Entrevista a Santiago Auserón

Mucha música y filosofía en una figura ya emblemática del imaginario español. Santiago Auserón visitó Sedajazz (Valencia) junto con el gran guitarrista Joan Vinyals para ofrecer la conferencia «El ritmo perdido en la tradición española».

Cuepoint en español
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13 min readApr 16, 2015

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Texto y fotografías: Marta Ramón (@narramona)

Santiago Auserón lleva más de tres décadas rastreando las raíces del latido de la música, treinta años buscando nuestra negritud a través de unos ojos grisáceos que todavía pertenecen a aquel chico de los ochenta que vestía camisetas de algodón sin mangas: «Me interesa el ritmo negro porque, más allá de cómo lo hemos recibido los blancos en Occidente a través de la industria del ocio, las cuestiones rítmicas en África negra tienen el objetivo de ligar a la tribu con las fuerzas de la naturaleza. Esto implica una conciencia distinta, un acceder a la realidad a través del sonido. Es todo un sistema de pensamiento».

Impoluto, imponente. Nadie diría que casi araña los sesenta, como si el tiempo en él sólo fuera experiencia y profundidad cognitiva sobre el concepto que ha mantenido encendida la mecha de su curiosidad rítmica: «El ritmo es la célula madre de la música, el elemento horizontal. La armonía, el vertical. Este es nuestro eje de coordenadas. Pero cuando te adentras en la vivencia de la música, en su estudio, te das cuenta de que el ritmo origina una suerte de armonía, desde el punto de vista del poder que tiene para hacer que todo encaje. El pensamiento musical africano se basa en la complejidad del ritmo, en la polirritmia. El pensamiento musical europeo y el africano son complementarios, uno dio preponderancia a la armonía y el otro al ritmo».

La negritud, como él llama a la esencia rítmica que se revela como lugar común en la tradición musical popular, llegó a un niño de cinco años en un núcleo familiar muy encendido musicalmente, a través de los discos de jazz y de rock & roll de los soldados estadounidenses de la base militar en la que trabajaba su padre. Los soldados negros que bailaban en las fiestas de su casa se perfilaron como el gran descubrimiento sonoro y gestual. Auserón remarca cómo calaron en su conciencia los discos de Louis Armstrong, Duke Ellignton, Ella Fitzgerald o Nat King Cole. Este caballero seductor tiene muy presente su infancia y adolescencia, en la que el sonido despertó sentidos adormecidos, impulsó deseos y espantó los demonios de la rigidez: «La gente de mi generación no sabía bailar, habíamos dejado atrás la jota y estábamos a la espera de algo nuevo propiamente urbano y sabíamos que tenía que ser una música internacional. Fue curiosa y divertida la expectación de los colegas para ver cómo cada uno se iba atreviendo a moverse. Recuerdo a mi madre poniéndonos delante de la tele a bailar con un programa musical, en particular cuando salían las go-go girls, nos hacía imitar los movimientos de las chicas. Éramos seis hermanos, y nos ponía de menor a mayor». Mueve los brazos con intencionado carácter robótico recordando aquel baile. Dice que todavía no es muy desenvuelto al bailar y ríe como un pillo con una contagiosa carcajada que la tos apaga poco a poco. Mientras tanto, una cajetilla de pitillos lo espera en el bolsillo de su gabardina.

«El siglo XX recupera a través de los negros americanos lo que los griegos habían dejado en el olvido, el ritmo, porque era cuestión de esclavos. Los instrumentos propiamente rítmicos se cultivaron poco, era cultura inferior, mientras que la armonía, que incitaba al conocimiento de las proporciones, se podía concebir también en lo visible: estatuaria, arquitectura… Por ello adquirió una dimensión mayor. Y nuestra cultura musical europea hereda esta preponderancia de la armonía. Pero en España estamos justo en la frontera entre el norte y el sur, el este y el oeste. Este hecho nos concierne particularmente porque remueve nuestra conciencia como occidentales y nos hace replantearnos la realidad de nuestras tradiciones populares. Hay que seguir investigando cuál es nuestro origen y destino en Occidente», explica Auserón alejándose de tecnicismos para que su idea pueda llegar lo más lejos posible con estas palabras, pensadas para ser transcritas.

Aclara que el término negritud no es suyo, que lo interiorizó a través de uno de los primeros libros que leyó con pasión, del senegalés Leopold Sédar Senghor, conocido como «el poeta de la negritud»: […] Nos llaman los hombres del algodón / del café, del aceite / nos llaman los hombres de la muerte./ Somos los hombres de la danza,/ cuyos pies recobran fuerza/ al golpear el duro suelo. (Oración de las máscaras).

No es de extrañar que estos versos lo empaparan y despertaran el ánimo de búsqueda hasta el punto de sumergirlo en una laboriosa tesis doctoral en la que intenta demostrar la fusión del verso español con el ritmo negro. Pero, insiste, el concepto de negritud no debe entenderse como una cuestión étnica: «Hablando siempre de música negra podemos caer en dar la sensación de defender una especie de negrofilia. A mí los colores me dan igual. El interés que tiene la música negra es un proceso de aprendizaje e interiorización, porque la música negra es la que ha despertado horizontes extranjeros dentro de mí. La música no entiende de nombres ni apellidos, ni por supuesto de etnia. La música es el hecho humano más universal, junto con el lenguaje».

Auserón quedó enganchado al rock & roll por ese ritmo sencillo, primario, incluso animal, con el que los negros y sus jóvenes imitadores blancos enseñaban un modo distinto de gestualidad. Y se dejó llevar por él. ¿Puede aprenderse? «Sí, pero es mejor si naces dentro de la olla y lo vives desde niño, por aprendizaje inconsciente, si no tienes que pensar él. Por eso hay blancos con swing de negros, porque han aprendido desde niños».

Nuestro hombre, no obstante, ha conseguido desarrollar una marcada gestualidad propia, una expresión inconfundible. Al tenerlo de frente uno reconoce la autenticidad de toda imagen mediática previa. Porque su gestualidad es única, las fotos tomadas antes de empezar a charlar lo evidencian. Santiago, ¿hacemos unas fotos? «Dime qué tengo que hacer». Tú lo sabes bien. Silencio. Gestualidad.

Santiago Auserón vive del hoy, de la música reinventada y del estudio filosófico, que han marcado juntos toda su vida ya que, según explica, música y filosofía mantienen una forma de comunidad no siempre explícita. Ninguna mención a «la movida», de la que, en apariencia, sólo le quedan el pendiente y las gafas de sol. Las lleva puestas durante toda la entrevista: sólo se las quitará un par de veces para puntualizar la respuesta con ese lenguaje no verbal tan suyo.

En el amanecer de la negritud nos encontramos con una idea también desarrollada por este artista-filósofo, la del ritual musical, concebido desde un punto de vista laico: «La música permite ir un poco más allá sin necesidad de ponerse trascendente. Permite entrar en contacto con la vibración de las materias del mundo, acceder a tu propia conciencia, la conciencia de tu propio cuerpo, del cuerpo de los demás, de los estados de ánimo individuales y colectivos. Permite intuir cómo influye la reunión de la gente para crear situaciones en las cuales la inteligencia musical crece. Se llega a una visión que te permite imaginar horizontes, liberar energías. Yo creo que esto, si no es sagrado en sentido institucional, lo es en otro sentido más libre, es un rito no condicionado». El elemento distintivo del jazz es su vinculación al momento, la interacción entre los músicos: «Sí, de todas las músicas, el jazz es probablemente la música que más libera el ritual del evento musical sin que esté condicionado por dogma alguno salvo la inteligencia de la música. Lo que yo percibo como aficionado o músico de géneros cercanos, que aspiran a contagiarse del jazz en algunos sentidos, es que es la música que equilibra mejor la inteligencia y la liberación de las fuerzas que actúan en un evento musical».

Ha llegado el momento de pensar el jazz pero, a pesar de su ya veterano rodaje con grandes nombres de este género — con La Fábrica de Tonadas impulsada por Cuadernos de Jazz, su Zarabanda o la Original Jazz Orquestra de la Big Band del Taller de Músics de Barcelona — , Santiago Auserón no habla de forma inclusiva, se muestra cauto, buscando palabras con las que vestirse, como si lo hubiera pillado desnudo, y sublima la figura de estos músicos: «El buen músico de jazz es una personalidad, una voz poética sin palabras. Es una personalidad sonora, esa especie de misterio. A la hora de tocar se expresa con muchísima fuerza, con una especie de ética de la singularidad. Cada músico es un universo casi intocable, no puedes meter el dedo en su círculo sagrado porque quema. Hay músicos de jazz a los que admiro y escucho con veneración porque poseen un nivel de inteligencia musical del que yo carezco. Yo me apoyo en el intercambio de formas populares más sencillas. No me contento con la mera repetición de las formas de los lugares comunes, sino que quiero aprender de los más inteligentes el buen uso. O bien, meterles a los patrones populares algo de la candela que me descubren los iluminados».

El singular hombre de negro concibe el swing como «una cosa muy misteriosa», como un don natural: «En cada arte hay una especie de aspiración a estar tocado por el don divino, como los guapos tocados por la vara de la naturaleza, Eros o Afrodita, o los poetas por la Musa, y en el terreno del jazz la chispa seminal es el swing. Hay que ser cauteloso, porque ese don se puede convertir en una especie de racismo, pero a la vez hay que saber apreciarlo. O tienes swing o no tienes swing, “se es” o “no se es” poeta, piensan algunos. Yo estoy convencido de que es una cuestión de educación. Está muy bien que te eduquen con swing. Mi generación, ya te digo, apenas sabía bailar y tuvimos que acercarnos a él poco a poco, tímidamente. Yo aspiro a que el swing de los mejores jazzmen me vaya calando para llevarlo dentro con verdadero sentimiento».

En este sentido, elogia a las escuelas independientes, por su labor en la educación y la transmisión de músicas populares y modernas: «Hay que favorecer la inteligencia musical, compartir el aprendizaje colectivo. La inteligencia no es asunto de uno solo. Ha habido escuelas en las que se ha producido este acercamiento de forma consciente y deliberada como es Sedajazz o el Taller de Músics de Barcelona». Y aprovecha entonces, incontenible, para criticar el status quo cultural: «Todo lo que sea cultura elaborada, en la que se preserve algo de inteligencia, es un producto minoritario. Hoy en día la cultura de masas no va en la dirección del conocimiento y de la inteligencia, va en la dirección del embrutecimiento y del consumo rápido. Todo lo que sea una forma de conocimiento está en riesgo de desaparecer si no se crean colectivos que lo sostengan con esfuerzo y decisión. Los medios electrónicos son muy poderosos, generan tendencias contra las cuales es muy difícil oponerse, y la sociedad no lo favorece, ni la escuela pública». De ahí que remarque la necesidad de que las escuelas independientes establezcan vínculos con los conservatorios ya que ambos deberían trabajar para conseguir un mismo fin: «Habría que tratar de hacerles dialogar con las escuelas independientes que han sabido buscarse la vida sin dinero institucional y que están poniendo en práctica sistemas de enseñanza que van mucho más rápido en la promoción de la inteligencia musical. Creo que lo que hay que hacer es establecer diálogo entre la gente que se dedica al arte y al pensamiento — como es la música, insisto, que para mí es una modalidad del pensamiento — . Tienen que estar abiertos al diálogo, a la mejora de la búsqueda del conocimiento. Toda la inteligencia musical es compartible. Ese código aparentemente cerrado no lo es: la música es plástica».

La distancia que marca entre sí mismo y los músicos de jazz da pie a la pregunta que muchos de los amantes de este estilo que carecen de conocimientos musicales se hacen habitualmente, ¿no peca el jazz, en ocasiones, de cierto academicismo que puede llegar a causar rechazo en público no habituado?: «La especialización lleva a un cierto hermetismo, tanto en el jazz como en la filosofía, o entre los poetas. Hay señales que sólo entienden ellos, y se complacen en jugar con dichas señales porque eso estimula su conocimiento. Eso debemos respetarlo en las personas que están dotadas para cualquier arte. Pero no hay que convertirlo en un síntoma de superioridad. Si hay alguno que por ello se considere superior a cualquier otro músico u oyente, está equivocado. Eso simplemente les permite un disfrute que no está al alcance de otros y es envidiable. Si yo puedo acercarme y ver alguna chispa, una luz, en el lenguaje de los que están tocando con mayor inteligencia y destello, si puedo percibirlo, para mí es una escuela que me permite mejorar mi escucha. Hay una especie de sectarismo típico del jazz de los años 40 y 50, sobre todo del jazz neoyorquino, también de algunos clubs de Kansas City. Nueva Orleans era otra cosa. A partir de los 60, hay una generación que no se deja llevar tanto por el sectarismo virtuoso. Creo que los buenos músicos de jazz llevan un siglo olfateando simplezas que son un misterio». Auserón se refiere a ellos como «los Iluminados», y no le cuesta hacer una larga lista de nuestros mejores músicos de jazz, desde Pedro Iturralde y Tete Montoliu hasta los grandes de hoy con los que ha compartido escenario como Chano Domínguez, Jorge Pardo, Jordi Bonell, Marc Miralta, Javier Colina, David Pastor, Gabriel Amargant y Francisco Blanco «Latino», entre otros.

No se está quieto en la silla, cuando busca las palabras con las que expresarse mira hacia el corto horizonte que le ofrece la pared blanca que nos enmarca, y cuando habla, aunque no le veas los ojos, sabes que te mira fijamente. Se inclina hacia adelante y proyecta su radiofónica voz con mesurada espontaneidad para hablar sobre el free jazz: «A los rockeros de mi generación nos llamaban mucho las nuevas tendencias. El free jazz lo que hace es romper las normas de las consonancias armónicas y romper la regularidad rítmica. Interesa ver qué pasa cuando se rompen los lugares comunes, los tópicos. Cuando se toca libre por completo de condicionamientos, los criterios selectivos se afinan muchísimo, es más, no es que no haya elementos de selección del gusto o que la oreja no sepa elegir lo que le complace, sino que hay que ser mucho más fino para saber elegir lo que mola o lo que no mola en el free jazz. Hay muchos músicos de free jazz que no están aplicando un criterio colectivo de belleza acústica, pero cuando en el free jazz alguien tiene el poder de transmitir un criterio para hacer compatible un criterio de selección del gusto, un criterio de belleza salvaje, que nace allí mismo, libre de condicionamientos preestablecidos, el shock resulta fuerte. Recuerdo algunos conciertos memorables del Art Ensemble of Chicago o de la Sun Ra Arkestra. Esta peña lleva décadas en la vanguardia musical y sabe convertirla en algo divertido. La sensación no tiene precio, es tremenda porque convierte la conciencia musical más elevada en fenómeno natural y compartible, es una sacralidad que produce risas, un ritual sin dogma, una hecatombe sin víctimas».

La petición final, un diagnóstico sobre la situación actual del jazz en España. Pero, modesto, «esta paloma sobrevuela el peligro», y dice que, como mucho, puede hablar de su vivencia directa: «Por la banda de Juan Perro, ya con veinte años, han pasado algunos músicos de jazz de los más notables, de los mejores improvisadores que tenemos aquí. De ellos he aprendido a escuchar, más que a tocar, a captar y compartir situaciones. Eso ha sido una escuela muy importante para mí. La música de improvisación es quizás en estos momentos la más saludable que hay en el país, hay mucha gente en las escuelas tocando bien. Es un lenguaje natural que pueden aplicar a otras músicas, los jóvenes tienen ya la mente muy desinhibida a ese respecto. Aprenden lenguaje de improvisación, los standards, pero tienen mentalidad desinhibida, pasan por todas las músicas, todas las músicas pasan por sus manos y cabezas. Hay que prestar atención a eso. En definitiva, desde Pedro Iturralde y Tete Montoliu a los grandes del jazz de hoy en día, a sus alumnos actuales en los Talleres y Escuelas independientes, se ha producido un proceso de enriquecimiento, el lenguaje de la improvisación está evolucionando en inteligencia y capacidades técnicas y perdiendo esa especie de pose elitista minoritaria. Se está haciendo más comunicativo, tenemos músicos muy capaces y muy sensibles, con una oreja muy educada. Creo que es de ello de lo que podemos esperar las mejores cosas en la música popular española».

Larga vida al jazz bajo cualquier nombre, se despide este optimista trágico con su carismática sonrisa de dientes menudos y encías rosadas. Rockero con traje y suéter negro de cuello vuelto. Humanista con esmerado medio tupé. Larga vida al jazz bajo cualquier nombre, se despide satisfecha esta mente inquieta y perfeccionista sabiendo que su «semilla negra» ha arraigado con la explícita invitación de adentrarnos en los extraños y apasionantes laberintos del sonido.

Publicado originalmente en Cuadernos del Jazz, en febrero de 2014.

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