La Cuba “próspera” de los años 50 (II)
Redacción La Hojarasca cubana.
Para los años 50 era tal el atraso industrial de Cuba, que se importaban productos que se podrían producir en el país de existir una política económica coherente. La industria estaba compuesta por dos grandes grupos: Uno constituido aproximadamente por el 80% del total de las empresas del país, con un carácter artesanal y de baja productividad; y el otro integrado por el 20% restante, en su mayoría propiedad de empresas extranjeras o de sus filiales, algunas de ellas con una avanzada tecnología y que, frecuentemente, monopolizaban distintas ramas productivas.
En cambio, las importaciones desde los Estados Unidos constituían productos industriales o de un mayor grado de elaboración, muchos de los cuales eran elaborados a partir de la exportación de nuestra materia prima. Esto generaba una disparidad en el comercio y una explotación económica hacia Cuba, ejemplo de lo que fue el capitalismo en la neocolonia. En concreto la isla se convertía en un amplio mercado para las manufacturas del norte.
En gran medida, esas importaciones eran de bienes de consumo, artículos suntuarios, equipos de transporte, o maquinarias de reposición para la incipiente industria. Los implementos agrícolas o industriales, fundamentales para el desarrollo del país, sólo absorbieron el 5% del crédito del país, mientras que los automóviles, efectos eléctricos, de construcción, artículos de ferretería, víveres y licores, acaparaban el 65,1% del total. Cada año se destinaba alrededor de un 20% de las importaciones de productos de origen agropecuario –siendo Cuba un país eminentemente agrícola- y un 22,6% a importaciones de bienes de consumo no duradero. Paradójicamente, solo se daba un 26% a las importaciones de capital fijo.
En cambio, Estados Unidos administraba sus importaciones de azúcar por cuotas. Para 1959, el azúcar cubano surtía al 37% del mercado norteño. Esto constituyó un freno al desarrollo azucarero, ya que una sobreproducción sobre la cuota establecida por los yanquis, significaba una disminución para la siguiente zafra ante el estancamiento de este producto y la imposibilidad de venderlo en otros mercados. El ejemplo más representativo fue la zafra de 1952, cuando el país produjo 7,25 millones de toneladas métricas, disminuyendo progresivamente su producción en los próximos años, al tiempo que los precios en el mercado descendieron ligeramente hasta el año 1957, donde se registró un alza.
La política económica aplicada por la dictadura de Fulgencio Batista fue realmente desastrosa; aun siendo beneficiado con las inversiones del capital norteamericano que ascendieron en el período 1950–1958 en más de 152%.
Los obreros y campesinos fueron quienes pagaron el precio, como consecuencia de la mala distribución de las riquezas inherente al Capitalismo. Contrario al aumento de las inversiones del norte, los sectores más humildes vieron como disminuyeron sus ingresos. Bajo la dictadura, los obreros y campesinos nunca alcanzaron su nivel de ingreso de 1952, y siendo Cuba un país eminentemente agrícola eran los campesinos precisamente los de menor retribución.
El régimen de Batista se benefició de la ayuda económica estadounidense como nunca antes. Las inversiones estadounidenses en Cuba pasaron de 657 millones de dólares en 1950 bajo Carlos Prío Socarrás a más de 1.000 millones de dólares en 1958.
Si el capital norteamericano dominaba la industria azucarera, donde admitían cierta competencia cubana, el sector minero poseía el 90% de las riquezas del país, fundamentalmente del Níquel, material utilizado para el fortalecimiento de su industria pesada. La extracción y venta de estos productos nunca fueron a parar a las arcas del Estado y mucho menos para beneficio del pueblo. Solo después del triunfo de la Revolución, en 1964, la extracción del Níquel se convirtió en el segundo renglón de la economía, diversificando las exportaciones como resultado de la política de la Revolución.
Entre 1952 y 1958, durante la dictadura, el PIB creció un 3,2%, sin embargo, estas ganancias la acaparaban las empresas extranjeras que operaban en el país y unas pocas manos de la burguesía nacional, quienes con frecuencia remesaban el dinero hacia los Estados Unidos o Europa, donde también residían junto a sus familias. Todo esto dejó un saldo desfavorable a las arcas del país.
El mal manejo de la economía por el gobierno batistiano durante este período hicieron caer las reservas monetarias de 448 millones de pesos en 1952 a 373 millones en 1958. (Valga decir que ese dinero fue literalmente robado por Batista y sus cómplices el 1 de enero de 1959, dejando solo 84 millones de pesos). La deuda de la nación pasó de 300 millones de dólares en marzo de 1952 a 1.300 millones en enero de 1959 y el déficit presupuestario alcanzó 800 millones de dólares.
Ante esta situación, la burguesía nacional preveía la insostenibilidad económica de la dictadura, siendo uno de los factores determinante para que a finales de la década muchos de ellos se opusieran y conspiraran contra éste.
Igualmente, EE.UU. trazó su estrategia de sustituir al dictador retirando en marzo de 1958 la ayuda militar, pretendiendo colocar un político menos desprestigiado en las espurias elecciones de noviembre del mismo año, e intentando privar del argumento de lucha al Ejército Rebelde cubano, para mantener el batistato sin Batista.
O sea que para ese entonces Cuba no era “la tacita de oro”, como pretenden hacer creer ahora los protagonistas de aquella horrible dictadura junto a sus hijos, nietos y algunos asalariados que por dinero e intereses personales tergiversan la historia.
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