La fábula del libro

María Entrialgo
Cuentos y relatos
Published in
2 min readNov 13, 2014
Acrílico por Elena del Rivero Fernández

Cecilia sujetaba el único libro que había encontrado en casa de sus padres. Pensaba en todas la veces que se había preguntado por qué no podían tener más y recordó la tristeza de sus padres al decirle que no podían comprárselos. Aquel día, de una vez por todas, había decidido poner en marcha un plan que llevaba días cavilando.

Abrazó el libro como si se despidiera de él, y lo depositó en el fondo de un pequeño pozo que había excavado en el bosque.

- Si el papel viene de los árboles, plantando un libro nacerán más como él- se dijo a si misma de nuevo.

Se pasó todo las estaciones yendo al bosque, hasta que por la primavera salió la primera caña, y al poco tiempo el primer brote verde. Pero al acercarse para verlo mejor, apreció que llevaba algo escrito en el haz.

-”Léeme”- leyó en alto la niña.

Y de pronto empezaron a brotar más y más hojas, todas ellas con nuevas palabras, hasta crear una historia.

Se pasó yendo todas las tardes a leer el árbol. Una día unos niños la siguieron y empezaron a leer con ella. Con cada niño que leía el tronco se hacía más grande y alto, y pronto fue el mayor de los del bosque.

La gente del pueblo empezó a ir a visitarlo cuando necesitaban consejo, pues entre sus hojas podías encontrar todas las respuestas; esto es, si sabías buscarlas. Algunos se quedaban a dormir sobre sus ramas, unos por necesidad, otros por admiración. Y con cada uno de ellos el árbol crecía y crecía.

Un día de otoño, Cecilia recogía las manzanas del árbol cuando vio llegar a un hombre con un hacha.

-¡Este árbol me hace sombra!- gritó.

Y lo empezó a talar. El árbol se inclinó y finalmente cayó sobre el único puente que salía del pueblo, aislándolos de la ciudad. Los aldeanos se quedaron consternados. Estaban incomunicados y nadie podía entrar ni salir.

Aunque quisieron repararlo, nadie sabía cómo, ya que las hojas del árbol se habían secado y no podían encontrar las respuestas. Entonces a Cecilia se le ocurrió una idea.

Se comió una de las manzanas que había recogido del árbol y plantó las semillas. La gente que la vio, empezó a hacer más pozos, y pronto hubo cientos de nuevos esquejes. Con la llegada de la primavera, brotaron las hojas y los árboles crecieron.

Pronto el bosque se llenó de árboles para leer, y los vecinos aprendieron como reconstruir el puente. A la entrada de la aldea levantaron una inscripción que decía:

Un árbol que ha dado frutos es inmortal porque de cada semilla rebrota su corazón.

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