Una chica decente.

Bettie
Cuaderno de Retales
4 min readJul 4, 2016

Era una niña bien de provincias, o como ella se llamaba a sí misma, una chica decente, y estaba aterrorizada. Después de toda una breve vida de estricto control se veía sola, libre y, al contrario de lo que cabría esperar, aquello no le proporcionaba felicidad alguna. Extrañaba el internado de monjas al que la mandaron por exigencia de su abuelo.

-No podemos permitir que nos la desgracien en un instituto. Entre los profesores hay muchos comunistas y la nena es muy inocente.

Y lo era, inocente y obediente, así que no pasó demasiados apuros en el internado. Su sonrisa y su buena disposición hicieron que no se ganase ninguna enemistad reseñable entre las compañeras y su diligencia y docilidad la convirtieron en una de las protegidas de las monjas que las guardaban. “Allí todo era sencillo”, pensaba. “Obedecer y callar. Eso puede hacerlo cualquiera”.

Ahora, a sus dieciocho recién cumplidos, se encontraba en Madrid, una ciudad que no espera a nadie, y sola. Su familia se había negado a que compartiese piso con nadie y tampoco confiaban demasiado en que las residencias universitarias proporcionasen el ambiente más adecuado para su pequeña, así que habían comprado para ella un acogedor ático en un barrio como Dios manda.

-Para que te acostumbres -sentenció su padre- puedes irte a pasar allí el verano. Tómatelo como unas vacaciones.

Había pasado solo una semana y creía que no iba a poder soportarlo más.

Entonces, cuando estaba a punto de rendirse, recordó que no estaba totalmente sola. Su mejor amiga del colegio también estaba viviendo en Madrid. Hacía más de cinco años que no la veía, pero seguro que Mariola se alegraría al saber de ella. Y no se equivocaba.

-¿Estás en Madrid? ¡Pues quedamos! Tenemos que vernos. ¡Tendrás tantas cosas que contarme! ¡Ay, Lola! ¡Qué alegría!

Mariola era la única que la llamaba Lola. Decía que María de los Dolores era nombre de señora mayor, que ya la llamaría así cuando fuesen señoras mayores.

La había citado en un pub de Malasaña. Cogió un taxi, pues la habían advertido de lo peligroso que era el Metro y no se sentía capaz de llegar hasta allí en autobús. Cuando llegó encontró a Mariola sentada con otras dos chicas. Las tres reían escandalosamente y bebían cerveza. Estuvo a punto de darse media vuelta pero la que había sido su amiga fue más rápida.

-¡Lola! ¡LOLA! ¡Estamos aquí!

María de los Dolores forzó una sonrisa y se dirigió hacia ellas. Una vez hechas las presentaciones pidió un zumo de piña y se sentó, deseando encontrar pronto una excusa para irse: estaba claro que Mariola y ella ya no tenían nada en común.

Pero, de nuevo, las cosas no fueron como esperaba. Mariola le hizo una pregunta que no entendió, pensando como estaba en marcharse de allí cuanto antes.

-¿Perdona? — preguntó, sonriendo.

-Que qué opinas tú de la masturbación. ¿Los orgasmos son mejores o peores que en pareja?

Se sorprendió tanto que ni siquiera tuvo tiempo de sujetar su lengua.

-Las señoritas no se masturban -dijo, cargada de razón.

Todas rieron.

-¿Y las señoras? -preguntó Lorena, una de las amigas de Mariola.

- Cuando lo sea, lo sabré -respondió María de los Dolores reuniendo todo su encanto para intentar arreglar el desastre.

Rieron de nuevo, esta vez también ella. Dejó pasar media hora antes de decir que tenía cosas que hacer y se marchó, a pesar de la insistencia de Mariola para que se quedase.

En el taxi de vuelta no paraba de pensar en aquellas chicas y en lo distintas de ella que parecían. Eran ordinarias, soeces, descaradas y, seguramente, unas obsesas sexuales. Pero parecían tan felices…

Si le hubiesen preguntado no habría sabido explicar por qué, pero nada más llegar a casa encendió su ordenador portátil y empezó a buscar información sobre sexo. De repente aquella incógnita a la que nunca había prestado atención le parecía merecer toda la que pudiese reunir. Y, ya sabéis cómo son estas cosas: una web llevó a otra, y esa a un vídeo, y ese vídeo a otro. Y María de los Dolores acabó masturbándose.

Cuando terminó no sabía si era o no una señorita, si seguía o no siendo decente. Pero no le importaba. Además, ¿quién iba a saberlo? Cuando ese fin de semana la visitó su padre y la besó en la frente, como si fuese la misma niña que había sido siempre, María de los Dolores entendió que nadie iba a dudar de su decencia porque nadie sabía lo que hacía en su habitación. Así que siguió con su rutina sin preocuparse de nada. Hasta que coincidió con el vecino de abajo y sintió que él lo sabía todo. Lo leyó en su sonrisa y en el rubor que tiñó sus mejillas.

María de los Dolores pidió a su padre que vendiera su ático. Puso todo tipo de excusas: no le gustaba el barrio, se sentía sola, estaba lejos de la universidad, no había parques cerca… Incluso lloró. Y su padre consintió que se mudase con Mariola, la hija del panadero, que venía de una familia como Dios manda, al nuevo ático -más alto, más amplio, más luminoso- que le había comprado. Eso sí, a condición de que estuviesen ellas solas en el piso. A cambio de la compañía, Mariola tendría los gastos pagados.

Ya se había olvidado de todo cuando un día Mariola le prestó un disco. En él, la foto de su antiguo vecino y una canción que le hizo ruborizarse. Sin perder un segundo María de los Dolores, que ahora prefería que la llamasen Lola, cogió el metro para volver a su antigua casa. Tenía un par de cosas que susurrarle a su vecino.

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Bettie
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Ser pensante y escribiente.Profe. Ravenclaw. De pequeña me decían que me iba a volver loca de tanto leer. Debían de tener razón.