ODIOS INÚTILES

La Hojarasca cubana
El Cubano Libre
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2 min readMay 24, 2018

Por Miguel Cruz

Imagen tomada de Internet

Santiaguito Lati Gómez, le decía contantemente a su esposa: TE ODIO MARÍA FERMINA. Él era un vecino al que llamaban ¨Boxeo Virtual¨ porque solo en las historias que contaba aparecían hazañas que jamás concretó en la vida real y aquel supuesto odio que confesaba en público, se traducía luego en una ¨cariñosa¨ limpieza de la casa, fregado de los cacharros del almuerzo y lavado de la ropa familiar; nada, que el hombre usaba la palabra, pero nunca ponía en práctica su contenido.

Había gente del barrio que vivían con sus envidias y sus resentimientos, guardaban algunos rencores por motivos amorosos y hasta por razones agroalimentarias, como el caso de Efraín que nunca perdonó a Clemente, después que la yegua de este último le comió casi todo el campo de maíz. Pero en verdad no eran odios profundos e insalvables de esos que concitan a realizar actos violentos o crímenes imperdonables.

Es una verdad innegable que la Revolución cubana, como una obra profundamente humana, acrecentó los sentimientos solidarios entre las personas y desterró las manifestaciones de odio fratricida, que lamentablemente florecieron en un grupo de cubanos a servicio de los órganos represivos dictatoriales de la seudorepública, sobre todo durante los nefastos años del batistato a finales de los años 50 de pasado siglo.

Foto tomada de Internet

Aquella situación insostenible, que ameritó el proceso revolucionario y que costó la vida a miles de cubanos torturados y asesinados, casi todos jóvenes, distaba mucho de las esencias humanas que nos distinguen, y que se pueden sintetizar en una profunda frase martiana contenida en ¨El Presidio Político en Cuba¨ donde el Apóstol sentenció: dejadme que os desprecie, ya que no puedo odiar a nadie.

Así hemos crecido como nación y cultivado rasgos fraternos entre nosotros y con el mundo, por eso resulta penoso y vil cuando en cualquier lugar se nos trata con odios y maldad, cuando incluso algunos que nunca debieron nacer en esta isla se alegran de nuestros males y hasta de nuestras desgracias. Allí descubrimos el desdén hacia la patria, como feroz castigo a un pueblo que sabe mucho de perdones; pero muy poco de olvidar a sus hijos, que ya no están, arrastrados por esos odios inútiles de nuestros enemigos.

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