La cultura escrita como diálogo

Enrique Villalba
Cultura escrita
3 min readMar 17, 2015

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Tanto la inmortalidad propia de la palabra escrita -también la importancia de la tradición- como su autoridad quedan bien de manifiesto en esa cita tan repetida relacionada con el conocimiento que ha atravesado los siglos, con diversas atribuciones:

Somos como enanos a los hombros de gigantes. Podemos ver más, y más lejos que ellos, no por alguna distinción física nuestra, sino porque somos levantados por su gran altura.

La atribución de la misma a Bernardo de Chartres, en el siglo XII, se la debemos a su discípulo Juan de Salisbury en su Metalogicon (1159), III, 4.

La idea que, posiblemente, ya entonces formaba parte del acervo común del pensamiento medieval, fue utilizada –con mayor o menor literalidad o repercusión– a lo largo de los siglos por destacados autores, desde Vives, pasando por Burton en su Anatomía de la melancolía, hasta Newton — a quien, erróneamente, se ha atribuido con frecuencia su autoría- en una carta a Robert Hooke, de 1676: «Si he visto más lejos es porque estoy sentado sobre los hombros de gigantes». Incluso recientemente Stephen Hawking tituló así uno de sus libros[1] tomando el referente de Newton.

La escala para ascender a los hombros de esos gigantes no son sino los libros. El espacio para ese desigual diálogo entre los gigantes muertos y los enanos vivos es el de la lectura. El quevedesco con pocos, pero doctos libros juntos,/ vivo en conversación con los difuntos/ escucho con mis ojos a los muertos era una imagen común, que podemos leer, por ejemplo, en versión de Velázquez de Azevedo, en su Arte de memoria:

Las librerías y los libros se hacen para patrocinio de nuestras imperfecciones y, particularmente, nos suplen dos, que son la del ausencia y la de la muerte. Porque estando ausente la voz del autor o maestro, suple la escritura de su libro y si es muerto vive en ella; y así se dice que cuando los estudiantes estudian hablan con los muertos[2].

Pero incluso escribir es siempre dialogar con nuestras lecturas. Es la forma más activa de la lectura creativa. Así nos lo cuenta Carmen Martín Gaite:

Mis cuadernos de todo surgieron cuando me vi en la necesidad de trasladar al papel los diálogos internos que mantenía con los autores de los libros que leía, o sea convertir aquella conversación en sordina en algo que realmente se produjera. Los libros te disparan a pensar. Debían tener hojas en blanco entre medias para que el diálogo se hiciera más vivo[3].

Los libros son, en fin, también diálogo, como recoge la definición borgiana: «el libro es el diálogo que entabla con su lector». Y es que hoy la cultura no debe entenderse de otro modo. No puede ser el pasado, ni la autoridad inamovible, ni el patrimonio de unos pocos sino el diálogo con el tiempo, con la crítica y con la duda; entre el creador, la obra, su espacio y su público/lector.

[1] Hawking, Stephen., A hombros de gigantes. Las grandes obras de la Física y la Astronomía, Barcelona: Crítica, 2004.

[2] Velázquez de Azevedo, J., Fénix de Minerva o Arte de memoria, Valencia: Tératos, 2002, p. 183.

[3] Martín Gaite, Carmen, Cuadernos de todo. Barcelona: Areté, 2002, p. 264, Cuaderno 12 (1974). El libro digital aporta esas páginas en blanco.

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