Niños jugando con cometas en la Virgen del Panecillo, Quito, Ecuador — Alejandro Medina

Ecuador: institucionalizar la solidaridad puede ser contraproducente

Jacobo Castellanos
De America Soy
Published in
5 min readAug 27, 2016

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En un viaje a Ecuador, estando cerca del Puerto Francisco de Orellana, mientras navegábamos por el Río Napo, paramos para conocer una pequeña comunidad quichua que yace a sus orillas. Ahí conocimos a Ernesto Cruz y su familia. Ellos nos invitaron a su casa y nos dieron un paseo por su tierra, una zona amazónica donde la naturaleza se impone por todos los sentidos.

Nos invitó a su casa y compartimos algunas ideas. Nos contó de la “minga”, un concepto de su tradición ancestral, donde los miembros de una comunidad se reúnen y juntan esfuerzos y recursos para realizar un trabajo que de otra manera no lo podrían hacer

La minga es uno de muchos ejemplos en los que valores como la solidaridad y la reciprocidad se manifiestan como base para el fomento de procesos productivos y de la resolución autónoma de sus necesidades.

Nos contó que su hogar era el resultado de ello. Entre todos los miembros de la comunidad, cortaron madera de zonas aledañas y la utilizaron para fijar la estructura de su casa: una edificación humilde que los resguardaba de su entorno selvático. El pago, por así decirlo –pues no es así como ellos lo ven — es la reciprocidad.

Conceptos como la solidaridad y la reciprocidad, inherentes a las culturas indígenas, son apenas complementarios en nuestras sociedades modernas. Es por eso que hemos desarrollado términos como la economía solidaria, el comercio justo y la responsabilidad corporativa: para recordarnos, después de décadas de olvido, que el individualismo y la competencia no son suficientes para asegurar el bienestar de todos.

Para Ernesto Cruz, su familia y su comunidad, la solidaridad y la protección al medio ambiente son una costumbre que se manifiesta casi como instinto. Nosotros tenemos que recordarnos a cada paso que damos que debemos considerar la sostenibilidad de nuestras acciones y el impacto que tendrían sobre otras personas.

Tenemos que recordarnos de hacerlo porque los valores que lo provocan no predominan en nuestra cultura. Idealmente, deberíamos apuntar a que sí lo hagan, pero ante la insistencia del sistema y el egoísmo del algunos, muchas veces no hemos logrado ni incluirlo como uno de los elementos de relevancia.

Es por eso que aplaudo la decisión del gobierno ecuatoriano de incorporar estos elementos en su código normativo y, consecuentemente, plasmarlo en una serie de entidades gubernamentales dedicadas a su fomento y regulación.

Más allá de toda crítica que se pueda hacer al diseño e implementación de la política, es destacable cómo, ahora, la solidaridad hace parte del imaginario económico en el Ecuador. Personas o empresas que antes despreciaban cualquier acto de responsabilidad, o que lo hacían de manera superficial, desde entonces deben cumplir con ciertos requisitos de solidaridad estipulados por la ley.

Lo más interesante es que el gobierno ecuatoriano no ha impulsado la solidaridad como un valor moderno o innovador; ha querido incorporar elementos de las culturas ancestrales en la manera en que interactuamos económicamente y en la manera en que vivimos.

De esta manera, ha intentado construir un sistema híbrido en el que combina elementos de nuestros ancestros indígenas con otros elementos de la modernidad. Nos lo han dado a conocer como la búsqueda por el Buen Vivir, o Sumak Kawsay[1].

Pero, ¿qué implicaciones tiene esto sobre las comunidades que todavía guardan sus costumbres y que no han sido consumidas por el sistema hegemónico?

De entrada, es evidente mencionar que el sistema híbrido que se pretendía era un delirio; los elementos que tanto anhelamos de las culturas ancestrales no son compatibles con un sistema económico neoliberal. Sería como mezclar agua con aceite. Peor, incluso, porque los elementos de las culturas indígenas se encontraban en desventaja absoluta: el mismo gobierno se encargó de comprobarlo cuando decidió explorar el Yasuní en busca de petróleo[2].

Bajo estas condiciones, las culturas ancestrales — y cualquier manifestación de solidaridad genuina, de hecho — se encuentran ahora más vulnerables que nunca, pues con la aprobación de la ley de Economía Popular y Solidaria, todas las iniciativas solidarias se consideran informales y deben pasar por un proceso de regulación y normalización que atenta contra su autonomía y cambia su naturaleza.

Con su regulación y normalización, estos emprendimientos deben además ser sustentables; es decir, se deben sujetar a los mecanismos del mercado, remplazando así su elemento de solidaridad por el de competitividad:

“El juego del mercado termina por desaparecer las economías solidarias, tanto por la presión de abandonar la autonomía y la solidaridad, como por las oportunidades reales de competir que son escasas…” (Daza, 2016; pág. 134)

Entonces, si Ernesto Cruz y su comunidad algún día decidieran, por ejemplo, sistematizar su práctica para perfeccionarla y replicarla, se verían obligados a pasar por una serie de obstáculos legales y burocráticos que terminarían por destruir su esencia.

La inherente solidaridad y reciprocidad en su manera de vivir y de interactuar no puede ser normalizada o regulada, especialmente dentro de un sistema neoliberal cuyos principios son radicalmente opuestos.

Para terminar, es refrescante ver que un gobierno se empeñe tanto en la renovación del modelo económico. Me parece favorable que se establezcan obligaciones legales para promover la economía solidaria, especialmente para aquellos que poco o nada les ha importado el medio ambiente y la sociedad en general.

Dicho eso, me parece irresponsable someter a personas y comunidades con diferentes culturas, con mecanismos de solidaridad ya establecidos, como es el caso de la comunidad de Ernesto Cruz, a un sistema que no lo es y que, además, termina por imponerse y desvirtuar aquello que valorábamos en una primera instancia.

Debemos buscar el camino de la inclusión y del enriquecimiento a través de nuestras diferencias.

Fuentes

Daza, E. (2016). “Estado y transformación productiva en el campo” en Las luchas sociales por la tierra en América Latina. Lima: Fondo editorial: UNMSM.

[1] Sumak Kawsay es la cosmovisión ancestral de los quichua sobre la vida. En su manera de vivir y de ver el mundo, se fomenta la harmonía interna, la harmonía entre las comunidades y de estos con la naturaleza.
[2] El Parque Nacional Yasuní es una reserva natural, dentro de la Amazonía ecuatoriana, declarado como reserva de la biósfera por la UNESCO, donde además habita la nacionalidad indígena huaorani.

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