La escuela de la ignorancia

Daniel Lasa
Daniel Lasa
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5 min readApr 2, 2023

En el año 1999, el destacado filósofo francés, Jean-Claude Michéa publicaba un libro titulado La escuela de la ignorancia. El libro de Michéa se abre con una cita de Christopher Lasch del año 1969. En la misma, Lasch expresaba: “La educación en masa, que prometía democratizar la cultura, antes restringida a las clases privilegiadas, acabó por embrutecer a los propios privilegiados. La sociedad moderna, que ha logrado un nivel de educación formal sin precedentes, también ha dado lugar a nuevas formas de ignorancia. A la gente le es cada vez más difícil manejar su lengua con soltura y precisión, recordar los hechos fundamentales de la historia de su país, realizar deducciones lógicas o comprender textos escritos que no sean rudimentarios”.

La crítica de Lasch, advierte Michéa, luego de 30 años, mantiene toda su vigencia. La hipótesis de su escrito es la siguiente: una escuela que propicia la ignorancia es la condición necesaria para la expansión de la actual sociedad. Cabe consignar que, cuando nuestro autor alude a la ignorancia de la escuela, se está refiriendo al constante declive de la inteligencia crítica, entendiendo por ello “la aptitud fundamental del hombre para comprender a un tiempo el mundo que le ha tocado vivir y a partir de qué condiciones la rebelión contra ese mundo se convierte en una necesidad moral”. La condición de posibilidad del juicio crítico, añade, “exige bases culturales mínimas, empezando por la capacidad para argumentar y el dominio de las exigencias lingüísticas elementales que toda ‘neolengua’ está destinada a destruir”.

Cabe preguntarse: ¿podría esperarse otro resultado de una escuela cuya finalidad no brota de las exigencias de la naturaleza del educando sino de lógica dominante en la actual sociedad? Si la lógica producción-consumo, generadora de un yo individual solo ávido de deseos equivalentes a derechos, domina la actual sociedad, resulta totalmente lógico que la educación impida desarrollar una sólida cultura capaz de horadar a la lógica imperante. El filósofo Jean Vioulac en su escrito Les eaux glacés du calcul égoïste, nos lo confirma: “El advenimiento de la sociedad de consumo impuso la disolución (…) de todo lo que pudiera ser susceptible de frenar la adquisición de mercancías y, por tanto, la abolición de cualquier moral que reprimiera la satisfacción inmediata del deseo. El liberalismo, en tanto que se define por la exigencia de la desregulación y de la desinstitucionalización de todas las actividades humanas, es el proyecto político de desmantelamiento total del orden de la ley, y por ello, uno de los más potentes motores del nihilismo”.

El gran enemigo a eliminar se denomina verdad. De allí, entonces, que el acto de pensar mediante el cual alcanzo las respuestas que responden a las preguntas formuladas (verdades), esté absolutamente clausurado. Su lugar es ocupado por conocimientos útiles que son los únicos capaces de permitir a los egresados tanto de la escuela como de la universidad, insertarse, de modo totalmente adecuado, en la lógica de la producción y del consumo, para, de este modo, llevar una vida preocupada y ocupada de la satisfacción de los deseos de la vida biológica.

Sin el cultivo del pensar resultará fácil, entonces, operar aquello que refiere Onfray en su escrito Théorie de la dictature précédé de Orwell et l`Empire maastrichien (París, Editions Robert Laffont, 2021): destruir la libertad, empobrecer la lengua, abolir la verdad, suprimir la historia para poder reescribirla a voluntad y negar la naturaleza y propagar el odio. ¿Cómo saber elegir lo mejor si mi inteligencia no puede ver a causa de su ausencia de ejercicio? ¿cómo distinguir entre la verdad y el error, entre lo bueno y lo malo, si mi ojo interior está preparado solo para apreciar la utilidad? ¿cómo no poder inventar la historia si a los educandos no se les enseñan ni siquiera el eje histórico-temporal de nuestra cultura? ¿Cómo no negar la naturaleza si el señor de cada alma individual es la pura arbitrariedad, el puro deseo? ¿Cómo no propagar el odio en un mundo que parece querer retornar al estado pre-político que describiera Hobbes: la guerra de todos contra todos a causa del deseo individual absolutizado? ¿Cómo acceder al pensamiento de los grandes maestros de nuestra cultura cuando la neolengua es la encargada de destruir toda lengua que nos permite acceder a los mismos?

El ataque a la lengua, nos dice Onfray, comienza en la escuela. La propia escuela procedió a destruir un método de lectura que había probado su eficacia a través de muchas generaciones. Luego, lo reemplazó por sistemas sacados de las ciencias de la educación: métodos dañinos para los alumnos puesto que rompen los mecanismos de leer, escribir, contar y pensar. Pero, faltaba destruir aquella otra realidad que tanto veneraba la tradición clásica y que permitía al hombre poseer, dentro de su alma, un gran arsenal cultural: la memoria. Todo esto, nos dice el Onfray, permite alcanzar el objetivo deseado: “Construir seres adultos vacíos y chatos, estériles y privados de profundidad, totalmente compatibles con el proyecto post-humano”.

En realidad, continúa afirmando el filósofo francés, el régimen autodenominado progresista que se impone en la sociedad actual, debe ser calificado de “descerebrado”. Y es tal por sus resultados: crece el analfabetismo, incluso en aquellos que han superado la enseñanza superior. Los profesores leen menos y se encuentran incapacitados para entender textos de cierta complejidad. Y remata: “Esta aversión en relación al libro y a lo escrito, en relación al autor, a la ortografía, al estilo, a la gramática, a la sintaxis, a la literatura, a las obras maestras, a los clásicos, pero también el vocabulario, ha permitido formar una cadena de gente ignorante y sin instrucción, gente analfabeta y atrasada. Es bueno buscar entre esos militantes de la ignorancia a los pedagogos de los niños de hoy y de los adultos del mañana. ¿Qué cosa hay de mejor en la carrera de un solo imbécil en la instrucción pública para construir una, dos, directamente tres generaciones de imbéciles?”.

En un mundo sin verdad, la virtud ha desaparecido. Su lugar ha sido ocupado por el odio. Este último se encarga de desacreditar a las persones, de cancelar discusiones, de intercambiar ideas, de clausurar todo diálogo apelando, de modo sistemático y unilateral, al recurso ad hominem. Refiere Sostiene Onfray: “En el ámbito de la cultura postmoderna, el odio es reservado a quien no se arrodilla delante de las verdades reveladas de la religión que se autoproclama progresista”.

Es cierto que la actual sociedad, como sostiene Michéa, promueve la escuela de la ignorancia. Es ella la que le permite ser y crecer. Claro está que su ser y crecimiento es inversamente proporcional al ser y al crecimiento del hombre que la habita. Este último, privado del pensar y, consecuentemente, del dominio de sí mismo, se transforma en una útil marioneta que la escuela se encarga de proyectar y diseñar. Esto plantea, a juicio de la filósofa Martha C. Nussbaum, una crisis silenciosa pero de una enorme envergadura. La carencia de una educación humanista que se encargue de cincelar hombres de verdad, hombres nutridos de un sólido pensar y de una gran calidad virtuosa, conduce, entre otras cosas, a debilitar el sistema republicano de gobierno. Una república en serio exige, entre otras cosas, la presencia de esos hombres. Si, como decía Platón, el Estado no es otra cosa que el alma ensanchada del hombre, hay que ocuparse, de manera urgente, para que el alma de cada argentina sea lo más educada posible. Para ello será menester abandonar la escuela de la ignorancia para forjar una escuela de la virtud.

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Daniel Lasa
Daniel Lasa

Dr. en Filosofía. Investigador de CONICET. Docente universitario.