De la escritura
Secularmente, aunque cada vez de un modo más remoto, puede entenderse la escritura como trasposición de la palabra hablada:
Lo que por sabio penetra/ en este papel resuma:/ sirva de lengua la pluma/ y de palabra la letra./ Firméla; bien está así[1].
Pero con la imposición de la lógica de la escritura, muy reforzada con la extensión de la imprenta, se trastocan los términos de referencia de la memoria[2]. De ese modo, la comparación se invierte; así: «la Memoria es vn escriuano que viue dentro del hombre»[3]. Es decir, sólo puede concebirse la memoria a partir del registro escrito convertido en verdad: la memoria personal, la originada sólo en la oralidad dejó de ser el referente.
Por eso, no es de extrañar que cuando quería guardarse memoria de algo sólo a la escritura podía confiarse:
…todas las veces que se lea un libro, se vaya escribiendo y notando lo que pareciere digno de memoria, de suerte que, cuando se acabe, tenga presente todo aquello que sea estimado por digno de memoria. Y sabido el dicho, historia o suceso latamente se note con toda brevedad en un librito manuscrito[4], que de ordinario se suele traer en la faldriquera, en que con toda distinción de materias se podrá tener todo lo que se hubiere leído o oído decir, poniendo de cada cosa en su renglón aparte, en forma de letanías, la palabra más señalada y conocida[5].
El dominio de la cultura escrita sirve también para definir el ámbito de lo humano –en sentido contrario a las críticas que recibe desde Platón, sobre su artificialidad, ajena al hombre–, incluso el ámbito individual, el ser de cada hombre. Lo que lo completa es precisamente la práctica de la lecto-escritura. Hasta el punto de que, a finales del siglo xv, un simple maestro de canto alemán, Daniel Holzmann, podía afirmar:
Quien no sabe leer ni escribir/ sólo es media persona[6].
- La escritura es una tecnología
Así tituló Walter Ong un apartado de su obra, excelente ejemplo del valor transdisciplinar de este campo de estudio y de la posibilidad de trasladar métodos e hipótesis aplicadas a un período concreto a otras etapas y fenómenos históricos afines. Sus estudios y ejemplos concretos de sus trabajos se refieren, así, a la Grecia clásica[7]. Por eso, comenta al respecto que «Platón consideraba la escritura como una tecnología externa y ajena lo mismo que muchas personas hoy en día piensan del ordenador. Puesto que hemos interiorizado profundamente la escritura, haciéndola parte de nosotros mismos, nos parece difícil considerarla una tecnología». En efecto, en nuestra sociedad del conocimiento olvidamos el carácter tecnológico de algo que nos resulta tan «natural» como la escritura.
Sin embargo, la escritura –y, particularmente, la escritura alfabética– constituye una tecnología que necesita herramientas y otro equipo. En cierto modo, de las tres grandes tecnologías (la escritura, la imprenta, el mundo digital), la escritura es la más radical, la que abre el camino que seguirán las otras dos.
- La escritura vence el tiempo.
Sin duda, su principal virtud es hacernos siempre presente la palabra[8]. Volviendo a los tiempos modernos, lo resumía muy bien Pedro Mexía en su muy leída Silva de varia lección: «Y, allende desto, las letras hacen a los hombres quasi inmortales, haciendo eterna la memoria dellos. Las cosas que ha mil años que pasaron nos las ponen presentes»[9].
Quevedo lo expresó de otro modo en los conocidos versos de uno de sus sonetos:[10]
Retirado en la paz destos desiertos,/ con pocos, pero doctos libros juntos,/ vivo en conversación con los difuntos/ escucho con mis ojos a los muertos[11]./ Si no siempre entendidos, siempre abiertos,/ o enmiendan, o fecundan mis assuntos/ i en músicos callados contrapuntos/ al sueño de la vida hablan despiertos./ Las grandes almas que la muerte ausenta,/ de injurias de los años vengadora/ libra, o gran don Joseph, docta la imprenta./ En fuga irrevocable huie la hora;/ pero aquella el mejor cálculo quenta/ que en la lección i estudios nos mejora[12].
Lledó lo reitera en un apartado de su obra citada –titulado, precisamente, memoria y escritura–:
La escritura fue el gran descubrimiento para vencer esta claudicación ante el tiempo, esta limitación ante el presente. Convertida la voz en signo para los ojos, fijada en algo más estable que el aire semántico en donde por primera vez se articuló, el tiempo de la vida humana adquiría una nueva forma de consistencia en el tiempo de las cosas. Los rasgos que perduraban en la piedra o en el papiro, iniciaban otra forma de existencia e inventaban otra forma de temporalidad.
- La escritura: ¿fármaco de la memoria o inductor del olvido?
Puesto que al mundo clásico y a Platón nos hemos referido y que tanto Ong como Lledó se apoyan en él puede resultar oportuno repasar el muy conocido texto del Fedro de Platón que nos habla de la escritura y es la célebre referencia al Mito de Theuth y Thamus[13]:
Sócrates.- Puedo al menos contarte una tradición que viene de los antiguos, pero lo que hay de verdad en ella sólo ellos lo saben. Con todo, si por nuestras propias fuerzas pudiéramos nosotros descubrirlo, ¿nos íbamos a preocupar ya más de lo que se figuran los hombres?.
Fedro.- Ridícula pregunta. Ea, cuenta esa tradición que dices ha llegado a tus oídos.
Sócrates.- Pues bien, oí decir que vivió en Egipto en los alrededores de Naucratis uno de los antiguos dioses del país, aquel a quien le está consagrado el pájaro que llaman Ibis. Su nombre es Theuth, y fue el primero en descubrir no sólo el número y el cálculo, sino la geometría y la astronomía, el juego de damas y los dados, y también las letras. Reinaba entonces en todo Egipto Thamus, que vivía en esa gran ciudad del alto país a la que llaman los griegos la Tebas egipcia, así como a Thamus le llaman Ammón. Theuth fue a verle y, mostrándole sus artes, le dijo que debían ser entregadas al resto de los egipcios. Preguntóle entonces Thamus cuáles eran las ventajas que tenía cada una y, según se las iba exponiendo aquél, reprobaba o alababa lo que en la exposición le parecía que estaba mal o bien. Muchas fueron las observaciones que en uno y en otro sentido, según se cuenta, hizo Thamus a Theuth a propósito de cada arte, y sería muy largo el referirlas. Pero una vez que hubo llegado a la escritura, dijo Theuth: «Este conocimiento, oh rey, hará más sabios a los egipcios y aumentará su memoria. Pues se ha inventado como remedio de la sabiduría y la memoria». Y aquél replicó: «Oh, Theuth, excelso inventor de artes, unos son capaces de dar el ser a los inventos del arte, y otros de discernir en qué medida son ventajosos o perjudiciales para quienes van a hacer uso de ellos. Y ahora tú, como padre que eres de las letras, dijiste por cariño a ellas el efecto contrario al que producen. Pues este invento dará origen en las almas de quienes lo aprendan al olvido, por descuido del cultivo de la memoria, ya que los hombres, por culpa de su confianza en la escritura, serán traídos al recuerdo desde fuera, por unos caracteres ajenos a ellos, no desde dentro, por su propio esfuerzo. Así que no es un remedio para la memoria, sino para suscitar el recuerdo lo que es tu invento. Apariencia de sabiduría y no sabiduría verdadera procuras a tus discípulos. Pues habiendo oído hablar de muchas cosas sin instrucción, darán la impresión de conocer muchas cosas, a pesar de ser en su mayoría unos perfectos ignorantes; y serán fastidiosos de tratar, al haberse convertido, en vez de sabios, en hombres con la presunción de serlo[14].
De este texto se deducen ya algunas polémicas que han llegado hasta nosotros:
Por una parte, el debate de la cultura escrita en relación con la memoria y olvido. El escrito puede ser un remedio para conservar la sabiduría, pero también el escrito es olvido (de su origen, por ejemplo) y, sobre todo, puede ser causa de olvido.
Y por otra, las reticencias que, reiteradamente, se han planteado ante el progreso tecnológico –incluida la misma tecnología de la escritura–. De hecho en el Fedro se nos presentan contra la escritura idénticas objeciones a las que después se han presentado a nuestras tecnologías electrónicas. Así, la escritura es un producto «inhumano» al pretender establecer fuera del pensamiento lo que sólo puede existir dentro de él –lo mismo se dijo de las tecnologías de la información–. O bien, la escritura destruye la memoria y los que la utilicen se harán olvidadizos al depender de un recurso exterior; de tal manera que la escritura debilitaría el pensamiento –de nuevo, algo muy similar se dijo con la introducción de nuestros nuevos soportes y máquinas–. O también que un texto escrito no produce respuestas, ni explica sus palabras más allá –recordemos cómo se ha tachado frecuentemente a nuestras máquinas de «tontas» por razones parecidas–. O, en fin, que la palabra escrita no puede defenderse como puede hacerlo la palabra hablada, ya que la escritura es pasiva, está en otro contexto, en un mundo irreal y artificial: igual que las actuales tecnologías de la información y la comunicación. Casi no hace falta recordar cómo la tecnología intermedia entre ambas, la imprenta, recibió acusaciones análogas, lo que hace aún más paradójica la postura de quienes, en defensa de la cultura tipográfica, atacan la tecnología con los mismos argumentos que trataron de frenar la expansión de los libros impresos. Una última contradicción de esos argumentos contrarios de las nuevas tecnologías es que tienen que emplearlas para su más eficaz difusión, del mismo modo que leemos las críticas escritas de Platón con las objeciones a la escritura, se imprimieron las que hacían a la tipografía, o leemos en red las dedicadas a las actuales tecnologías.
La escritura, desde esa perspectiva, no sólo sería algo inhumano, artificial, extraño al hombre, sino que sería ajena al hombre vivo, es memoria necesariamente externa porque esta palabra muerta es –por decirlo de algún modo– un discurso disecado y, por tanto, infinitamente inferior al oral vivo. Pero también podemos entender que en ese discurso crítico de Platón falta un elemento. Un elemento esencial que ha ido creciendo hasta nuestros días, en que se agiganta en los actuales estudios sobre cultura escrita y en su protagonismo en el mundo electrónico: el lector. El lector es el que –con su poder taumatúrgico– da vida a esa palabra embalsamada en la escritura. La lectura resucita a la palabra: no sólo porque la hace presente, porque vence el tiempo y el olvido, sino porque verdaderamente le devuelve esa capacidad de respuesta, de matices… que Platón le negaba, la lectura borra cualquier hieratismo de la palabra textual.
Sin embargo, como apuntábamos más arriba, en época moderna la memoria ya sólo puede identificarse con la escritura:
Y el [arte] de la memoria no es otra cosa que un modo de escribir imaginario: el cual, así como los libros se constituyen de papel y letras con que se conservan en ellos todas las ciencias y lo demás que se quiere guardar y retener, de quien dijo Platón que, teniendo la poca memoria de la vejez, se daba priesa a hacer otra de papel, así este arte, que en suma es un breve libro de memoria radicado en la imaginativa, tiene en vez de papel lugares y en lugar de letras imágenes[15].
- Seguridad y autoridad de lo escrito
Otro aspecto distintivo es la seguridad de lo ya escrito. «La confianza en el hecho de que algo esté escrito servirá, únicamente, para silenciar el posible diálogo. La seguridad de lo ya escrito, otorga una inerte consistencia que transforma el diálogo en monólogo»[16].
Es decir, la escritura es requisito para aceptar el principio de autoridad. No sólo en el proceso de transformar la información en conocimiento, sino también en el recurso cotidiano del «lo leí en algún sitio» o, incluso, los profesores escuchamos como supremo argumento de seguridad: «estaba en mis apuntes».
Quizá consecuencia de la autoridad que adquiere lo escrito sea el respeto hacia la escritura[17] e, incluso, el respeto hacia el acto mismo de escribir, ante el papel en blanco, que tantos escritores han señalado, como Martín Gaite al comienzo de su primer cuaderno de todo[18]:
¿Qué respeto tengo por la letra escrita! Debe venirme de los años de estudiante, de aquella manía que me inculcaron de los «cuadernos en limpio»: no me atrevo a romper por los cerros de Úbeda hasta darle alguna forma definitiva a lo que quiero decir.
¡Cuántas veces he cogido la pluma ante un cuaderno en blanco, como este que hoy empiezo y no me he atrevido a hollarlo, a pesar de que mi cabeza trajinaba pensamientos sin parar![19].
Esa autoridad y respeto no sólo hacia lo escrito, sino también hacia el espacio de escritura ¿sigue teniendo la misma fuerza ante la pantalla en blanco?. E incluso podíamos preguntarnos ¿está alguna vez la pantalla en blanco? Y, si es así, ¿en verdad deja de estarlo cuando escribimos?.
- La escritura como estructuradora del pensamiento y la conciencia
Hemos mencionado, hasta ahora, condiciones de la escritura que afectaban a su dominio y, sobre todo, a la memoria. Éste es un paso más: nuestra cultura alfabetizada y altamente escolarizada podría llegar a influir en que nuestros procesos de pensamiento no se originen sólo en aspectos meramente naturales, sino que la tecnología de la escritura puede llegar a estructurarlos directa o indirectamente.
Sin la escritura, el conocimiento letrado no partiría de los mismos procesos de reflexión, no sólo cuando está ocupado en escribir, sino incluso normalmente cuando articula sus pensamientos de manera oral. Más que cualquier otra invención –sostiene Olson desde una interpretación más psicológico-cultural– la escritura ha transformado la conciencia del hombre. Y es que, en cierto modo, ¿no podríamos llegar a suponer que, en nuestras sociedad letradas, pensamos en párrafos, con títulos, puntuando, con subrayados, cursivas y entrecomillados y hasta con notas a pie de página? [20].
Por último, una cita de G. R. Cardona refrendada por Armando Petrucci –padre de las nuevas líneas adoptadas en la historia de las prácticas sociales de la escritura– y que nos abre más el campo: «la escritura puede ser todo aquello que nosotros seamos capaces de leer en ella». La escritura, obviamente, existe para su lectura y existe en sus lectores. Pero la autoridad de lo escrito tiene el contrapunto de la imposibilidad de imponer una única lectura.
[1] Tirso de Molina, Madrid 1971, Acto tercero, escena VII, vv. 281–285, p. 153. En consecuencia, las cartas eran la fijación escrita de las conversaciones, como recordaba por esa misma época el maestro Blas Antonio de Ceballos en su Libro histórico y moral sobre el origen y excelencias del nobilísimo arte de leer, escribir y contar y su enseñanza
Éstas fueron las primeras que se usaron en el mundo, que bien consideradas son una conversación particular, un instrumento con que se da a entender el concepto de los coraçones y la pluma viene a ser un sexto sentido para los ausentes y una respiración que alienta el ánimo de la manera que un retrato recrea la vista. Citado en Castillo, Antonio, «Del tratado a la práctica. La escritura epistolar en los siglos XVI y XVII», en C. Sáez y A. Castillo, eds., La correspondencia en la historia. Modelos y prácticas de la escritura epistolar. Actas del VI Congreso Internacional de Historia de la cultura escrita, Madrid: Biblioteca Litterae, 2002, I, pp. 79–107, p. 49.
[2] Con respecto, por ejemplo, a cómo se podía concebir en el pasaje que citaremos más adelante del Fedro de Platón.
[3] Aranda, Juan de, Lvgares comunes de conceptos, dichos, y sentencias en diuersas materias, Sevilla 1613, f. 24v. Edición facsímil: http://rosalia.dc.fi.udc.es/Poliantea/GetPolianteaById.do?id=1
[4] Precisamente, se les daba el nombre de libros de memoria.
[5] Velázquez de Azevedo, Juan, Fénix de Minerva o Arte de memoria [Madrid, 1626], Valencia: Tératos, 2002, p. 182.
[6] Hirsch, Rudolph, «Imprenta y lectura entre 1450 y 1550», en Armando Petrucci, comp., Libros, editores y público en la Europa moderna, Valencia: Edicions Alfons el Magnànim, 1990, pp. 27–70.
[7] También es el campo de los ejemplos de Havelock, Eric A., La musa aprende a escribir. Reflexiones sobre oralidad y escritura desde la Antigüedad hasta el presente, Barcelona: Paidós, 2008, especialmente en su capítulo 10: «La teoría especial de la escritura griega», pp. 145–167.
[8] «Mas volviendo a nuestro Magisterio de Escribir, a quien se debe sino a este nobilissimo Exercicio el haverse conservado en la memoria de los hombres tantas edades y siglos lo que nos dexaron escrito los antiguos, haciendo eterna su memoria, pues las cosas que ha mil años que pasaron, nos las ponen presentes. Los que están lexos y apartados los junta y comunica como si no se apartassen. Por lo escrito se saben y aprenden todas las Ciencias y Disciplinas haziendonos dueños de lo que supieron y aprendieron los pasados que tanto estudio y trabajo les costó el dexarnoslo escrito, lo qual con lo demás que sobre ello inventan los presentes, se guarda para los que han de venir. Los hechos que una vez se hizieron los muestra y representa que parece que nunca dexan de ser», Primera parte del Arte de Escrivir todas formas de letras, escrito y tallado por el maestro Ioseph de Casanova, Notario Apostólico y Examinador de los Maestros del dicho Arte en la villa de Madrid, Corte de su Magestad, y natural de la villa de Magallon, Arçobispado de Zaragoça. Dedicado al muy poderoso y catholico monarca don Phelipe IIII, el Grande, Rey de las Españas y Nuevo Mundo, etc. En Madrid. Por Diego Diaz de la Garrera. Año 1650, f. 2v.
[9] Mexía, Pedro, Silva de varia lección [Sevilla, 1540], Madrid: Castalia, 2003, p. 537.
[10] Un estudio del mismo puede verse en López Grijera, Luisa, «Análisis de un soneto de Quevedo», Dicenda. Cuadernos de Filología Hispánica 7, 1987, pp. 105–116. Otras cuestiones afines en Quevedo pueden verse en Egido, Aurora, La voz de las letras en el Siglo de Oro, Madrid: Abada, 2003, pp. 83–93.
[11] Precisamente Roger Chartier tomó este verso para dar título a la lección inaugural que pronunció en el Collège de France, Chartier, Roger, Escuchar a los muertos con los ojos, Buenos Aires: Katz, 2008.
[12] El Parnaso español, Madrid, 1648.
[13] Para una interpretación actual –aunque discutible– de este texto véase Cercas, Javier, La verdad de Agamenón. Crónicas, artículos y un cuento, Barcelona: Tusquets, 2006, «Invenciones diabólicas», pp. 166–168, p. 166.
[14] Platón, Fedón. Fedro. Madrid: Gredos, 2007, pp. 265–267. En esta última apreciación se ha invertido esa impresión: hoy esa desconsideración se atribuye al charlatán que habla en tertulias o cafés de todo, mientras que el que lee se muestra contagiado del principio de autoridad de los libros.
[15] Velázquez de Azevedo, Juan, Fénix de Minerva o Arte de memoria [Madrid, 1626], Valencia: Tératos, 2002, pp. 79–80.
[16] Lledó, Emilio, El silencio de la escritura, Madrid: CEC, 1991.
[17] Dejando al margen los efectos atribuidos a la materialidad de determinados textos, como puede verse, por ejemplo, en: Marquillas, Rita, «Orientación mágica del texto escrito» en Castillo, Antonio, comp., Escribir y leer en el siglo de Cervantes, Barcelona: Gedisa,1999, pp. 111–128.
[18] Descrito físicamente en su quinto prólogo a El cuento de nunca acabar. Y, por cierto, esos cuadernos son también libritos de memoria pues, como dice Martín Gaite «en un cuaderno se puede meter, como en un cajón, todo lo que quepa».
[19] Martín Gaite, Carmen, Cuadernos de todo, Barcelona: Areté, 2002, p. 27.
[20] Olson, David R., El mundo sobre el papel. El impacto de la escritura y la lectura en la estructura del conocimiento, Barcelona: Gedisa, 1998, pp. 303-ss.