Número 100, avenida Norte

María Entrialgo
Cuentos y relatos
Published in
6 min readNov 13, 2014
Lápiz acuarelable por Lara del Rivero

De aquella ciudad le gustaba que todo permanecía igual a pesar del tiempo. Desde la construcción de las calles abovedadas, los ciudadanos habían ido incorporando esculturas y relieves a las fachadas hasta abarrotarlas por completo. Luego, en un impulso de contención, lo conservaron como un tesoro. Todos a su alrededor fueron cambiando, pero la Perla Blanca permanecía intacta. Era sencillo caminar por ella en cualquier momento.

Álvaro sonrió mientras caminaba por una de las calles abovedadas. Arriba, mucho más arriba de su cabeza, llovía. A pesar de todo, el frío se colaba por las calles descubiertas; se arropó con su chaqueta preferida y entró en el patio interior de una manzana de edificios.

Cuando cruzó el umbral de la puerta, un rayo de luz lo deslumbró. Se tapó los ojos con la mano y avanzó por el prado verde de aquel patio. En medio del pequeño parque, el sol iluminaba un manzano verde cargado de fruta. Álvaro alargó la mano y cogió un par de manzanas. El día estaba claro y la hierba seca invitaba a dejarse llevar por aquella cálida tarde de principios de otoño. Se comió una de las manzanas y guardó la otra en un bolso. Tenía cosas que hacer.

El edificio que tenía que visitar estaba al otro lado de la calle. La lluvia y el viento arreciaban; Álvaro agradeció el tacto de su chaqueta, regalo de su buen amigo Enri, a quien se dirigía a visitar. Sobre el portal pendía un letrero metálico deslustrado por los años. El número 100 de la avenida norte.

Aquel era un portal viejo, de los primeros edificios que se habían construido. Las escaleras de madera estaban ennegrecidas, y los escalones vencidos en su parte central después de soportar la carga de tantas pisadas. Allí, en el apartamento de la primera planta, vivía Enri.

Como siempre a esa hora, todos los viernes, Enri le esperaba con un café. Tenían la misma edad, y se habían conocido no hacía mucho en la tertulia de un café. Aunque les gustaba hablar de la vida pública y privada de sus gobernantes, aquella tarde Enri tenía otros problemas.

Sobre la mesa del salón había unas cartas. Estaban viejas y amarillentas. A su lado un destornillador que, según le había dicho su amigo, había usado para poder acceder a ellas.

-Es increíble. Tanto tiempo después- dijo pensativo mirando hacia el reloj de carillón de la pared.

-¿Y cómo diste con ellas?- preguntó Álvaro distraído.

Enri se giró y le miró fijamente.

-¿Sabes aquello que me dijiste la semana pasada? — se inclinó sobre la mesa hacia él como si fuera a decirle un gran secreto- Un amigo tuyo había perdido un marca-páginas de plata que buscó durante años, y al final resultó que el gato lo había llevado hasta detrás del reloj de la sala.

-Vagamente- le contestó mientras deshacía un terrón de azúcar en su taza.

-¡Tienes que acordarte!- Enri se levantó y fue a su habitación. Cuando volvió traía un pequeño camafeo- Te dije que no encontraba el retrato de mi madre. Al final estaba en un bolsillo de mi chaqueta- sonrió mientras se encogía de hombros y limpiaba el cristal- pero primero miré detrás del reloj- dijo señalándolo- Había una tabla del rodapiés dañada, y pensé en llevarla a pulir. Así que cogí este destornillador y la saqué. Y…- abrió los ojos y cogió aire- Allí estaban las cartas de mi padre.

Releyeron las cartas una y otra vez mientras las comentaban en alto. Era un pequeño tesoro, una cápsula del tiempo. Para Enri era la voz de alguien que no había podido estar allí. Pero más importante, era una advertencia para todos.

-Lo que él vio…lo que me cuenta- continuaba- Con ello podría llegar a hacer algo. Algo grande. Puedo cambiar las cosas.- su voz era trascendental, como el momento que creía estar viviendo.

-¿Y vas a atreverte a hacerlo?

El joven Enri meditó un instante, aunque Álvaro presentía que hacía tiempo que había tomado una decisión.

-Llevaré esto hasta el final.

De un bolsillo de su chaqueta, Álvaro sacó la manzana que había recogido esa tarde y se la lanzó por encima de la mesa. Enri la recogió y la miró con una sonrisa de oreja a oreja.

-Casi se me olvidaba dártela- confesó Álvaro.

La crujiente pulpa se quebró entre los dientes de Enri quien masticó el primer bocado con avaricia.

-Gracias- dijo tras tragar- Hace años que no se ven estas manzanas por la ciudad. Ya no queda ningún árbol. ¡No sé donde las encuentras siempre!

-Sé moverme- le contestó- hay que saber cuando buscarlas.

Álvaro se despidió de Enri y prometió volver a verle el siguiente viernes. Se arrebujó en su chaqueta, esa misma que le había regalado Enri. Este dijo que le quedaba fenomenal y Álvaro volvió a agradecerle su regalo.

Afuera en la calle, el frío del invierno más avanzado barría las calles. Llovía a mares y ni las cúpulas ni los portales daban lugar para resguardarse. Álvaro miró hacia la ventana donde había dejado a su amigo. Luego miró alrededor y vio que no venía nadie.

De un salto se agarró al desagüe de un canalón y empezó a trepar por él hasta la ventana. Había sido pillo de joven, y conocía íntimamente cada arruga y surco en las fachadas de esa ciudad. En pocos segundos alcanzó la ventana de la sala donde había tomado café con Enri. Aunque él no estaba allí. O casi.

De la cocina salió una mujer. Visiblemente embarazada, caminaba arrastrando los pies mientras llevaba una bandejita con una taza de caldo hacia la sala. Cuando Álvaro picó con sus nudillos en el cristal casi hace que se le cayeran al suelo.

Dejó la taza en la mesa y corrió a abrirle. De un salto, Álvaro volvió a posar los pies sobre la misma madera sobre la que había estado antes.

-¡Estás loco!- dijo la mujer mientras lo abrazaba- ¿Qué harás si te ven aquí?

Álvaro tomó el rostro de la mujer entre sus manos y la besó. Luego se arrodilló y besó el vientre abultado.

-Te echo tanto de menos, Risca

-Ven- dijo ella tomándolo de las manos- Siéntate conmigo.

Ambos se sentaron en el pequeño sofá de la sala. Afuera hacía sol de principios de verano, y se oía a la gente mientras paseaba distraídamente.

-Estás empapado- dijo ella tocando su chaqueta- ¿dónde has estado?

Álvaro sonrió.

-Aquí, siempre aquí.- dijo antes de volver a besarla.

Se quitó la chaqueta y recordó una cosa. De un bolsillo interior sacó un manojo de cartas que había escrito esa misma mañana. Miró el reloj de la sala y fue hacia él, lo hizo a un lado y le pidió a Risca un destornillador. Con su ayuda sacó el rodapiés, dejando unas marcas en la madera. Luego escondió allí las cartas y volvió a poner en su sitio el gran reloj de carillón.

Risca y Álvaro se quedaron un tiempo de pie, sin decir nada.

-¿No te voy a volver a ver, verdad?- dijo ella.

-Esas cartas son para él- dijo acariciando el vientre de Risca.

-¿Las encontrará?- dijo ella sin contener las lágrimas.

Álvaro asintió y lloró.

-¿Será como tú?- preguntó Risca mientras lo abrazaba.

-Hará lo correcto.

La joven pareja se besó, y, despidiéndose de ella, Álvaro salió por la puerta del apartamento. Las escaleras del número 100 de la avenida norte eran nuevas. Acababan de ponerlas hacía unos meses, la madera estaba pulida y brillaba. Los escalones habían soportado pocos pasos aún y estaban llanos.

Cuando giró en el rellano para encarar al portal, un estruendo llenó las escaleras. Los guardias entraban en tropel hacia él, cuando uno de ellos, el que parecía de mayor rango, pareció reconocerle.

-Álvaro Delvalle- dijo con tono severo- Por orden superior se le conmina a acompañarnos de manera inmediata.

Haciendo caso omiso, Álvaro siguió descendiendo hacia el portal tranquilamente. Con su paso seguro, advirtió la robustez de los escalones. El oficial de mayor rango se adelantó, pero Álvaro dio un paso más, y las escaleras perdieron su color claro y aparecieron gastadas.

El escalón estaba hundido, la madera ennegrecida y frente a él ya no había nadie.

Salió caminando por el portal y afuera seguía lloviendo. Era invierno y la gente caminaba con prisa. Antes de salir se abrigó con su chaqueta preferida, la misma que le había regalado su hijo.

(Esta entrada pertenece a una serie de relatos. Si os gusta, estad atentos a su continuación)

Más cuentos y vídeos, en inglés y castellano, en “Más cuento que vergüenza”. Ahora también podcast para que los escuches donde quieras.

Guión: María Entrialgo, Lara del Rivero y Elena del Rivero Fernández

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