La Encantadora María Angélica Allerand

Tributo

albertomiranda
Cuentos Cortos

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(En el escenario del centro municipal de exposiciones, frente a una multitud entusiasmada, al autor se dirije a su audiencia)

El autor — Desde mi humilde posición intentaré ofrecerles a ustedes, mis lectores, una perspectiva altamente resumida de lo que Alberto Miranda, el autor, ha mostrado y demostrado a lo largo de su extensa y reveladora obra: que todos tenemos una enorme capacidad para amar y que su talento es tan grande como su pasión, aunque su humildad las iguale.

Antes de comenzar a leer mi “tributo” les recomiendo tener en cuenta las siguientes frases de un autor inglés, que estoy seguro no necesita ser nombrado:
“Sometimes, the Critic is the Artist,
and the Artist, his Creation.”

“Sometimes, Fiction is Real,
and Creations aren´t just that.”

María Angélica Allerand era una mujer extremadamente encantadora, llena de alegría, de sonrisa sumamente contagiosa, tan simpática que algunos la creían la encarnación de la misma simpatía; su voz, dicen otros, seduce aunque no prestes atención a las inteligentes palabras que pronuncia, y la verdad es que muchos de ellos ni si quiera han podido retener una frase completa, obnubilados por su pura y hermosa mirada, tan sincera y constante como su discurso, bien conceptuado por los más intelectuales.
Infinitas y pobres son las palabras para describir la belleza y la magia que rodean a esta mujer, ya que ninguna expresión por más inteligente o poética que sea puede siquiera acercarse a su magnífica esencia, aunque se dice que incluso le han dedicado libros enteros, pero es seguro que ninguno de ellos es justo, y no es casual que en todos ellos se haga la misma pregunta: “¿Ha sido justa la vida con María Angélica Allerand?”.
En este momento no podemos creer que la vida haya sido injusta con una mujer que casi ha recibido los dones de una diosa mítica, de una ninfa, la mujer que todo lo tiene, que a todos encanta.
Quizás resulte extraño creer que su don es también su castigo, que su encanto y su magia terminan volviéndose en su contra cada vez que enamora a alguien, cada vez que es amada perdidamente por otro. Y la verdad es que ser amada de esa forma es su propia perdición. Un regalo divino que encarna en su propio centro una terrible maldición: la maldición de romper todos los corazones que caen cautivos de su encanto.
La mujer más divina que jamás haya caminado por esta tierra no puede amar, ese es el castigo que le ha impuesto la vida, o quizás algún Dios, celoso de su perfección.

Una diosa terrenal cuya hermosura infinita atrapa todas las miradas, captura todos los pensamientos, respira cada suspiro que despierta al pasar, y siempre, inexorablemente, destruye la belleza que despierta, exprime cada corazón sincero que la ama, ciega las miradas que la admiran por demasiado tiempo, enmudece todas las palabras tiernas, congela al amante apasionado, y no deja rastros de aquellos que alguna vez la amaron con todo su ser.

Quizás ahora que conocen la verdad piensen que la ninfa no es diosa sino bruja, una malvada manifestación de belleza o una bella manifestación del mal. Pero no se apresuren, pues verán que la verdad es algo continuo, que nunca termina y que siempre tiene giros inesperados.
Como en la creación del Universo, como en el nacimiento de la vida, una sorpresa a cada instante, un instante sorpresivo en cada fragmento de la creación, la vida misma se atribuye ironía, lo notemos o no, y sus verdades son los pilares ocultos de tal contraste fortuito y a la vez predicho. Nos sorprende simplemente porque su esencia está mucho más allá de nuestro alcance, mucho más allá de lo que ninguna ciencia o religión pueda creer o demostrar.

La verdad continúa, como muchas veces, en el pasado, y en el pasado de María Angélica Allerand hubo amor, hubo una entrega total. Ella amó desde la mismísima profundidad de su naturaleza divina, se entregó completa y segura, incluso hubiera renunciado a toda su hermosura con tal de encontrar un hogar en el pecho de aquel hombre, aquel ser perfecto y traicionero que fue puesto en su camino con el único objetivo de cristalizar esa pureza y despojarla de lo más hermoso que jamás tuvo: su capacidad de amar.
Desde esa vez ella supo que estaba condenada, comprendió inmediatamente que aquello que una vez tuvo para dar ahora era tan sólo el triste recuerdo de un pasado que la torturaría por siempre, un pasado perdido del cual jamás podría librarse, su eterno y cruel martirio.
Pero se equivocaba. Y aunque en el fondo de su corazón guardaba algo de esperanza, le costaba ver el momento en que su vida fuera diferente.
Pués la esperanza lentamente se fue transformando en duda, la duda en inseguridad, la inseguridad casi en certeza, y luego… en el dolor que inundó sus entrañas; ella nunca hubiera pensado que sería posible, nunca hubiera imaginado que alguien le traería de vuelta su entrega absoluta, que un hombre se pararía frente a ella de igual a igual, con mágicas diferencias, y que lograría despertar nuevamente en su ser la llama cuyas cenizas se habían apagado hace tiempo, la luz que sólo era sombra y que a partir de él sería la estrella más brillante del universo.
Sólo un corazón sincero, con la entrega y el amor suficientes, podía verter su energía sobre la árida tierra que ella traía consigo para convertir ese desierto en selva, para bendecir el nuevo nacimiento de todas las emociones que hacen vibrar a cada hombre y a cada mujer en este planeta.

¿Y quién hubiera pensado que en la propia maldición de María Angélica Allerand estaría finalmente la clave de su liberación? Cuando les dije que la Vida misma se atribuye ironía estaba en lo cierto, y que ironía!

Fue el último hombre a quien había roto el corazón, alguien sensible, romántico, quien fue su compañero hasta que ella lo abandonó, quien motivado por la profunda tristeza que no lo dejaba en paz decidió contar al mundo su historia junto a María Angélica Allerand, la encantadora.
Un día o un año, doce meses en que veinti cuatro horas se medían en hojas, y los renglones eran los minutos en que cada letra que escribía Ricardo Ariel Amado formaba aproximadamente un segundo. Su único objetivo era completar la historia que ya era casi un libro. Este relato trascendente contaba no sólo la historia de un hombre y una mujer, sino la historia de todos los hombres y mujeres que alguna vez habían sufrido por amor, y de los tantos que habían conocido a María Angélica Allerand.
Su deseo de escribir tenía una clara meta, la de contar la historia con lujo de detalles, y su intenso y sentido recuerdo, puesto en la pluma que iba y venía sin cesar, era su constante motivación, pequeños pasos que lo acercaban a un mayor sentido de su propia existencia.

Y él tampoco imaginó las consecuencias de su búsqueda, de ese viaje que había empezado al escribir la primer página de su libro… al conocer a la mujer que rompió su corazón… al decidirse a estudiar letras… al escribir sus primeros cuentos y poesías… al dar su primer beso… el esbozar su primer sonrisa, su primer llanto… al nacer…

(el público aplaude mientras el autor concluye)

El autor — Así pues, llegado el final de mi introducción a esta atractiva y hermosa historia que sin duda los mantendrá interesados y concentrados en la lectura hasta la última de sus páginas, llevándolos por terrenos emocionales muchas veces insondeados por los más atrevidos y por lugares que seguramente les resultarán familiares en su sentir; los hará reir, llorar, recordar aquellos momentos felices que todo niño ha vivido, los hará vibrar con la experiencia del primer gran amor, refrescará su pasión hacia su pareja si es que la tienen, y sin ninguna duda: hará que vuelvan a soñar!

Contar más sería un sacrilegio, así que si los he entusiasmado con mi introducción les recomiendo adquieran este maravilloso libro en su librería más cercana, me lo agradecerán!

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