Trenzadas y Peinados

Una vez, una maestra de un grupo de niños y niñas de tres y cuatro años, disfrutaba su trabajo y su vida del cuidado que les dedicaba cada día. Jugando, cantando, bailando con ellos, en el dejarlos explorar el mundo, ese tan pequeño que sembraba recuerdos detrás de la puerta que los separaba de los otros mundos de allá afuera.

Entre el escuchar sus risas, sus historias, leer cuentos, hacer yoga, estar en el almuerzo y luego más juego, los días les permitió conocerse entre todos muy bien: Lucas, Hugo, Daniel, Luna, Paula, Pablo, Noa, Isabel, María, Amalia, Santiago, Luciano, Sebastian, Olivia, Martina, Nicolas, Matías, David, Felipe y su querida maestra.

Ese día, como todos los demás llenos de alegría, nació una idea que ninguno imaginó se sumaría a la magia diaria en la que todos vivían.

El quehacer infaltable hacia que sus cabellos cogieran caminos diversos. Y surgió de alguien la gran idea de que su maestra encontrara esos hilos perdidos y les diera forma con sus manos diestras.

Cabellos de colores. Cabellos cambiantes de ánimo. Cabellos abundantes y escasos. Cabellos lisos y ondulados. Cabellos oscuros y claros. Cabellos cortos y muy largos. Cabellos esbeltos y delgados. Cabellos vanidosos y rebeldes. Cabellos que se peinan solos. Cabellos que cuentan historias, describen risas y llantos, de anécdotas chistosas y otras dolorosas, de acuerdos y desacuerdos, de responsabilidades asignadas y culpas echadas.

Sin imaginarlo, en el peinarlos y trenzarlas, un momento que despedía lentamente aquellas tardes de juegos y cuentos inventados. De jugar a ser grandes, cuidar peluches como hijos y conocer abuelos de tan solo cinco años.

Como si todo se tratara de un acuerdo, aquellos niños y niñas dejaron felizmente trenzar y peinar sus cabellos. Y es que sus recuerdos de bailes, cantos, risas y juegos, se atesoraban como estelas por cada trazo bien dado, por los gajos escondidos entre otros tantos, en tesoros y memorias para contar en otros lados.