En el camino de los presos

Alejandro Medina Fuentes
De America Soy
4 min readApr 28, 2017

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Nos movíamos hacia arriba, a contracorriente del Chama. Veíamos a la serpiente en un retroceso a su nacimiento, las raíces de los árboles le arrebataban su piel acuática y la dejaban cada vez más flaca, más estrecha. Dejaba su piel en la selva nublada y se volvía diminuta en el páramo, desértico, sus mil madres blancas llegadas la víspera, en forma de nieve y hielo. La nieve en Venezuela.

Llevaba un chaleco improvisado y un rompevientos que no pudieron prevenir que mi piel sintiera el viento helado de las cúpulas andinas. Mi termómetro de cinco dedos se puso azul y regresé temblando, a resguardarme en la camioneta.

Transitábamos por una bien asfaltada, pero aún así preocupante carretera de carril y medio, que cruzaba las montañas por la cima, sin reparar mucho en los desfiladeros. Jackson, nuestro guía, no tardó en decirnos que ésta se trataba de la carretera más alta del mundo. Cuando llegamos al Paso del Cóndor, su punto más alto, nos encontrábamos a 4,118 metros sobre el nivel del mar.

Imposible no pensar en los presos que construyeron esta obra desafiante. Imposible también, pensar que de no haber estado amordazados, con grilletes en los pies, rasgadas sus vestimentas y rasgado su espíritu, ningún grupo humano sería capaz de llevar a cabo una hazaña similar. Esta verdad absoluta de nuestra época: las personas tienen que trabajar para “ganarse la vida”, es decir, porque no tienen otra opción, la vimos cuestionada unos días antes, en un entorno mucho más cálido.

En Barquisimeto, estado Lara, no sólo hace calor sino que recibimos el cariño de una organización cooperativa. Se trata de la Central Cooperativa de Servicios Sociales Lara, o CECOSESOLA. Sus asociados nos acogieron con los brazos abiertos y nos mostraron el proceso transformativo que han construido en casi 50 años de historia.

Es un proceso transformativo porque no se parece en nada a la manera predominante de organización social y económica preponderante en nuestro mundo. Se trata de una organización sin jerarquías, todos los trabajadores son dueños de la empresa, y todos ellos reciben un mismo “anticipo” monetario, ya que se rehusan a llamarlo salario.

Ellos administran, operan y abastecen una feria de alimentos que funciona los fines de semana. Es tan grande el movimiento de alimentos que pueden llegar a desarrollar, aunado a los precios bajos que maneja, que cada semana alrededor de 25,000 personas acuden a comprar allí, incluso de otros estados.

A partir de su trabajo continuo e incansable, hoy son una comunidad próspera de alrededor de 1,300 trabajadores asociados. Gozan de ingresos mayores a la media nacional en Venezuela. Cuentan con un centro de salud que ellos mismos construyeron y que hoy realiza alrededor de 1,500 cirugías al año.

Pero lo más increíble es que realizan todo este trabajo duro -en los días que estuvimos, la jornada comenzaba a las 6 de la mañana y acababa a las 8 de la noche- sin necesidad de ser mandados por nadie. No hay un jefe, lo que hay son criterios colectivos, una especie de normativas no escritas pero que todos conocen bien. Este sistema “emergente”, como lo describe uno de los compañeros que entrevistamos, resulta ser más eficiente ante imprevistos como la crisis actual que vive Venezuela.

Cuando un trabajador de una empresa tradicional se encuentra ante una situación imprevista, revisa el protocolo de trabajo que le dieron sus superiores. Pero como es una situación nueva, la solución no se encuentra en el protocolo. En la cooperativa, el trabajo es rotativo, todo el mundo cambia sus actividades periódicamente. De manera que si se necesita barrer, o atender la caja, o acomodar los productos, o hacer de comer, o ser enfermero, el compañero cooperativista estará mejor preparado para sobrellevar un escenario adverso.

Igualmente, si se piensa en productividad, qué mejor incentivo tiene la persona que saber que está trabajando para sí mismo y para su familia. Aquél que sabe que los excedentes de la producción irán a la ampliación de su calidad de vida. Y además, aquél trabajador que ya no es un trabajador sino un equipo. En la iniciativa privada, la sobrevaluada competencia empuja a los individuos a aislarse de sus compañeros, el currículo siempre debe ser más grueso que el de al lado para crecer en la interminable escalera social.

Pero lo más importante y trascendental que alcanzamos ver en CECOSESOLA es la formación de personas responsables, es decir libres. Libres de creer que su destino depende de otras personas, iglesia, gobierno, etc. El cooperativista sabe tomar decisiones, y sabe asumir responsabilidades cuando es necesario. Si se necesita hacer algo, lo hace sin que se lo digan.

Nosotros tenemos muchas leyes escritas; dogmas, moral. Una ética acartonada en los discursos y en los libros de texto. ¿Pero cuántas de estas leyes cumplimos? Una respuesta no muy atinada sería, “quizá cuando nos están vigilando”.

Pienso, ¿a quién nos parecemos más?, ¿a los cooperativistas, o a los presos que, tiritando de frío, murieron trabajando encadenados y para alguien más?

Publicado originalmente en Pinguino

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