Días de cuarentena

Javier Martín G.
Días de cuarentena
3 min readMar 24, 2020

Anoche estuve viendo a ratos la final de Copa ACB entre Real Madrid — Barcelona de 1988, la del célebre triple de Solozábal. Despúes me entretuve zapeando entre la final del Mundial de 2014, que Alemania gana a Argentina en la prórroga, y la final de Copa del Rey de ese mismo año. Todavía me pregunto cómo Bale pudo hacerle eso a Bartra. En los últimos días también he entrevisto el Madrid — Juve de la Séptima, la final del Mundial 78, el Madrid — Olympiacos de 1995, el Arantxa — Steffi de 1989, alguna final de la NBA, el España — Malta y yo no sé cuántos eventos deportivos más.

Aparte de para constatar lo mucho que ha cambiado el deporte (¿cómo se pudo vivir tantos años con la infame cesión al portero?), estos partidos históricos nos sirven para evadirnos un poco de la realidad. Tengo mil libros por leer, mil películas y series que ver, pero ahora mismo solo tengo capacidad de atención para cosas leves: un partido viejuno, un capítulo de Friends, una comedia romántica de Antena 3. Comento los partidos en tuiter, como si estuviesen sucediendo en tiempo real, y de pronto me resulta frívolo hacer apuntes sobre un partido de hace 30 años en medio de un TL salpicado por la zozobra y el dolor. Pienso, no obstante, que es necesario buscar ventanas de evasión, anclajes a la normalidad para sobrellevar la incertidumbre. Todos los días, a la hora del aperitivo, me abro una cerveza y hago un brindis virtual con algunos amigos. Es probablemente el mejor momento del día.

Leo que el COI anuncia que se toma un mes para evaluar la viabilidad de celebrar los JJOO y pienso que viven en una burbuja. Incluso la idea de celebrarlos en otoño me parece una quimera. Creo que ya todos asumimos que el año olímpico, y probablemente el año deportivo entero, está perdido. Y, francamente, nos da igual.

También me parecen fuera de la realidad esos deportistas que reclaman poder entrenar para no perder la forma. Entiendo que, para un deportista de élite, unas semanas parado pueden echar por tierra una temporada entera, pero hay muchas personas arriesgando su vida, su estabilidad y su futuro para poder salir de esta situación lo mejor posible. Cuando hay gente que no sabe con qué cicatrices físicas, emocionales y económicas va a salir de esta, los deportistas deberían ser conscientes de su posición de privilegio y, cuanto menos, guardar un discreto silencio.

La frase que sintetiza nuestro nuevo mundo la recogía Iñigo Domínguez en una de sus columnas en El País (las piezas diarias de Domínguez son de lo mejor que se puede leer estos días): “Éramos felices y no lo sabíamos”. El periodista atribuye la cita a su peluquero venelozano, refiriéndose al deterioro de la vida en su país, que le obligó a emigrar a España, pero resume a la perfección este estado de miedo, estupefacción y melancolía en que nos hayamos todos desde hace semana y media.

La cita más dolorosa se la leo a Daniel Gascón: “Ahora nos preocupa morir o, como escribe Branko Milanovic, matar a las personas que moriríamos por mantener con vida”. Leo a muchos hacer planes para el día en que todo esto acabe, como si cuando el gobierno decrete el fin de la cuarentena todos nos pudiéramos lanzar a las calles a vivir la vida. Me temo que la vuelta a algo parecido a la normalidad va a ser mucho más paulatina. Incluso si logramos el famoso aplanamiento de la curva y evitamos que el sistema colpase, el virus va a seguir ahí fuera, más o menos agazapado, mientras que no exista vacuna. Me pregunto cómo vamos a hacer para seguir protegiendo a esas personas que moriríamos por mantener con vida.

No ayuda nada pensar tan a largo plazo (ahora mismo un mes es una enormidad), pero algunas noches son largas. Hay que centrarse en la rutina del día a día para no perder la cabeza. Esta noche ponen en Teledeporte la final del Mundial de 1998. Zidane en todo su esplendor. Parece un buen plan.

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