Antonio Gramsci: del fascismo revolucionario al suicidio de la revolución
Vivimos en una sociedad descreída que, sin embargo, no duda de la existencia de un demonio llamado “fascismo”. En verdad, esta categoría demonológica nada tiene que ver con el fascismo histórico del dictador italiano Benito Mussolini. Este nuevo demonio tiene un solo padre: Antonio Gramsci.
En efecto, pese a su filosofía historicista, Gramsci dio lugar, curiosamente, a la idea de un fascismo eterno. Como ya dije, este fascismo no es el de Mussolini cuya filosofía, al igual que el marxismo de Gramsci, está embebido del actualismo de Giovanni Gentile. Pasa que Gramsci da un paso hacia adelante identificando al fascismo con toda la cultura occidental no moderna (ya volveré sobre este punto más adelante).
Veamos. No pocos marxistas han sostenido que Gramsci no fue marxista. A mi juicio, no les falta razón. Sin la influencia de Giovanni Gentile, Gramsci no hubiera podido elaborar el concepto de sociedad civil distinto al del marxismo-leninismo, como tampoco tener una noción diversa de hegemonía.
De acuerdo al materialismo histórico de Marx, la conciencia del hombre está determinada por el objeto (en este caso, por las relaciones de producción: dime cómo produces los bienes materiales y te diré cómo piensas). Gentile, en su escrito La filosofia di Marx, invierte la cuestión. Para Gentile, es el espíritu, son las ideas, las que configuran la realidad histórica.
Esta tesis filosófica gentiliana es asumida por el autor de los Quaderni dal carcere. De allí se explica que, para Gramsci, la historia no sea historia económica sino historia de las relaciones ideológico-culturales de la vida espiritual, historia de concepciones de mundo. ¿Qué es esto sino el materialismo disociado de la economía? Y ¿qué otra cosa es esta disociación más que el actualismo de Gentile?
De esta tesis filosófica se desprende la prioridad que Gramsci otorga a la sociedad civil respecto del Estado. Para él, el marxismo solo va a poder afirmarse en Occidente presentándose como una concepción de la realidad superior, integral y única. De allí que reemplace la fórmula materialismo histórico por la de filosofía de la praxis.
Como ya lo expresé, esta visión lo conduce a sostener que, dentro del desenvolvimiento histórico, la instancia determinante es la ideología, la concepción de mundo. De allí se entiende que la dirección cultural tenga prioridad por sobre la orientación política. Y así como la filosofía de la praxis reemplaza la idea de materialismo histórico, también la idea de capitalismo-burgués es sustituida por la idea de modernidad.
Antonio Gramsci apunta a una revolución cultural que consiste en modernizar a Occidente. ¿Qué significa esto?
La idea de modernización la extrae de un escrito de Benedetto Croce titulado Storia d’Europa nel secolo decimonono. La modernidad es una concepción que se caracteriza por establecer el fin de la vida dentro de la vida misma, y por el deber de acrecentar y enaltecer esa vida, alcanzando la plena liberación del hombre.
Esta es la concepción de la existencia que, según Gramsci, debe inspirar una nueva religión. Pero se tratará de una religión reducida a una función socio-política, encargada de re-ligar, de establecer una férrea unidad entre los intelectuales y los simples mortales (la masa).
Para que esto suceda, se hace imprescindible una gran reforma intelectual y moral. Esta reforma va a estar unida estrechamente a la noción gramsciana de hegemonía. La transformación debe proponerse alcanzar un mismo sentido común (recordemos a Gentile: en el pueblo italiano, el fascismo debe procurar un solo pensar, un solo querer y un solo sentir).
Ahora bien, ¿cuál es el enemigo que esta visión moderna tiene que enfrentar? El enemigo ya no es el capitalismo burgués, sino lo que Croce denomina la vieja religión, o sea, la religión cristiana (la “cultura occidental no moderna” que mencioné renglones más arriba). El catolicismo, nos dice Croce, propone como fin una vida ultramundana, considerando a la instancia histórica como una simple preparación. Ese mas allá, como ya sabemos, se alcanza mediante la observación de los diez mandamientos y de la perfección evangélica.
Para Gramsci, entonces, la guerra cultural se debate entre dos concepciones de vida: la cristiana y la inmanentista. La concepción cristiana de la vida, para el italiano, es opresora y enemiga de la libertad. Por eso propone un proceso de descristianización de la sociedad occidental.
Dije al comienzo que el fascismo del que se habla hoy en día no es el fascismo histórico, sino el creado por Gramsci. Pese a esto, como ya lo expresé, el verdadero fascismo histórico de Benito Mussolini, guarda un parentesco estrechísimo con la posición de Gramsci. Los dos tienen un tronco común: el actualismo, o sea, la filosofía del devenir.
Sucede que este actualismo, como acertadamente lo señala Del Noce, puede tener dos interpretaciones. Por una parte, puede ser pensado como síntesis de todas las filosofías que ha dado Occidente. Esta lectura ha sido elaborada desde la categoría de resurgimiento (conservar lo recibido, pero dándole una nueva forma). Por otra parte, puede ser entendido como revolución total, o sea, como ruptura radical con toda filosofía cultivada hasta el momento.
Esta segunda vía supone el abandono definitivo de la verdad. Consecuentemente, el discurso “filosófico” pasa a convertirse en instrumento de poder (la filosofía como ideología).
Gentile siguió la primera vía; Gramsci, la segunda. Por eso no estuvieron juntos en la misma opción política, aunque sí convinieron en la matriz anti-metafísica e histórica de su concepción. Y otro dato que queda en claro, además, es que, jamás de los jamases, ni Gentile ni Mussolini van a admitir la existencia de un Dios, distinto del mundo, Creador y Redentor.
En realidad, como lo refirió el destacado historiador del fascismo italiano, Renzo De Felice, el fascismo ha sido un movimiento verdaderamente revolucionario. A la luz de lo que venimos analizando, se entiende esta afirmación.
Pero he aquí otra de las contradicciones y sorpresas que nos muestra la historia de las ideas. El abandono, por parte de Gramsci, del materialismo dialéctico e histórico, y la consecuente asunción del actualismo, lo conducen a convertir al fascismo en una concepción de la realidad identificada con el cristianismo, por lo menos en un punto. ¿Qué punto? En el fondo, él estaba buscando esto: añoraba suministrarle a su filosofía la universalidad y homogeneidad doctrinal que advertía en el bando contrario.
El cristianismo, de acuerdo a su concepción, está situado en el punto opuesto a su filosofía del devenir o de la praxis. De ahora en más, será fascista todo aquel que ose cuestionar la filosofía de la praxis o del devenir; todo aquel que pretenda recordarle al hombre que su fin último no está en la historia sino en la eternidad; todo aquel que cultive la búsqueda de la racionalidad interna de lo real, afirmando el primado de la teoría por sobre la praxis.
¿Logró Gramsci su objetivo? Ciertamente.
¿Con qué resultados? Engels, en su escrito Ludwig Feuerbach y el fin de la filosofía clásica alemana, refiere la derivación de esta postura: “… la filosofía dialéctica acaba con todas las ideas de una verdad absoluta y definitiva y de un estado absoluto de la humanidad, congruente con aquella. Ante esta filosofía, no existe nada definitivo, absoluto, consagrado; en todo pone de relieve lo que tiene de perecedero, y no deja en pie más que el proceso ininterrumpido del devenir y del perecer. Y lo que ha perecido es el entero mundo de los valores”.
La absolutización de la dialéctica por parte de Gentile (y, a posteriori, también de Gramsci) ha conducido al nihilismo. Nada ha quedado en pie: ni siquiera el ideal revolucionario. La propia revolución se ha suicidado. Y dentro de este compacto mundo nihilista, formado por un sólido sentido común de la nada, solo queda en pie la vida del único yo (que soy yo) y sus siempre inacabables e insaciables deseos.
Mi causa, como refería Stirner en la Introducción a su escrito El único y su propiedad, “no es divina ni humana, no es ni lo verdadero, ni lo bueno, ni lo justo, ni lo libre, es lo mío, no es general, sino única, como yo soy Único”.
En realidad, el fascismo gramsciano, por mediación del actualismo, ha conducido al propio marxismo a su suicidio. Como podrá advertirse, pues, no vivimos dentro de una cultura anti-fascista. El presente es el estadio final de una cultura esencialmente fascista que ha dejado al pensamiento humano huérfano de toda verdad.
En definitiva, somos los testigos/víctimas del naufragio de una sociedad empobrecida, presa de la más compacta ideología concebida en términos de la pura fuerza.