Diciembre de 2001

Julián Iñiguez
Relatos Urbanos
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5 min readOct 29, 2023

Marcela tiene un brillo mágico esta noche. Las llamas de la hoguera de la esquina de la cuadra, junto con las zumbantes luces de la iluminación publica, arrancan destellos de su piel y su pelo corto, mojado por la transpiración, causando un efecto mesmerizante en Ricardo. Él no puede parar de mirarla y, aunque siempre esta presente en su pensamiento, ahora es lo único en lo que puede pensar. Alrededor de ellos los vecinos hablan de los saqueos y del miedo a los que vienen de otros barrios a robar a sus casas, a robar lo suyo, a quitarles todo. Los vecinos son los mismos que horas antes habían saqueado algunos negocios, mas que nada el super chino que bien merecido lo tenía, según lo que comentan entre ellos excusándose, por apagar las heladeras y ni si quiera aprender el idioma para atenderlos bien. Que maleducados son. Y sucios también. Que barbaridad. Las voces suenan y resuenan, con el acompañamiento de las sirenas de fondo y el crepitar del fuego mientras consume maderas, plástico y cualquier cosa que lo alimente. Ricardo por su lado solo mira a Marcela. La ve hablar con una amiga mientras gesticula, se ríe y de vez en cuando mira en su dirección con esos ojos negros y profundos. Ricardo la mira y espera. Es hoy, es esta noche. Es ahora cuando todo el mundo esta en la calle y que nadie va a molestarlo, ni a mirarlo de mala manera, como hacen siempre. Es hoy cuando se va a animar a hablarle en algún lugar en el que estén solos, lejos de las burlas de los demás. Nadie va a mirarlo y decirle “gangoso de mierda” con la mirada, menos ella. Cuando estén solos ella va a escucharlo y le va a entender cada una de sus palabras, lo va a mirar a los ojos y no a la cicatriz en su labio, evidencia de la malformación que lo acompaña desde que nació. Mientras la mira con ojos vacíos, la escena avanza en su cabeza, ella lo besa y le dice que lo ama, el responde que también la ama y cogen en la oscuridad de una habitación genérica, sin importarles nada de lo que pasa afuera. Y son felices.

Marcela se divierte mientras avanza la noche. ¿Quién diría que el terror a lo desconocido podría ser tan atractivo? No solo para ella al parecer porque, aunque la tensión se puede sentir subyacente, todos incluyéndola están charlando y muriéndose de risa. Claro que algunos consideran divertido la anticipación de la violencia y disfrutan estar ahí, preparados y atentos para usar sus armas en esta momentánea anarquía social que se transmite por televisión, pero no es su caso. Ella simplemente disfruta hablar con sus amigas. Lo único que la inquieta es el gangoso que la mira fijo a la distancia, ahí sentado en la vereda de enfrente. De vez en cuando lo mira para ver si se mueve o hace algo, pero el sigue ahí como si fuera una estatua. Que cansada esta del flaco ese, cuantas veces se rieron con las chicas de como el las sigue desde lejos cuando va a hacer las compras o cuando se va a tomar el colectivo para ir al colegio. Esta claro que esta obsesionado el pobre, casi que le tiene lastima. Casi. ¿Me haces la segunda y vamos a tu casa? Tengo que ir al baño, le dice a su amiga. Cruzan la calle en diagonal y van, mientras con la mirada furtiva ve que el gangoso la sigue mirando, ahí quieto como una estatua. La amiga le dice que le deja abierta la puerta de afuera, ponele la traba nomas que después cierro, es lo que escucha Marcela mientras la puerta de la calle se cierra atrás suyo.

El pasillo esta oscuro y en el fondo se ven las luces que la gente normalmente deja prendidas cuando salen de su casa, pero saben que van a volver. ¿Los boludos no podrían haber dejado prendidas las del pasillo también? Adentro la casa esta en penumbras, pero Marcela la conoce de memoria porque la viene visitando desde la primaria, cuando conoció a su amiga. Cuando entra al baño le parece escuchar el ruido de chapas chocando que hace la puerta de calle cuando se cierra, seguro que esta boluda se olvido de algo, piensa.

Ricardo esta nervioso, pero cuando la ve no se congela, sino que entra en acción de inmediato. Ella es la congelada, por la sorpresa de encontrarlo ahí parado, en el medio del comedor de la casa de su amiga. El Se acerca y empieza a hablarle y su primera reacción es dar un paso atrás y luego otro hacia el baño del que acaba de salir. Hay algo en la cara de el que no esta bien, algo desesperado y desconcertante. El la persigue sin parar de hablarle, le dice todo lo que se imagino que le iba a decir, pero las respuestas de ella nunca llegan, no hay te amo y yo también, no hay amor y entendimiento en los ojos de Marcela. El intenta abrazarla, decirle que no se preocupe, pero ella está muy preocupada y, mientras entran los dos al baño ella se tropieza y se desmaya.

Quehagoquehagoquehagoquehagoquehagoquehago.

Arrastra a Marcela hasta el comedor otra vez y va a la cocina, a buscar algo, un trapo para ponerle a la cabeza de donde sale sangre. ¿Por qué pasa esto? Ella debería haber actuado diferente. Yo no hice nada malo. Revuelve todo sin encontrar lo que busca y el destino invierte los roles: ahora es el que escucha el ruido de la puerta de calle, junto con otros ruidos. Gritos, disparos, sirenas y explosiones, cada vez más fuertes y, mucho mas cerca, proveniente del pasillo, pies arrastrándose y gemidos. Ricardo corre a la puerta interior de la casa, prende la luz de afuera y mira por el vidrio a los seres que se acercan caminando sin detenerse hacia donde esta él. De fondo el fuego, generalizado y no solamente de las hogueras, recorta las siluetas de los que vienen caminando. Le parece reconocer a algunos vecinos y a la amiga de Marcela. Algunos están lastimados de manera grave y casi todos tienen sangre en la boca.

Ellos finalmente vinieron, aunque no a saquear.

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Julián Iñiguez
Relatos Urbanos

Fracasé en stand up y en las historietas. Antes hacia radio. Ahora escribo. Estudiante de Psicología. Intelectualizo la empatia.