convertirse en el mayor sistema BRT en operación del mundo, y sirviendo de referente para aperturas de sistemas del mismo tipo en otras ciudades como Santiago de Chile o Ciudad de México. Así mismo, en Colombia se iniciaron operaciones BRT en Medellín, Barranquilla, Cali y Pereira.

Y no sólo eso, además del gran impacto urbanístico de TransMilenio, desde su entrada en curso, se fomentó intensivamente la cultura ciudadana, y mucho más, desde que Antanas Mockus asumiera la Alcaldía de la ciudad (2001-2003). Se hacían religiosamente filas para ingresar a los buses, que cada día se llenaban más, se priorizaba la salida de los pasajeros de los buses en las estaciones, para poder entrar más rápido. Aquellos que se saltaban las normas, o llegaran a colarse en las estaciones, eran expuestos a la picota pública, ya que como el paradigma había cambiado radicalmente desde la entrada de TransMilenio, se había generado una consciencia ciudadana y una apropiación alrededor del sistema que jamás se había visto con un bien público en la ciudad.

Sin embargo, dicho éxtasis ciudadano fue flor de unos años, tan solo. Mockus culminó su alcaldía en 2003, y con ella todas las campañas en pro de la cultura ciudadana. El período de gobierno en las alcaldías fue aumentado a cuatro años, y el sucesor de Mockus, el entonces izquierdista Luis Eduardo Garzón (2003-2007) ahora tenía las riendas de Bogotá. Con un plan de gobierno diferente al de Mockus (y con diferente, me refiero a clásico) se abandonó la bandera del civismo, y con ello, los bogotanos volvieron a las viejas costumbres. Por otro lado, si bien el sistema fue adecuado los primeros años, ahora se estaba quedando corto, y empezó a sufrir problemas de sobredemanda.

Con el pasar de los años, la expansión del sistema no se estaba dando como debiera, y a esto se sumó el millonario robo cometido por el alcalde sucesor de Garzón, Samuel Moreno (2007-2011) y sus socios a la Fase III del sistema (que contemplaba la Calle 26 y la Carrera Décima) que hirió de muerte la confianza de los bogotanos por su preciado sistema. Además de la desidia con la cual las administraciones Garzón y Moreno trataron al sistema y a la cultura ciudadana, que en cuestión de poco tiempo, fue cosa del pasado.

Dicha desidia empezó a notarse. Cuando el sistema había pasado años sin un solo vendedor ambulante o indigente en alguna de sus estaciones, empezaron a proliferar dentro de las mismas, como Ricaurte o Avenida Jiménez, dichos personajes, y como la gente había olvidado ya su cultura ciudadana, fomentaba dichos comportamientos al comprar o dar dinero a estas personas. Se estaba replicando el mal del transporte tradicional en TransMilenio.

Vendedor ambulante en el túnel de transferencia de la estación Avenida Jiménez / Cortesía: Diario ADN

Además, las quejas y protestas por el mal servicio (sobredemanda y alto costo del pasaje) derivó en otro gran mal del sistema. La gente empezó a colarse por las puertas de las estaciones y por los torniquetes de entrada a las mismas, al considerar injusto pagar un pasaje por un “servicio tan malo” (sic). Estallaron también duras protestas, que culminaron en un colapso del sistema en marzo del 2012, cuando algunas estaciones fueron seriamente dañadas por vándalos durante las manifestaciones.

Vándalo destrozando una puerta de la estación Calle 45, durante las protestas del 8 de marzo de 2012 / Cortesía: El Tiempo.

Fue cuestión de tiempo, para empezar a ver hordas de estudiantes y demás gente colarse por las puertas de las estaciones.

Ya no lo hacían por una razón concreta (como si las razones que esgrimían — y siguen esgrimiendo — tuvieran algún sentido o razón de ser). Ya los bogotanos nos habíamos enajenado del sistema, como si no nos hubiera costado, como si fuera de algún otro fulano.

Por otro lado, los vendedores ambulantes e indigentes vieron su cuarto de hora cuando la laxitud de las autoridades les permitía estar en las estaciones. Ahora pasaban de las estaciones a los buses, prostituyéndolos para su bien, con el beneplácito de algunos, que les entregaban dinero.

Ya no se hacían filas para el ingreso a los buses, ahora era todo un solo cúmulo de gente, que apenas se abrían las puertas de la estación y del bus, se agolpaban a ver quién entraba primero y quién cogía alguna silla vacía. Ni hablar, de las prioridades de los adultos mayores, discapacitados o embarazadas cuando solicitaban alguna silla en medio del abarrotado bus. En medio de gritos, unos giraban la cabeza para mirar por la ventana, otros inmediatamente recibían el toque de Morfeo y quedaban (fingían estar) dormidos, o sencillamente presenciaban la escena con la más fría indiferencia de todas.

Incluso, el gran gentío que permanecía desorganizadamente en las estaciones a la espera del bus, no dejaba cerrar las puertas de las estaciones, suponiendo un gran peligro para los usuarios y un chance para los que se colan. Pero ahora se ve como puede estar vacío el vagón, y los impacientes (y anticívicos) usuarios ponen el pie a la puerta para que no se cierre, como si el bus fuese a llegar más rápido por esa acción.

Sin embargo, cuando yo dejé de usar TransMilenio, el cual seguía siendo mi medio de transporte favorito, se veía cómo había que intensificar las acciones por parte de las autoridades (que con el pasar de los años, se han convertido en simples espectadores dentro del sistema) y también generar consciencia en los usuarios (y que éstos mismos se den cuenta que con sus acciones, lo único que hacen es dañar a la ciudad), para dar un timonazo al asunto, y volver a la gloriosa época de antaño. La razón por la cual dejé de usar el sistema, fue por la aparición del SITP (Sistema Integrado de Transporte Público) que busca reemplazar todo el esquema de transporte público tradicional, manteniendo las rutas y unificando el medio de pago, junto con TransMilenio. Como una ruta del SITP me servía para ir a la universidad, entonces lo abandoné, porque ya no lo necesitaba.

Ahora, hace un par de días volví a usar a TransMilenio, puesto que un amigo me pidió que lo acompañara. Si bien ya lo usaba (pero con mucha menos frecuencia que antes), pude darme cuenta del grave deterioro en el que se encuentra el sistema, y con la poca piedad con la que los bogotanos lo tratamos. Comenzando con el recorrido que tuve que hacer (en SITP hubiera demorado 20 minutos — Avenida 68 —, en TransMilenio me demoré 50 minutos), ya que la conexión operacional prevista entre la Calle 26 y la Avenida NQS es inexistente, puesto que el box peatonal para conectar físicamente las estaciones CAD (NQS Central) y Plaza de la Democracia (Calle 26) fue recortado debido al desfalco hecho por Moreno en 2009. Abordé en la estación Salitre-El Greco (Calle 26) la cual no estaba muy llena, esperé el servicio B23, el cual me dejaría en la estación Calle 26 (Caracas), para hacer un trasbordo que me permitiera llegar a la casa. El problema es que ésta estación es una de las más congestionadas del sistema (por su ubicación en el Centro Internacional). Fui al vagón que me correspondía para esperar el siguiente servicio (F19). Estaba lleno.

Esperé juiciosamente, hasta que llegó el bus que nos servía a todos. Empezó la batalla por subirse a los buses, si bien yo me hice a un lado para dejar salir a los que pretendían desabordar en esa estación, fue un intento inútil. Toda la gente me empujó hacia el interior del bus, como estaba suspendido, pude deslizarme y caminar por el borde exterior de la estación para poder ingresar, suponiendo esto una riesgosa maniobra.

En esa misma estación, subió una pareja, a la cual no le importó que el bus estuviera lleno hasta el tope para empezar a soltar su perorata, pidiendo dinero a cambio de unos libros de chistes y sudokus. Mi estupefacción fue mayor cuando muchos de los usuarios compraron a esta pareja, la cual desabordó en la siguiente parada (Calle 19) llevándose el botín. Algo más adelante, a la altura de la estación Avenida Jiménez, se empezaron a oír gritos entre la gente. Dichos gritos correspondían al de una mujer, que increpaba a un hombre de haberla manoseado. El hombre se defendía, riéndose, al decir que fue sin intención, y la mujer, aún más exaltada, le decía que aprendiera a respetar a las mujeres. El incendio se apagó cuando el hombre la acusó de loca, y de decirle que discerniera bien lo que había ocurrido.

No menor fue el acto de otra pareja, cuando pasábamos al frente de la estación De la Sabana. Yo, que estaba pegado a ellos, pude notar como el hombre se restregaba constantemente con su “dama”. Todo un despropósito. Finalmente llegamos a mi (segunda) estación de destino, Ricaurte (Américas), en donde debía tomar el túnel de transferencia para llegar a la parte NQS Central de la estación, en donde por fin podría llegar a mi casa. Pero salir del bus me fue casi imposible. Toda la gente que estaba en la estación intentó entrar al mismo tiempo. Se oían súplicas de “dejen salir primero”, “¡respete que estoy saliendo!”, o “empuje, empuje”. Finalmente pude escabullirme por un costado, mientras observaba otra puerta de la estación, por donde se colaba un sujeto desconocido, sin que nadie lo impidiera.

Marché hacia el túnel, y en el meridiano de éste, podía ver como la gente compraba a los vendedores de maní y chocolates, frente a esas estatuas con uniforme de policía (que llaman ahora auxiliares, y cuyo trabajo consiste en revisar su smartphone en todo el turno). Y más grave aún, dejándose estos comprar con productos, para evitar la salida de los vendedores por la puerta de atrás. Llegué al costado NQS Central de la estación Ricaurte para esperar el servicio G12 que me llevaría a mi casa. El vagón de la estación no estaba muy lleno, pero un personaje bloqueaba la puerta de la estación, exponiendo a todos los que estábamos ahí a un peligro inminente. No tuve tiempo de replicar cualquier cosa, porque el bus llegó justo en ese momento. Pero dicho bus estaba muy lleno. Aquel odioso logró abrirse paso en un segundo al empujar a algunas personas que salían, las cuales protestaron. A una muchacha y a mí nos tocó empujar a un joven para que pudiera entrar bien al bus. Finalmente se cerraron las puertas (con el joven en un estado de compresión preocupante) y con la muchacha y yo afuera de él.

Esperamos el otro servicio G12, que pasó enseguida, aunque no menos lleno, y como éramos los únicos que no habíamos podido abordar el anterior, dejamos salir a los que desabordaban sin problema alguno y pudimos entrar satisfactoriamente. Así culminó mi recorrido hasta la estación General Santander (NQS Sur), que es en donde yo vivo.

Había pasado mucho tiempo desde que no me montaba en un recorrido tan largo en TransMilenio, por lo que pude ver el cambio tan severo que ha tenido el sistema. Los problemas que había reseñado anteriormente los vi multiplicados. He escuchado también que ahora no hay bus en el que no se suba un indigente o vendedor, y los colados cada día son más y más. Pienso que se ha llegado a un punto de no retorno. Los bogotanos descuidamos el sistema a tal punto, que ya es virtualmente irrecuperable.

Y sí, anegado en tristeza tengo que reconocerlo, porque, sumado a las exiguas campañas de consciencia que hacen las autoridades, los bogotanos tampoco queremos recapacitar, no queremos retomar la “cultura Mockus”. Nos creemos los más aventajados por entrar primero al bus, por hacernos los dormidos cuando una embarazada necesita la silla, cuando bloqueamos las puertas de las estaciones y cuando nos colamos por ellas; cuando en verdad estamos haciendo gala de las más vergonzosa de las ignorancias. Ciertamente, nadie se puede considerar siquiera ciudadano si defenestra su ciudad de esta manera. Eso no lo hace un ciudadano, eso no lo hace una persona.

Tal vez hace un poco más de un año, la situación era reversible, pero la escalada de indiferencia de Bogotá y la dejadez de sus timoneles ahora nos dejan en el barro. Un barro muy pesado que solo con un colosal trabajo ciudadano y una profusa diseminación del civismo podremos quitarnos de encima.

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Diego Harker

Estudiante de Sociología en la Universidad Nacional de Colombia y miembro del Comité Editorial de GAEDS - UN.