Nueva Economía: Del “enseñar a pescar” al “pescando juntos”

Alejandro Medina Fuentes
De America Soy
Published in
9 min readOct 26, 2018

Mucho se ha hablado ya sobre la importancia de concebir a la Economía como un sistema orientado a resolver necesidades humanas. Dichas necesidades serán diferentes según el contexto que se trate y su aplicación dependerá también de las creencias, supersticiones, maneras de relacionarse y una larga lista de etcéteras que conforman lo que habitualmente se conoce como La Cultura. Cualquier modelo económico, supuestamente universal, que no prevea en su diseño el contexto cultural en el que se propone instalarse estará siempre limitado y muy probablemente fracasará en su propósito: resolver necesidades humanas.

De esto se dio cuenta un joven venezolano egresado de la universidad de Yale, que vivió desde que tenía diez años en Estados Unidos. Como muchos universitarios en los años 60, Gustavo Salas tenía lo que él define como una “picazón social”. A su regreso a Venezuela, con escasos 25 años y tras pasar por unas cuantas experiencias poco gratas en la iniciativa privada, decide dejar todo aquel futuro prometedor que le auguraba la vida empresarial para probar algo distinto: Entrar en el mundo cooperativo.

Sin embargo, al poco tiempo de haber tomado esa decisión, Gustavo se da cuenta de que la teoría que había aprendido en la universidad poco le servía para los retos que tenía delante suyo: crear una organización sin jerarquías.

“Yo venía con esa mentalidad de que yo había recibido una educación privilegiada y tenía que venir a enseñar al pueblo, como decíamos ‘enseñar a pescar’. El primer golpe psicológico humano que tuve al poco tiempo fue cuestionarme si lo que yo había aprendido servía para acá o si más bien yo tenía mucho más que aprender de la gente que tenía para enseñar. Claro uno tenía cosas que había aprendido que sí sirven pero la mayoría de las cosas que yo había aprendido en Estados Unidos más bien perjudicaban el proceso que intentábamos generar aquí que es un proceso participativo, sin jerarquías, y tenía que olvidarme y descartar muchas de las cosas que yo había aprendido en toda mi vida.” (Gustavo Salas, 2016)

Cincuenta años después de haber hecho esta reflexión, Gustavo Salas y otros 1,300 trabajadores asociados hacen funcionar una red de supermercados en la ciudad de Barquisimeto que reporta ventas anuales por un monto de 100 millones de dólares. Se trata de Cecosesola, una red de cooperativas donde no existen las jerarquías ni los supervisores. Todos los trabajadores perciben el mismo ingreso y las decisiones son tomadas colectivamente.

¿Cómo puede una organización con tanta gente y sin jerarquías ser económicamente viable?

¿Qué pasaría si le hiciéramos esta pregunta a los maestros y estudiantes universitarios que han recibido una educación que concibe a la economía como una ciencia exacta, inmutable y universal? Nos dirían que esto es una locura, que no puede funcionar debido a que la eficiencia o la productividad solo se consiguen si hay una línea de mando bien establecida. Aunado a una mezcla de castigos y alicientes que empujen a que los trabajadores no gasten el tiempo y se pongan a trabajar. Aquello que vulgarmente es conocido como el método de la zanahoria y el garrote.

Sin embargo el caso de Cecosesola, así como muchos otros ejemplos de empresas de la economía solidaria, comprueba que no hay una sola forma de concebir la economía. Ni tampoco hay una sola forma de conseguir la eficiencia o la productividad. El método que utilizan empresas como Cecosesola no es el de la zanahoria y el garrote, sino el de la confianza entre iguales, fincada en una responsabilidad compartida.

“compartir es la esencia de Cecosesola […] es compartir bienes pero también compartir información y conocimiento” (Gustavo Salas, 2016)

En la universidad se nos ha empujado a concebir el desarrollo (por no decir la vida) como un juego en donde hay muchos competidores y solo dos posibles resultados: puedes ganar o perder. Con una condicionante importante: tú estás compitiendo solo, no se vale hacer equipo.

Este sentimiento de esquizofrenia, producto de la competencia permanente, se expresa muy particularmente en nuestro recelo por compartir la información. En una empresa, por ejemplo, es muy común que los empleados no quieran compartir conocimiento a sus colegas bajo la premisa de que eso reduciría la ventaja que el primero tiene sobre el segundo. La secrecía y los golpes bajos priman en el mundo corporativo por encima de la colaboración.

En Cecosesola esta inercia a la competencia y el egoísmo es mitigada, además del hecho de que todos ganan igual, a través de un sistema de rotación de tareas. Cuando llega un nuevo integrante a trabajar dentro de la cooperativa, es muy común que en el plazo de un año ya haya echo labores de limpieza, de cajero, haya estado en área de frutas y verduras, trabajado como chofer y también en tesorería contando dinero. Cada que alguien cambia de área, es la obligación de sus compañeros enseñar todo lo que saben para que el novato pueda hacer su trabajo de la mejor manera.

Esto genera fundamentalmente tres cosas: 1) Que nadie sea indispensable y que todos sean igual de importantes. Esto debido a que todos saben hacer todo y nadie es más especial que ningún otro compañero; 2) Que todas reconozcan la importancia por igual que tienen todos los quehaceres de una organización económica. Desde el que hace la limpieza de los baños hasta el que maneja el dinero. Y por último, debido a que hay confianza, sentido de pertenencia e integración grupal y no hay jerarquías; 3) Cecosesola tiene menos costos administrativos que una empresa tradicional.

El hecho de tener menores costos administrativos repercute por un lado en un aumento a los ingresos del grueso de los trabajadores pero también en una mayor competitividad de precios. Cualquier capitalista que se respete no negará el hecho de que cuando los costos son menores, el precio del producto baja. Es decir que, como dice Teresa Correa, trabajadora asociada de Cecosesola, esta manera de organizarse genera mayor productividad:

“Hay otro elemento en la estructura de costos nuestro, que es fundamental. Nosotros no tenemos que pagar juntas directivas, ni pagamos gerentes, ni pagamos todo aquello que es la burocracia organizativa tradicional de las empresas porque todos vamos asumiendo todo. […] Como intentamos que todos tengan ese compromiso y esa pertenencia e integración con la organización entonces hace que nuestro trabajo sea mucho más productivo.” (Teresa Correa, 2018)

Cecosesola presume de tener precios casi a la mitad de los que pueden encontrarse en otros supermercados. Y no lo hace por medio de la explotación a los productores, algunos de los cuales pertenecen a la red Cecosesola, sino que lo hace reduciendo costos. Y no son solamente costos administrativos. Como continúa diciendo Teresa Correa, en Cecosesola no se gasta dinero en supervisar a los trabajadores. No gastan dinero en cámaras de vigilancia y los trabajadores no marcan tarjeta. Tampoco hay pérdida de tiempo en revisiones burocráticas para vigilar que los trabajadores se roben mercancía o se roben dinero.

Todos estos costos producto de la desconfianza no se necesitan en Cecosesola. Pero esta “confianza eficiente” no se genera de manera automática. Todo lo que se ahorra en cargos administrativos y en vigilancia es producto de otro tipo de inversión no monetaria, pero no por eso menos importante o valiosa. Esa inversión es la comunicación y reflexión constante. Todos los 1,300 trabajadores asociados de la Red Cecosesola, distribuidos en 50 organizaciones cooperativas tienen alrededor de 3,000 reuniones anuales.

En Cecosesola la gente invierte mucho tiempo en conversar. Se hacen juntas por área de trabajo, juntas semanales por cooperativa, y una asamblea general cada tres meses en donde asisten todos los asociados. Esto podría parecer ineficiente a primera vista, pero si se traduce en mejores ingresos para los trabajadores y precios más competitivos ya no lo parece tanto. Como dice MasterCard, “hay cosas que el dinero no puede comprar”, y una de esas cosas es la confianza. Al igual que una buena amistad, la confianza en el ámbito laboral requiere que las partes se miren de igual a igual y que sus integrantes pasen muchas horas conversando.

La confianza entre iguales (más eficiente que la desconfianza) no se da de manera gratuita ni automática. Como dice Gustavo Salas, son muchas las ocasiones en que otras empresas han querido “copiar la maqueta” de Cecosesola Comienzan a igualar sueldos y desdibujan las jerarquías. Pero aquello que no logran es establecer una disciplina colectiva, una responsabilidad compartida.

“Muchas veces nos han querido copiar, simplemente agarrando la maqueta. ‘Nos reunimos todos los lunes, hacemos todo como Cecosesola, cobramos todos iguales’ Pero cuando vamos a las reuniones, vemos que los casos de irresponsabilidad y aprovechamiento no se tratan. Cada quien empieza a aprovechars, todos lo saben pero nadie lo dice. ‘Y si aquél se aprovechó aquí, yo me aprovecho allá’. Y la corrupción te come. […] Si no hay jefe tienes que remplazar la disciplina impuesta por una disciplina colectiva. (Gustavo Salas, 2016)

Esta advertencia quiere decirnos dos cosas, por un lado que en Economía no hay modelos universales que podamos copiar de manera exacta a nuestro contexto específico. Y por el otro lado, que la democracia no funciona si sus integrantes no asumen la responsabilidad que les corresponde y cuando la colectividad no está dispuesta a aceptar la realidad. Continúa diciendo Gustavo Salas que “el proceso educativo [como ellos definen Cecosesola] tiene que ir a la par del crecimiento económico”. Esto quiere decir, por ejemplo, que si no se cumplieron las metas productivas, el aumento en el ingreso no será el mismo. Es decir que si nos va bien, nos va bien a todos, y si nos va mal nos va mal a todos por igual. Acá no vale la pena apuntar dedos y buscar culpables. Todos son responsables por los resultados que se obtienen.

La empresa privada tradicional no puede generar un entorno de confianza real porque sus integrantes, trabajadores, supervisores y gerentes, no tienen una condición de igualdad. Hay gente que gana mucho y hay gente que gana poco, hay gente que tiene acceso en la información y otra gente que no la tiene. En México incluso existe un término legal para dividir la clase de empleados que hay: están los empleados de confianza y los empleados sindicalizados.

Esto nos lleva al final de la reflexión donde resulta pertinente hacer otra pregunta: ¿Qué sistema económico organizacional contribuye más a generar ciudadanos preparados para una democracia en donde todos tienen que opinar y poner de su parte? ¿Aquél que tiene un sistema abierto, amplio a la participación y sin jerarquías o aquél en donde los empleados son considerados como personas no aptas para recibir cierto tipo de información? ¿Aquél en donde se le permite a la persona tomar un sitio activo en la colectividad o aquél en donde se le instruye a los empleados a seguir órdenes sin cuestionar?

Como se estableció al inicio de este texto, la Economía es un medio y no un fin en sí mismo. El objetivo de la Economía es resolver necesidades humanas existentes en contextos específicos. Así que ¿No es también la producción de ciudadanos empoderados una necesidad humana?

Es la opinión del autor de este texto que esa es una necesidad urgente, que nos debería de tener preocupados a todos si queremos que nuestras democracias tengan la mínima oportunidad de éxito ante los poderes económicos que gobiernan el mundo en la actualidad. Lamentablemente el sistema económico hegemónico (el capitalismo neoliberal) no nos está ayudando para nada en lograr esta meta. Y la educación que reproducen las universidades, particularmente en los cursos de Economía no está contribuyendo a abrir la discusión a otras formas de entender la economía. Que como en el caso de Cecosesola, pueden alcanzar la eficiencia, el crecimiento y la productividad, sin dejar tras de sí un mar de lágrimas.

Por último la enseñanza del caso de la Red de Cooperativas Cecosesola, una organización con 50 años de trayectoria, es que no hay respuestas fáciles a nada. El cambio verdadero, ese horizonte que nos promete la democracia, una sociedad donde haya oportunidades para todos, no lo va a conseguir un presidente, ni un profeta. El cambio verdadero será de poco a poco, con el trabajo diario de una ciudadanía consciente y trabajadora, responsable de sus propios actos, que pueda mirarse a los ojos y reconocer la misma dignidad humana en el otro. Una sociedad global, que aprenda de otros países y de otras comunidades, pero que nunca olvide en dónde está parada. Una sociedad que tenga identidad, y proyecto común.

Este camino implica estar dispuesto a ver el mundo y a la Economía como un lugar donde no hay una sola respuesta a nuestros problemas. Significa abrir la educación a un espectro más amplio, más comprensivo de las muchas realidades que conforman el mundo. El proceso puede ser difícil, pero como sucedió con Gustavo Salas y con los trabajadores de Cecosesola, quienes desaprendieron para poder aprender, al final del camino puede haber una buena recompensa:

(…) Fue una gran liberación, liberarse de todo es bagaje que uno traía y lanzarse a la vida a aprender con el otro. Y a descubrir las cosas sin tener opiniones previas de cómo se debe organizar la gente sino dejar que la organización fluya y que la organización vaya apareciendo. Tener esa confianza que fue creciendo con el tiempo de que la organización va emergiendo, pues. Y no es una cosa que se tiene que imponer desde afuera sino que tiene que ir descubriéndose entre todos.” (Gustavo Salas, 2016)

--

--