Leer en voz alta

Algunas notas sobre la lectura colectiva en voz alta en el Siglo de Oro

Enrique Villalba
Cultura escrita
Published in
5 min readApr 18, 2015

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En unos conocidos versos introductorios a La Celestina sobre El modo que se ha de tener leyendo esta tragicomedia, se nos dice:

Si amas y quieres a mucha atención,

leyendo a Calisto mover los oyentes,

cumple que sepas hablar entre dientes:

a veces con gozo , esperanza y pasión;

a veces airado, con gran turbación.

Finge leyendo mil artes y modos,

pregunta y responde por boca de todos,

llorando y riendo en tiempo y sazón.

En ellos se nos describe cómo ha de ser una lectura dramatizada del texto ante un auditorio. Son prueba evidente de una práctica que, como veremos, siguió siendo muy habitual en los primeros siglos modernos.

En el Quijote tenemos buenos ejemplos. El simple título del capítulo LXVI de su segunda parte es ya de sobra ilustrativo: «Que trata de lo que verá el que lo leyere o lo oirá el que lo escuchare leer». De hecho, los capítulos del Quijote por lo general no son largos y tienden a una extensión regular y eso mismo ocurre también en muchos libros de caballerías. Podemos preguntarnos si no estarían incluso pensados así para posibles lecturas orales, en las que era esencial no cansar a los oyentes.

Nos encontramos también en el Quijote con el revelador episodio de la venta de Palomeque, en el que se nos cuenta:

cuando es tiempo de la siega, se recogen aquí las fiestas muchos segadores, y siempre hay alguno que sabe leer, el cual coge uno destos libros en las manos, y rodeámonos del más de treinta y estámosle escuchando con tanto gusto que nos quita mil canas.

Es un relato de lectura en voz alta cumpliendo una de sus funciones más características: convertir en lectores de una obra a unos oyentes analfabetos. Es decir, como una forma de mediación y socialización.

Pero la lectura colectiva en voz alta se producía también por otras razones y entre otros grupos sociales. Por ejemplo, como práctica cortesana, como muestra esta ingeniosa anécdota:

Doña María Manuel era dama de la Emperatriz, nuestra señora, y leyendo ante la Emperatriz una siesta un libro de caballerías ante el Emperador, dijo: ‘Capítulo de cómo don Cristóbal Osorio, hijo del Marqués de Villanueva, casaría con doña María Manuel, dama de la Emperatriz, reina de España, si el Emperador para después de los días de su padre le hiciese merced de la encomienda de Estepa’. El Emperador dijo: ‘Torná a leer ese capítulo, doña María’. Ella tornó a lo mismo, de la misma manera, y la Emperatriz acudió diciendo: ‘Señor, muy buen capítulo y muy justo es aquello’. El Emperador dijo: ‘Leed más adelante, que no sabéis bien leer, que dice: sea mucho enhorabuena’. Entonces ella besó las manos al Emperador y a la Emperatriz[1].

Con frecuencia encontramos referencias a la diferencia entre leer y escuchar, no solo en lo relativo a la lectura en voz alta, sino también a versos u obras de teatro. Así, un personaje de Lope –doña Blanca- dice sobre la lectura de unos sonetos que no quiere leer en silencio:

[…] que muchas cosas que suena

al oído con la gracia

que muchos las representan,

descubren después de mil faltas,

si escritas se consideran,

que entre leer[2] y escuchar

hay notable diferencia,

que aunque son voces entrambas,

una es viva y otra es muerta[3].

Quevedo hace también esa distinción en el comienzo del prólogo del Buscón:

Qué deseoso te considero, lector o oidor — que los ciegos no pueden leer — , de registrar lo gracioso de don Pablos, príncipe de la vida buscona[4].

Tenemos más testimonios de distintos públicos, géneros o espacios de ese tipo de lectura. Libros de caballerías leídos en lugares públicos:

En Sevilla dicen que hay oficiales que en las fiestas y las tardes llevan un libro de esos y le leen en las Gradas[5];

soldados que pasan el relato con esas lecturas:

En la milicia de la India… ciertos soldados camaradas [portugueses], que albergaban juntos, traían entre las armas un libro de caballerías con que pasaran el tiempo», y uno de ellos «tenía todo lo que oía leer por verdadero…[6];

o el comentario de Luis Vives sobre las doncellas aficionadas a las caballerías:

Estas tales no sería bien que nunca hubieran aprendido letras, pero fuera mejor que hubieran perdido los ojos para no leer y los oídos para no oír[7].

Leer en voz alta es también un modo de hacer más explícito el diálogo del lector con el texto. Eso es lo que parecía percibir el Inca Titu Cusi Yupanqui cuando apuntaba que los españoles «hablaban a solas con unos paños blancos»[8].

En fin, una forma también de concertar oralidad y escritura y sus diferentes características:

Que la palabra no dura más de cuando es pronunciada, pero la escritura todo el tiempo que fuera conservada; y la palabra, si se oye, no se ve, pero la escritura se ve escrita y se oye, si es leída; la palabra no se comprende, sino de cerca, pero la escritura se hace sentir en cabo del mundo[9].

[1] Luis Zapata de Chaves, Miscelánea (h. 1593), ed. de P. de Gayangos, en Memorial Histórico Español, XI, Madrid: Imprenta Nacional, 1859, pp. 116–117; cit. en Pedro M. Cátedra & Anastasio Rojo, Bibliotecas y lecturas de mujeres. Siglo XVI, Salamanca: Instituto de Historia del Libro y de la Lectura, 2004, p. 57.

[2] Lope se refiere aquí al sentido moderno de leer como leer en silencio.

[3] Lope de Vega, El guante de doña Blanca.

[4] Podemos hacer una interpretación burlona: hay lectores necios, ciegos, que « no pueden leer » y que por lo tanto solo pueden ser oidores del texto. « Lector o oidor »: lector sería el discreto; oidor el ignorante.

[5] Como menciona el letrado Arce de Otalora, hacia 1560.

[6] Rodrigues Lobo, Corte na aldea e noites de inverno, Lisboa, 1619.

[7] Luis Vives, Instrucción de la mujer cristiana (1524), Col. Austral, 1940, p. 34.

[8] Diego de Castro Titu Cusi Yupanqui, Relación de la conquista del Perú y hechos del Inca Manco (1560), II, Colección de Libros y Documentos referentes a la Historia del Perú, tomo II, Lima, 1916, p. 9; cit. en Raúl Porras, Indagaciones peruanas: El legado quechua, en Obras Completas de Raúl Porras Barrenechea, Lima: Universidad nacional Mayor de San Marcos, 1999, p. 130.

[9] Pedro de Navarra, Diálogos de la diferencia del hablar al escrivir, ca. 1556.

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