En el lavadero.

Bettie
Cuaderno de Retales
4 min readJan 5, 2015

Hoy Josefa ha visto a una muchacha caminar por el Lavadero de Arriba. Ahora ya no es un lavadero, claro. Es un paseo. Pero en su cabeza ese lugar siempre será el Lavadero de Arriba. La muchacha le ha recordado a sí misma cuando era joven. Fuerte y rotunda, caminaba con decisión y alegría, meneando las caderas con garbo involuntario. Por un instante el mundo se ha emborronado, han desaparecido los puentes de madera, las papeleras, los bancos, y ha creído escuchar el jolgorio de las mujeres haciendo la colada, como antaño.

Sí, antes era más duro, pero tenía sus ventajas. El paseo con las vecinas, los chistes picantes que nunca se contaban en presencia de los hombres y las historias de cama, incluidos los relatos, siempre accidentados, de las recién casadas. Si se ponía suficiente empeño, la ropa quedaba limpia, limpísima, más de lo que podría quedar nunca en una lavadora aunque, eso sí, no olía igual de bien: el único aroma disponible entonces era el de las pastillas de jabón de sosa: un olor neutro, el que ella siempre asociaría con la limpieza.

Quizá por eso, porque no había suavizantes con olor a brisa marina o a talco o a lavanda, reparó antes que nadie en Veli, el mayor de Evelio, el panadero, la primera vez que él acudió al lavadero. Olía a pan y a magdalenas, a gloria. Se apoyó en el puente de piedra, de espaldas a donde ellas estaban, guardando la debida distancia con las mujeres y evitando meterse en sus asuntos. Lió un cigarro, le prendió fuego con una cerilla y, entre calada y calada, comenzó a cantar:

Tienes unos ojos niña

como ruedas de molino

que muelen los corazones

como granitos de trigo.

En el lavadero

te he visto lavar

y me pareciste

sirena del mar.

En el lavadero te he visto lavar.

Las mozas que allí se encontraban se miraron unas a otras, con las mejillas teñidas de color, y esta vez no por el esfuerzo o por el sol. Y en todas las miradas, una pregunta: “¿Te canta a ti?”. Y en todos los silencios, una esperanza: “Tal vez me cante a mí”.

El misterio tardó en resolverse unos meses. Una mañana de octubre, con un frío que pelaba, Josefa se acercó con su barreño al Lavadero de Arriba. Ese día no hubo risas, ni chistes, ni confesiones. Todas las mujeres, al parecer, habían decidido dejar la colada para otro día o, quizá, para las primeras horas de la tarde, con la esperanza de que el sol calentase un poco sus espaldas. Ella, por desgracia, no podía esperar. Sus dos paños estaban manchados y llevaba puesto el tercero. Suspiró y se agachó frente al río. Mojó los paños y frotó a conciencia con su pastilla de jabón. Restregó con vigor los paños contra la piedra, creyendo que el roce con los salientes iba a partirle los dedos ateridos. Entonces lo olió, a Veli. Esperó a ver si cantaba, con el corazón retumbando en su interior. Miró, creyendo que él estaría, como siempre, de espaldas. Pero se lo encontró mirándola de una manera en la que nunca antes la había mirado nadie. Josefa apretó la colada en su puño cerrado, escondiéndola de la vista de aquel hombre, muerta de vergüenza. Entonces Veli cantó:

Paso el río, paso el puente,

siempre te encuentro lavando,

con el agua te diviertes

y de amor me estás matando.

En el lavadero

te he visto lavar

y me pareciste

sirena del mar.

En el lavadero te he visto lavar.

Josefa se llevó las manos al pecho, creyéndose herida de amor, con tan mala suerte que sus dos paños se deslizaron hasta el río y fueron arrastrados por la corriente. Casi no le importó: cada cosa a su tiempo. Permaneció con los ojos fijos en Veli, que, tras entender lo que declaraba su sonrisa, se tocó la visera de la gorra antes de alejarse de ella. Cuando volvió a casa, después de haber corrido hasta el Lavadero de Abajo con la esperanza de que alguien hubiese rescatado sus paños, encontró allí a Veli, hablando con su padre.

Josefa sonríe y sus ojos casi desaparecen entre las arrugas.

-Señora Josefa, tenemos que irnos ya -dice su cuidadora, disponiéndose a empujar su silla de ruedas.

Ella, que ya casi no habla, decide que esta vez sí tiene algo que decir.

-Vale. Pero mañana volvemos -responde ella en un tono que es más una amenaza que una petición.

Mientras se aleja desea que la muchacha de los andares resueltos y alegres albergue en su corazón un amor tan grande como el que Veli y ella habían sentido.

Siempre me ha gustado imaginar las historias

que hay detrás de los desconocidos.

Originally published at cuadernoderetales.blogspot.com.es on January 5, 2015.

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Bettie
Cuaderno de Retales

Ser pensante y escribiente.Profe. Ravenclaw. De pequeña me decían que me iba a volver loca de tanto leer. Debían de tener razón.