Femme Fatale
Amartillé el arma como él me había enseñado y apunté.
Rick era un buen hombre, pero no había nacido para esa ciudad. Lo sé porque yo era mala, y a veces me dolía vivir allí. Él quería ser el salvador de los débiles, y todas las noches se vestía la gabardina, se calaba el sombrero y salía a la calle a buscarse problemas.
Pero esa noche me encontró a mí. El blanco estaba cerca, a esa distancia era imposible fallar. Rick me miró e intentó avanzar hacia mí para quitarme el arma, pero puse el dedo sobre el gatillo y di un paso atrás.
-Tranquila, solo quiero hablar.- dijo levantando los brazos.
El destino nos había llevado a estar juntos. A mí me gustaba demasiado el dinero, y a él le pagaban para encontrar a gente como yo. El resto era fácil de imaginar.
-Cuando lleguen, les dirás que fui yo- le dije sin dejar de apuntar- y luego me matarán.
Rick frunció el ceño y trató de sonreír de medio lado, como él sabía que me gustaba. Pero esa vez no dio resultado.
-Eso no va a pasar. Nadie tiene que morir esta noche.
-Esta vez te equivocas, Rick. Tu cliente no es lo que aparenta.
A lo lejos se oían las sirenas de la policía. Miré hacia la puerta de reojo sin perderle de vista. Parecía pensativo, y se escondía tras el ala de su sombrero.
-Conozco a mis clientes.- dijo él.
-Yo a mis víctimas.
Rick era un buen hombre, pero su cliente hacia tratos con la mafia. Él ya había decidido en quién había que confiar. Bueno, yo tenía el arma y también había tomado una decisión.
-Hazme un favor, Rick, deja el caso y vete — le supliqué.
-No puedo, muñeca.
Las sirenas se acercaban. Si la policía me pillaba acabaría en la cárcel, el caso se haría público, y a Rick lo acabarían relacionando con esa gente. El blanco estaba tan cerca que era imposible fallar. Apreté el gatillo y me volé la tapa de los sesos.