Talar nuestra memoria

Enrique Villalba
Cultura & Gestión Cultural
4 min readApr 5, 2015

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La gestión y protección de nuestro patrimonio debiera ser, en las políticas culturales, la actuación más transparente. Se trata de administrar parte de nuestra propia identidad, el legado que construye nuestra memoria.

Y también debiera ser un terreno en el que tendríamos que ejercer nuestra conciencia personal, social y ciudadana con la mayor responsabilidad y exigencia.

Lamentablemente, vemos a diario -y nos hemos acostumbrado a ello- cómo ese cuidado patrimonial queda relegado a la última de las preocupaciones, sepultado por la mala gestión de unos, la ignorancia de otros y el descuido y desidia de casi todos.

Los medios recogen informaciones al respecto, casi siempre cuando ya no tiene remedio, cuando se ha producido la destrucción, el derrumbe, el expolio, el daño irreparable.

A veces, se alumbran algunas tomas de conciencia ciudadana que pretenden que políticos e instituciones cumplan con su obligación, incluso simplemente con la legislación vigente, y protejan el patrimonio de un deterioro irreversible, siempre con la sospecha de que ese abandono puede estar inducido por intereses especulativos.

Casi siempre, esos brotes de defensa popular, incluso airada, tienen que ver con un cierto sentir identitario, real o inducido, con respecto a algún edificio o monumento histórico.

Pero, a menudo, nuestros políticos, nuestras instituciones atentan contra espacios que se han constituido como parte del escenario del común, de nuestro paisaje urbano, en los que se mezclan su peso histórico, su naturaleza viva o su alentar social, su densa y arragaida memoria. A veces, más allá de la metáfora, se arranca de raíz una parte de nuestro patrimonio pasando por encima de cualquier consideración razonable.

Es el caso, recentísimo, doloroso, de la tala de árboles en el Paseo del Prado y en el de Recoletos. Ambos han sido decisivos en la configuración del espacio urbano, desde el crecimiento de la Villa con la llegada de la Corte, en ese Madrid de los Austria. El Prado y Recoletos se configuraron como un eje periférico Norte-Sur (que, con los siglos, se prolongará en la Castellana). Era el límite oriental de la Villa, más hacia el este solo estaban los Jerónimos y el Palacio del Buen Retiro. Se trataba, más que de una vía de comunicación, de un verdadero paseo, casi agreste, con su gran arboleda y sus fuentes. Un espacio de ocio, de esparcimiento, un lugar de encuentro social, al que se acudía a pasear -a pie o en coche de caballos-, a mostrarse y a escudriñar al prójimo. Así podemos verlo, por ejemplo, en el célebre plano de Texeira, con sus hileras de frondosos árboles,

o en algunas representaciones pictóricas del XVII.

Y así aparece como escenario en no pocas obras literarias de nuestro Siglo de Oro.

Con todas las transformaciones que sufre en el siglo XVIII con las reformas urbanas borbónicas y en el mundo contemporáneo, si algo confiere al Prado-Recoletos continuidad histórica hasta nuestros días, si algo contribuye a fijarlo en la memoria colectiva es, precisamente, su arbolado que ha permitido seguir dándole ese uso social de paseo con el que nació.

Y contra sus árboles, contra la vida del Paseo, es contra lo que hoy atenta nuestro Ayuntamiento. El Paseo no lo es por sus aceras o sus carriles sino por sus árboles. Su arboleda hace el Paseo, es el Paseo. O, tristemente, era el Paseo.

Las autoridades tienen la obligación de salvaguardar y recuperar ese patrimonio, sin embargo, han argumentado la supuesta enfermedad para condenar y talar más de 300 árboles en el Paseo y más de 1400 en la ciudad. Una marca roja anunciaba la sentencia.

Pocos medios de comunicación lo han recogido debidamente y menos aún lo han hecho con el mínimo espíritu crítico exigible.

En la decisión municipal no ha habido transparencia ni explicaciones ni aparente voluntad de cumplir la normativa protectora.

Eso resulta especialmente grave cuando el arboricidio se ejecuta en plenas vacaciones de Semana Santa y ya próximas unas inciertas elecciones municipales, lo que no hace sino acrecentar la sospecha de un futuro uso especulativo de ese espacio común. Ojalá el tiempo no la confirme.

Las redes han sido caja de resonancia de una indignación que, en todo caso, ha sido limitada y que -como casi siempre- ha llegado demasiado tarde.

El incumplimiento de la Ley de Protección y Fomento del arbolado urbano de la Comunidad de Madrid parece evidente pero el modo en que se proceda ahora puede agravarlo.

Pueden verse más imágenes aquí.

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