Marcha sobre Roma. Crédito de Imagen: Diario ABC.

Todo cambia… el fascismo permanece

Daniel Lasa
Daniel Lasa

--

En la conocida canción popularizada por Mercedes Sosa, Julio Numhauser sentencia: “Cambia lo superficial, / cambia también lo profundo, / cambia el modo de pensar, / cambia todo en este mundo” sentencia Julio Numhauser en la conocida canción popularizada por Mercedes Sosa. Todo cambia, todo se construye, todo es histórico. Al menos, eso parece.

Sin embargo, descubrí que hay algo que no cambia: la misma sentencia (“todo cambia”) no es alcanzada por el cambio, al igual que dos afirmaciones más: “todo cambia siempre hacia lo mejor” y “el fascismo es una realidad permanente en todo tiempo histórico”. Estos tres apotegmas se han mantenido inalterables e indiscutibles.

De Hegel a esta parte, todo se reduce al devenir histórico. Y también desde Hegel en adelante, este devenir histórico tiene una finalidad dictada por una lógica inmanente al mismo devenir. Este objetivo reviste la forma de una promesa en este sentido: el hombre alcanzará, sí o sí, una felicidad plena, intra-histórica, identificable con la libertad.

Lo mismo sostendrá Marx, añadiendo, sin embargo, que ese estado intra-histórico, dentro del cual el hombre va a ser plenamente feliz, será alcanzado a través de la sola acción humana. Ya no estaríamos necesitando de un Salvador del mundo, de un Mesías, sino que será el mismo hombre quien se auto-redima.

De esta visión del “sentido histórico” también participó el fascismo histórico. Para un fascista, cultor de la filosofía del devenir, el mundo debe ser transformado para alumbrar la existencia del hombre nuevo. En efecto, el fascismo, en tanto filosofía de la praxis (al igual que el marxismo), asume la idea de revolución total. Y por revolución total debe entenderse aquella operación filosófica que sustituye la metafísica (la cual expresa un orden al que la voluntad humana debe adecuarse) y la reemplaza por una promesa a la meta-humanidad que proclama que el hombre va a ser feliz en virtud de su mismísima acción y esfuerzo.

El pensamiento revolucionario, de este modo, da paso a una segunda creación. Sin embargo, este mito del mundo nuevo, equitativo y feliz, anhelado y propagado por las fuerzas revolucionarias, ha fracasado estrepitosamente. Eso nos ha quedado suficientemente claro.

Otros pensadores, que también asumieron el sentido histórico, propusieron la idea de un progreso indefinido. A esta interpretación, Voegelin la denomina interpretación progresista de la historia. Estos progresistas no tienen claridad acerca del fin último perfecto y, por eso, acentúan la idea de movimiento en lugar de la de estadio perfecto. Buscan que el movimiento histórico se encamine hacia una mayor libertad del hombre: no una libertad ordenada a la justicia, sino una libertad que me permita hacer lo que yo quiero, una libertad que sea expresión de deseos ordenados a incrementar mi vida exclusivamente biológica.

El fascismo como categoría demonológica

La visión progresista de la historia dará lugar a la existencia de un hombre libre por cuanto buscará allanar cualquier traba que se oponga a la expansión de sus instintos vitales, único valor de la existencia humana. Por esta razón, la visión del sentido histórico, en cuanto dadora de la libertad plena del hombre, debe ser única: no puede tener la competencia de otras propuestas. Todo aquello que la frene (como, por ejemplo, la existencia de un orden objetivo de valores transhistóricos radicados en el orden del ser y transmitidos por la tradición) debe ser destruido.

Para proscribir toda concepción o postura que pretenda rivalizar con esta visión única y universal, nada mejor que la aplicación de la categoría de fascismo/fascista. Quien, de ahora en más, intente oponerse a esta ideología totalitaria será rotulado de fascista, de persona represiva.

La historia, así, será el escenario en el que se enfrenten los partidarios del hombre virtuoso (cuya felicidad se encuentra en el respeto de la verdad y del bien), y los seguidores de una antropología que reduce al hombre a la pura dimensión de lo biológico. Los primeros serán calificados de represores y, como tales, deberán ser expulsados de la vida política; los segundos, los progresistas, serán los únicos que tengan derecho a vivir en una sociedad de hombres libres, aunque ciertamente no peocupados ni ocupados en ser libres de males y vicios.

De este modo, la categoría de fascismo/fascista se convierte, como dice Del Noce, en una condición dentro de la cual se condensa todo el mal de la historia. Todo pensamiento que rescate el valor de la tradición, la idea de naturaleza, de verdad, será tildado de fascista (aun cuando estas ideas hayan sido reprobabas in totum por el fascismo histórico).

La necesaria censura del pensar

El militante de la visión histórica está obligado a mantener una estricta vigilancia cultural, evitando que las personas se aparten del buen sendero trazado por aquella. Este férreo celo adquiere diversas modalidades. Señalaré solo cuatro:

1) Estará prohibido hacer preguntas. Este fenómeno nuevo, ha señalado Eric Voegelin, presenta como “ociosas y carentes de sentido” las preguntas metafísicas, las cuales, obviamente, tienden a perforar el mundo totalitario de la visión histórica. Esta visión histórica (heredera del racionalismo, que conduce a la proclamación de la muerte de Dios) debe ocultar, de modo deliberado, su acto de fe inicial o apuesta por la negación de la realidad sobrenatural. Voegelin nos dirá que el debate teórico “… de temas relacionados con la verdad de la existencia humana es imposible en público, porque el uso de la argumentación teórica está prohibido”. En realidad, mal que nos pese, “la muerte del espíritu es el precio del progreso”.

2) Debe reemplazarse el verdadero acto de pensar (constituido por la dialéctica pregunta-respuesta y la mediación, entre ambas, de los tres actos fundamentales del intelecto: definir, analizar y sintetizar) por un pseudo-pensamiento fundado en la dupla información-opinión. Ya no interesa pensar porque no es una preocupación descubrir la verdad en un sentido teórico: solo interesa la acción política a la cual le basta la propaganda y la repetición incansable de determinados eslóganes que van formateando una conciencia progresista, la única apta para adecuarse a todo cambio.

3) Deberá aplicarse el término ´fascista´ a todo aquel que cuestione la visión totalitaria del sentido histórico: quien cuestione la fe que fundamenta la visión historicista se hará acreedor del temido mote y tendrá como destino irreversible una muerte civil.

4) Solo tendrán vigencia los binomios viejo-nuevo, conservador-progresista. Estos permitirán que el pensamiento asuma, de modo totalmente a-crítico, que la única realidad que existe es la del devenir histórico y que este último avanza, de un modo necesario, en dirección a un estadio utópico e idílico (lo nuevo es siempre sinónimo de progreso).

A modo de conclusión

Pareciera que la censura del pensamiento está teniendo éxito porque casi nadie se hace la pregunta acerca de una cuestión tan simple como esta: ¿qué tienen en común el fascismo histórico no solo con la metafísica, sino con la afirmación de un Dios trascendente al mundo, con la enunciación de la verdad como aletheia y adecuación y con la afirmación de los diez mandamientos? Basta repasar los textos escritos por Mussolini para advertir que su pensamiento se sitúa en las antípodas de los mismos.

Tal como lo expresé antes, el fascismo, en cuanto movimiento revolucionario, comparte con la tradición hegeliano-marxista la misma visión del sentido histórico.

Mientras tanto, la censura sigue funcionando a pleno (probablemente hoy más que nunca ya que la vigilancia sobre el pensar es omnipresente). La visión totalitaria del sentido histórico así lo exige. Sin embargo, los réprobos, los “fascistas”, aquellos que saben que renunciar a pensar es renunciar a su dignidad como hombres, siempre estarán presentes. Y estarán presentes para buscar lo verdadero e intentar vivir de acuerdo a sus exigencias.

Quizás este testimonio sirva para alumbrar una nueva cultura en la que las personas levanten su carpa, individual y social, en torno a la verdad, al bien y la belleza.

En este mundo, ciertamente, no será necesario eternizar realidades puramente históricas (como el fascismo y el marxismo) ya que lo único eterno será lo verdadero. Y por esta razón, el verdadero progreso será siempre progreso en la verdad.

--

--

Daniel Lasa
Daniel Lasa

Dr. en Filosofía. Investigador de CONICET. Docente universitario.