FERICRAZY

Julián Iñiguez
Relatos Urbanos

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El verano es especialmente insoportable en la feria más famosa de Loma Hermosa. Las chapas del techo de Fericrazy se calientan de una manera pasmosa y, aunque están relativamente altas y los ventiladores al máximo, los vendedores transpiran desde el comienzo del día hasta que cierran y se van a su casa. El Chino Damián era uno de esos puesteros, pero él le había encontrado la vuelta a la problemática estacional: su puesto de DVD estaba justo a la entrada y cuando la puerta se abría para que entre la gente, un mínimo de aire fresco le pegaba en la cara y le permitía darse un respiro (literalmente) del aroma humano.

La única diferencia entre ese sábado y todos los otros incontables días en los que Damián había disfrutado el agradable tránsito entre el momento de levantarse y acostarse de la cama, fue que cada vez que se abría la puerta de la feria se sentía más y más el asqueroso olor del basural del Buen Ayre. Si bien el sopor del verano y el hedor del “relleno sanitario” eran un maridaje tan tradicional como el asado con vino, o el pancho y la coca; ese día en particular había algo que desentonaba en dicha unión somato-sensorial, por lo que la gente entraba a la feria de a montones, tanto para huir del sol que rajaba la tierra como de la punzante agresión al sistema olfativo.

Desde el baño Damián solo escuchó un griterío del que nada se podía entender. Subiéndose el pantalón a la carrera y todavía sin abrocharse el botón se acercó velozmente hasta su puesto para ver lo que pasaba. Un grupo de gente había entrado a la feria y estaban haciendo una barricada en la puerta, mientras que un tipo, visiblemente alterado, con la remera media rota y con una sola ojota le gritaba a la improvisada audiencia:

-… y se volvió loco! -estaba gritando -El hijo de puta me quiso morder.

- ¡Es el olor! -gritó uno de los que estaban tapando la puerta -El olor volvió loco a mi primo y me corrió con un cuchillo. -Se dio vuelta y miró a la gente que estaba delante de él y en un tono más bajo dijo: -Parecía un perro rabioso y creo que no me reconoció…-. El terror que se veía en las caras de las personas que habían llegado y la vehemencia de sus dichos lograron una burbuja de silencio en la feria Pronto empezaron a escucharse preguntas a los gritos y algunas risas: no todas las personas pudieron convencerse de que algo malo estaba pasando y empezaron empujar a los refugiados para salir hacia la calle.

La curiosidad pudo más que las advertencias de los refugiados, y una gran parte de la gente presente comenzó a salir de la feria arrastrando a los que intentaban impedir que las puertas se abrieran, en medio de gritos y empujones. Damián no se animó a salir con los demás a pesar del impulso inquisitorio de la multitud, pero miró por el vidrio de la puerta y observó cuando la mayoría de las personas, que antes estaban en la feria y ahora estaban en la calle, empezaron a tener convulsiones. Los ojos desorbitados y las lenguas afuera parecían convertir las caras de los afectados en grotescas máscaras de cotillón, y los brazos que se movían sin control golpeaban a las personas que tenían cerca. Los temblores afectaron sólo a algunas de las personas y, mientras se derrumbaban en el piso, sus acompañantes se abalanzaron sobre ellos para ver qué les pasaba. Los gritos de horror helaron la sangre de los espectadores del macabro espectáculo mientras asistían a una incomprensible carnicería enfrente de la feria. Los Infectados empezaron a correr y a atacar al resto de la gente. Desde el interior de la feria fueron testigos de como la sangre empezó a brotar de miles de heridas abiertas en los cuerpos de las víctimas. Una chica se fue corriendo a la puerta totalmente ensangrentada, pero desde adentro ya la habían trabado. Nadie intentó siquiera ayudarla y todos vieron como la molían a golpes dos jóvenes con aspecto de bestias salvajes.

Damián nunca había visto tanta sangre junta y eso lo asqueólo suficiente como para vomitar todo el contenido de su estómago en medio de arcadas espeluznantes. Limpiándose la boca con la mano empezó a alejarse lentamente sin darle la espalda a la puerta hasta que chocó con otras personas que habían estado mirando la desagradable escena desde más atrás. Las miradas de la gente a sus espaldas se fijaron en él y en los ojos de la multitud se adivinaba desconfianza. Se dio vuelta y miró a los ojos del tipo que estaba más cerca y con un hilo de voz dijo:

-Ni… loco… salgo de acá. -y gritando agregó - ¡Nadie sale o abre la puerta esa! -.

Solo las diez personas que habían tenido el buen tino de quedarse adentro de la feria eran los sobrevivientes y, a pesar de las dudas iniciales, Damián había logrado que no lo exiliaran de la Feria. Se organizaron para bloquear todos los accesos y tratar de ponerse en contacto con familiares o amigos. Los que pudieron comunicarse sólo lo hicieron por algunos momentos, y el pánico y desesperación de los relatos, fueron suficientes como para saber que el barrio entero era un desastre. A la distancia se escuchaban explosiones, sirenas y tiros, lo que sugería que la infección se había extendido y por el vidrio ensangrentado de la puerta podía verse bajo la luz crepuscular infectados errantes, autos que pasaban velozmente y al hospital Bocalandro envuelto en llamas. Los moradores de la feria se reunieron cerca de la puerta para intercambiar información y pensar en qué hacer. El demacrado vendedor del puesto de remeras de rock quería salir tapándose la cara con trapos y las pibas que vendían zapatillas opinaban que lo mejor era quedarse ahí hasta que viniera ayuda, pero la mayoría solo miraban aterrados como el sol se ocultaba y la oscuridad ganaba la calle. Un fuerte ruido se escuchó y la luz se cortó en todo el galpón. Todos comenzaron a gritar y se dispersaron hacia el interior de la feria.

El Chino Damián empezó a correr para el fondo y se escondió en un puesto de ropa deportiva. Se metió en un improvisado probador y se agachó hasta estar casi en posición fetal. En el silencio de la oscuridad escuchó como los vidrios de la puerta se rompían, y los Infectados empezaban a entrar atropellandose entre ellos. Los gritos histéricos de los demás sobrevivientes se mezclaban con los de sus atacantes y de sus guturales estertores se adivinaban bocas llenas de sangre y carne. Hasta que no hubo más ruido.

Tirado en el medio de la feria, escondido debajo de un montón de ropa, Damián olio la podredumbre que llenaba cada metro cuadrado y comenzó a sentir un escozor en la punta de los dedos de las manos. El cuello se le puso rígido y empezó a tener espasmos involuntarios. Un temblor le recorrió la espalda y empezó a gritar como no había gritado nunca. El grito pareció convertirse en algo ajeno y mientras la conciencia se apagaba como un tema musical que se va en fade se cayó al piso.

Lo que se levantó del piso de la feria ya no era humano, así como ningún otro ser en todo el barrio. A lo lejos las sirenas se multiplicaban y los fuegos iluminaban la noche del conurbano.

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Julián Iñiguez
Relatos Urbanos

Fracasé en stand up y en las historietas. Antes hacia radio. Ahora escribo. Estudiante de Psicología. Intelectualizo la empatia.