El valor de un hombre
Hace un año perdimos a Juan Claudio Cifuentes, «Cifu». Es momento de reivindicar su existencia y celebrar su legado.
De todas las lecturas posibles que permite un ser humano, existen dos facetas por las que todos nosotros seremos de algún modo medidos: la realidad vital de lo que somos y la desenfocada figura de nuestro recuerdo que reinterpretarán los que queden aquí cuando nuestro tiempo haya terminado.
Puede que quienes mejor nos conocen sean capaces de reconocernos plenamente en ambas facetas, navegar con solidez entre las aguas de lo que somos y lo que dejamos; pero ¿qué sucede cuando otros nos conocen no por quiénes somos sino por lo que hacemos? Significa entonces que dejamos un legado que excede lo personal.
Pero, ¿cómo se mide el valor de un hombre?
Decía la máxima de Ortega aquello de «yo soy yo y mi circunstancia, y si no la salvo a ella no me salvo yo». Salvarla puede exigir de ese yo un esfuerzo ingente o suceder de forma innata. Por eso, en algunas afortunadas ocasiones, lo que se es y lo que se hace confluyen en una sola existencia, de modo que lo que se lega adquiere un valor que las sociedades celebran.
Entonces, ¿cómo se honra el valor de un hombre? Sin un Píndaro, cien bueyes por abrasar o un Pulitzer a mano, lo esperable es que tanto entre la sociedad civil como en las instituciones exista un cierto consenso —si no al menos equilibrio— sobre el héroe moderno a quien queremos recordar.
Posiblemente no sea un síntoma demasiado halagüeño encontrar grandes descompensaciones en estos grupos que, por definición, deberían caminar en sintonía.
Sin embargo, siempre hallaremos una respuesta honesta cuando busquemos las motivaciones de los actos de estos mamíferos bípedos y sensibles que poblamos el planeta.
Por eso, al cumplirse un año sin Cifu (Juan Claudio Cifuentes; París, 1941 — Madrid, 2015) cobran aún más valor las manifestaciones, recuerdos y homenajes no sólo de aquellos quienes conocían bien al Cifu, sino especialmente las de aquellos que, sin conocerlo, sí eran jueces ecuánimes de su legado: sus oyentes.
De entre los primeros es importante destacar el trabajo que encierra Cifujazz, el lugar común donde su familia nos permite tener siempre cerca parte de lo que era Cifu y parte de lo que hacía.
Aquellos que sólo han podido guiarse por el faro de su voz y su legado conforman posiblemente el más recio de los frentes. Tanto los internautas como los asistentes a conciertos o festivales siguen mostrando su respeto y cariño. Prueba reciente de ello es el engarce del más respetuoso de los silencios con los vítores de reconocimiento que recibió la presentación en Bogui Jazz de «Cifu», composición de Pablo Martín Caminero para su próximo disco, «Salto al vacío». El tema fue compuesto hace justo un año.
De modo que no, nunca encontraremos sentido a que el Festival de Jazz de Madrid no haya tenido a bien homenajear a Cifu mientras a 5.000 kilómetros la Jazz Journalists Association sí lo recordaba. Sin embargo, la verdad que se impone es que la mayoría de los festivales y clubes de jazz españoles han recordado la ingente labor y presencia de nuestro divulgador más importante, pero, por encima de todo, son los músicos que pisan sus tarimas y el público en su naturaleza más significativa quienes celebran porque sí la existencia de un hombre y de su legado.
Publicado originalmente por Mirian Arbalejo en missingduke.blogspot.com.es el 17 de marzo de 2016.