Crédito de imagen: El Diario de Carlos Paz.

El peronismo: una religión que ha configurado al hombre argentino

Daniel Lasa
Daniel Lasa
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5 min readJul 29, 2020

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He observado, desde que me he ocupado de estudiar el fenómeno del peronismo, dos características del mismo: su permanencia en el tiempo y su poder omniabarcativo en la vida de sus seguidores. Estas dos notas, como puede observarse, no son propias de un partido o movimiento político (como el General gustaba llamar al peronismo) sino de una religión. Y cuando digo religión estoy pensando en esa religación que consiste en una vinculación que se asienta en un sentimiento de dependencia respecto de una realidad última. No resulta casual que los peronistas afirmen que serlo es verdaderamente un “sentimiento”. Baste recordar, al respecto, que durante la época romántica fue frecuente considerar al sentimiento tanto como intuición de la realidad última como la única facultad capaz de expresar la naturaleza y formas de esta realidad.

¿Por qué el peronismo es, a mi juicio, una religión?

Para Perón el ser se identifica con la historia. Esta última, a su vez, sigue una ley necesaria: la de la evolución. Todo el escrito de Perón presentado en el Congreso de filosofía de 1949 en Mendoza está estructurado a partir de la categoría de evolución y no de revolución. En efecto: “La denominada, por Perón, ideología justicialista asume, por medio del empleo de esta categoría, una filosofía de la historia que concibe a esta última como el teatro de un avance progresivo e ineluctable. Para Perón, esta evolución, esta progresiva marcha de la humanidad hacia formas cada vez más perfeccionadas, se presenta como una instancia necesaria. ‘La humanidad tenía que evolucionar forzosamente hacia nuevas convenciones vitales y lo ha hecho’ ”.

Esta lógica autónoma de la historia exige tanto la sintonía como el acatamiento por parte de los hombres. Pero pocos son los hombres capaces de captar, en un momento dado del desarrollo histórico de un determinado pueblo, hacia donde se dirige el mismo. Aquel que lo haga devendrá, ipso facto, en el conductor político por excelencia.

El conductor, al sintonizar con la ley inmanente que gobierna la historia se despersonaliza haciéndose todo, vinculándose con el principio fundante de todo lo que es. De este modo, permite que el pueblo devenga como tal al otorgarle un destino, es decir, una finalidad perfectamente determinada. Y se puede devenir pueblo si cada ciudadano deja de lado su propio querer para hacer suyo el querer del conductor que es, en realidad, el querer inmanente que gobierna la historia.

De la existencia o no de esta adhesión surgen dos categorías de hombres: los nacionales, los populares, los hombres de buena voluntad que han renunciado al propio querer para hacer suyo el querer del todo representado por el conductor, por un lado, y los cipayos, vendepatrias, enemigos del pueblo, en los cuales la libertad individual se auto-afirma en detrimento del querer del todo, del querer del líder, por el otro.

De lo expresado puede observarse que, tanto la voluntad del líder del movimiento político como la de cada uno de sus miembros, han identificado su pensar y su querer con la ley inmanente que gobierna la historia, con el principio constitutivo del sentido histórico. De allí que algunos hablen en términos de “mística del militante”, lo cual puede entenderse como un estado del alma del seguidor consistente en haber alcanzado la máxima unidad con la fuente y el sentido de todo lo que es.

Puede advertirse, en virtud de lo señalado precedentemente, que la grieta es ínsita a la nación. La grieta está constituida por dos voluntades en pugna: la voluntad que ha asumido el fin del todo, encarnado en el líder y propio del pueblo auténtico, y la voluntad que quiere mantener fines propios, ajenos al todo, al pueblo. El concepto de grieta no ha sido inventado por Laclau sino que pertenece al propio Perón quien, a su vez, lo tomó de Giovanni Gentile, mentor del actualismo, del fascismo italiano. Claro está que la grieta es un momento del proceso, ya que el fin último del mismo es alcanzar un solo pensar, un solo querer, y un solo sentir.

El peronismo, en consecuencia, en cuanto religión, genera un tipo antropológico que se prolonga hasta nuestros días y que está plasmado en el ser argentino. Y ese tipo antropológico es sucedáneo de la concepción historicista de su líder. Perón suscribiría in totum, al igual que todo peronista auténtico, esta afirmación de Benito Mussolini: “Nosotros no creemos en los programas dogmáticos… Nosotros nos permitimos el lujo de ser aristócratas y demócratas, conservadores y progresistas, reaccionarios y revolucionarios, legalistas y no legalistas, según las circunstancias de tiempo, de lugar, de ambiente”. La historia lo corrobora: pensemos en el primer Perón, en el Perón de la vuelta, en Menem, en Duhalde, en Kirchner, etc.

El peronismo, fiel al actualismo de Giovanni Gentile (alma del fascismo italiano) asume una mística de la acción, esto es, una tensión del espíritu hacia una acción que no es querida en cuanto dirigida a un orden, sino que es querida por sí misma. De este modo, los valores más sagrados se transforman en meros instrumentos al servicio de la promoción de la acción. En este sentido, todo valor deviene puro instrumento ordenado a la promoción de la acción. Este activismo conduce, de modo inexorable, al nihilismo de los valores. De allí que en una sociedad configurada en torno al mismo, pierda sentido la misma noción de consenso ya que no existe valor alguno que pueda consensuarse. El ethos argentino, dominado por el activismo, impide la posibilidad de algún entendimiento en torno a valores a realizar. Todo valor es negado, o también, todo valor puede ser negociado: la verdad, el bien, la belleza, el diálogo, la República, la ley, etc. Esta es, a nuestro juicio, la causa que hace que Argentina viva en una crisis ininterrumpida, apenas disimulada por algunas bonanzas económicas que funcionan como anestesia de las inteligencias.

El activismo del que Argentina es presa le impide ver que la causa de sus desventuras radica en dicha lógica, y que, por lo tanto, es preciso desprenderse del mismo. Si seguimos creyendo que la crisis de Argentina es de naturaleza económica o política nos seguiremos manteniendo dentro de la misma lógica sin poder salir de la profunda debacle que nos afecta desde ya hace mucho tiempo. La crisis Argentina reside en el tipo antropológico que el peronismo ha forjado: un hombre alejado de la verdad de sí mismo y de las cosas, amante sólo de los posicionamientos tácticos ordenados a la conquista, mantenimiento y acrecentamiento del poder.

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Daniel Lasa
Daniel Lasa

Dr. en Filosofía. Investigador de CONICET. Docente universitario.