Calamaro en el 97 con su ‘Alta suciedad’

Cuando el pop era seguro I

Asaz desdichado

«Flaca», Andrés Calamaro

cerohd
Cuepoint en español
7 min readMay 20, 2018

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No recuerdo cuándo o cómo llegué al cancionero de Andrés Calamaro. Sin embargo, la huella de sus composiciones es indeleble en mi memoria. Especialmente las que pertenecen a su etapa de final de siglo, cuando obtuvo el reconocimiento masivo de este lado del Atlántico después de salir de Argentina y emprender la huida por moteles, casas de alquiler y, sobre todo, bares grasientos de mala muerte (así lo demanda el mito), en los que alternaba amor y música, de manera despiadada, honesta y brutal.

Fuente

La diáspora latinoamericana escogió sus rutas al primer mundo de la época en parte para cerrar heridas, en parte para hallar oportunidades. La colombiana, por ejemplo, en el fervor de la bonanza marimbera, aprovechaba el franqueo de fronteras para ganar pesos extras que volvían en remesas a las familias que no contaban con la posibilidad de huir del estado de sitio. Las del cono sur eligieron Europa por el vínculo ancestral, así como por la conexión cultural, que muchos tenían con el viejo continente. Calamaro, entre tantos, toma a España en una decisión inédita: el país está sacudiéndose de la dictadura franquista con los ímpetus de La movida, el hálito pop que ansiaba la (otrora) madre patria.

En un perfect timing de principio a fin, la trayectoria de Calamaro coincide con el surgimiento y auge del rock en español, un fenómeno cultural decisivo para la Generación X hispanohablante. Tal vez el último movimiento que trasciende décadas con la fuerza de su cancionero. La superación del inglés para cantar en el idioma no era nueva, pero los registros de música popular no calmaban la insatisfacción de los nacidos entre los sesenta y setenta. El cambio de registro de la balada a la canción popular con acompañamiento eléctrico (definición particular de Rock and Roll), sí contó con pioneros en ambos lados del Atlántico, y coincidencialmente con la consolidación del fenómeno pop brasileño encarnado en los setenta con Os Mutantes.

Casetes y más casetes. Fuente.

Las dificultades para la transmisión de la música popular en el continente eran varias. Por un lado, la radiofórmula estaba basada en el hit anglo con alguna brecha por la que los DJ colaban uno que otro tema en horarios a trasmano que impedían una difusión masiva y por tanto un reconocimiento masivo de grupos y cantantes. Como consecuencia de lo anterior, el escaso público que cantaba en español la tenía difícil al buscar longplays y casetes de sus ídolos de raros peinados nuevos. Así que el naciente rock en español por las dificultades de comercialización, distribución y difusión, era un fenómeno de culto, con sus circuitos reducidos de conocedores que contaban con algún material obtenido mediante copias de copias piratas o comprado de primera mano en salidas al extranjero.

En el caso colombiano, la explosión del rock en español surge como fenómeno híbrido. Por una parte es un fenómeno comercial de breve impacto, con giras pequeñas; por otro, es una maniobra política, tal vez la más importante de su trayectoria, del alcalde de Bogotá, posteriormente presidente de la república, Andrés Pastrana Arango en el año de gracia de 1988.

Panorama del legendario Concierto de conciertos. Compañía ilimitada, cuota nacional. Fuente.

El «Concierto de conciertos» es un hito para la Generación X colombiana porque abrió al país a los artistas que antes venían a presentarse en vergonzosas discotecas de la época. Fue un fenómeno de masas bien aprovechado por el alcalde así como por la industria que encontró a miles de adolescentes consumiendo música en productos como gaseosas (compilados se canjeaban por tapas de refrescos), afiches y otras baratijas que eran la inducción a los conciertos que recorrieron las, en ese momento, 3 ciudades más importantes del país, en su orden la capital, Cali y Medellín.

Las radios abrieron tímidamente sus ondas para sonar a Soda, Charly, los talentos colombianos orientados a la balada, Mecano y Enanitos Verdes. Así como pasaron de largo por fenómenos como Spinetta, el naciente Fito Páez, Sumo, etc. También el surgimiento del fenómeno fue crucial para la escena local, anclada en los sonidos de una bohemia comprometida ideológicamente, que comenzó a apostar por el punk, el metal y el rap. La aparición de Rodrigo D fue la señal de los tiempos: el escenario estaba siendo tomado por sorpresa por manifestaciones que no necesariamente se encontraban en los barrios altos de la capital.

Cartel de Rodrigo D., cuyo compilado coincidió con el auge del rock en español. Fuente.

En ese panorama, los talentos que no aparecieron en las dos emisoras de la época que contaban con cobertura nacional (Caracol y Todelar), han sido descubiertos como fenómenos de culto debido al intercambio de discos y el boca a boca de los conciertos, la reseña de periodistas enterados de la escena y, con posterioridad, por la fuerza de internet, antes y después de Spotify, que permitió el acceso a las colecciones de artistas olvidados, o ignorados, en su momento.

Antes que el Grunge avasallara nuestros oídos, contamos con música que apeló a nuestra manera de ver el mundo: un planeta dividido en dos bandos, hijos del átomo con la amenaza nuclear latente y precoces lectores del único escritor que está a la altura en cuanto a vigencia histórica, el señor George Orwell.

El rock en español, ese fenómeno de dos orillas, mantuvo su independencia creativa sobre la tarima antes de ser sepultado, momentáneamente, por la industria discográfica. Al correr de 1994, los ejecutivos advierten que América Latina será protagonista: el formato Unplugged trae al centro de las noticias a las leyendas, transportadas en cassettes por los latinos que viven en EUA. La diáspora con sus acentos consolida al rock en español durante 1994 a 1998 en las tierras del norte. Son esos años, con el surgimiento de Café Tacvba, el final de Soda, la llegada de Aterciopelados, los soldout de Maná, en donde Andrés Calamaro construyó la parte más osada de su discografía.

El Calamaro de ‘Alta suciedad’.

Calamaro llegó a Colombia en las tapas de gaseosa Postobón. Escuchar sus canciones era parte de un canje por compilados de música en donde aparecía, indistintamente, al lado de otros «titanes» que el tiempo ha puesto en su sitio. Giras por aquí y por allá, algunas salidas en radio con sus canciones, no predecían el éxito inaudito que cosechará 10 años después. Era un cantante más haciendo El Dorado en un país exportador de cocaína y con la sombra de Pablo en todas las esquinas.

La leyenda se cuenta sola: Calamaro, cantautor crudo, cioranesco, con una preferencia por blues, folk y cumbia villera, que combina en composiciones melódicas con sustrato rock, es una bestia para trabajar. Su pico de creatividad post-Los Rodríguez es un hito: Alta suciedad, Honestidad brutal y El salmón, superan la producción holgada de todos los músicos de su época.

Sobre Alta suciedad (1997) hay suficientes anécdotas. Cabe destacar que es un ejercicio de fan del sonido americano que devino imprescindible al contar con «Flaca», un antológico del desamor y la melancolía en cuyo interior está engarzado el verso perfecto del rock en español, suma de todo el arte de Calamaro: «Eran tiempos dorados, un pasado mejor».

Partitura de un clásico. Fuente.

«Flaca» es una canción triste, tal y como debe ser las que son de la historia y del cancionero. Es decir, una canción para cantar a grito herido, con rasgueo de guitarra o, en su defecto, karaoke. Escrita desde la pérdida reciente, sublima el dolor con una distancia en la que hay presencia de ternura, ironía y mucho humor negro.

La canción está cantada por un bardo que pretende, a la manera clásica, fijar en la memoria universal la figura de la amante ida. La canción de amor y despedida de alguien cuya intención es gallarda al decir adiós.

Bajo la plegaria discurre la confesión y el lamento sobre las oportunidades desaprovechadas que trae toda relación de pareja que soporta con inercia los desaires de cada uno de los amantes. Es una sucesión de versos en primera persona que tiene como intención despejar las dudas y hacer un lavado de conciencia del bardo, hasta que llega el momento decisorio, la aparición del verso perfecto.

Lo que ocurre cuando cantas «Eran tiempos dorados, un pasado mejor» no es fácil de asimilar porque ahí, al final, son las lágrimas las que arrastran la voz y cualquier ejercicio de alejamiento y superación es transado por la irreversible pérdida. Es una lucidez insoportable, ambientada en los vientos y los susurros de la corista que acompaña a Calamaro en la delectación final de observar su corazón roto.

La canción concluye con esa sensación de supervivencia que queda después de amar. Es inevitable no repetir ese verso, traerlo al presente, el mismo de filtros intercambiables en Instagram y sentir que el sepia y el Kodak son tan potentes como la cicatriz que deja la pérdida en el músculo más elástico del cuerpo.

Eran tiempos dorados, un pasado mejor…

Cuando el pop era seguro es una serie de escritos sobre fenómenos pop de los ochenta y noventa.

Siguiente: Lo que sangra, Soda Stereo y la urgencia del amor.

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